2013
Cristina Férnandez, de Colombia, centró su ponencia en el análisis global de las bonanzas que presentan los recursos naturales y, asimismo, las diferencias intrasectoriales y entre las diversas regiones. Para Fernández, “nos encontramos en un momento histórico” a nivel mundial, que se puede catalogar como de “bonanzas de bonanzas”, y afirmó que América del Sur es su “protagonista central”. Fernández hizo un trabajo de investigación que concluye que, desde 1962 y a nivel global, existieron dos “grandes períodos de auge” de exportaciones de recursos naturales: el de la década del 70 y el que se vive desde 2007.
La investigación habla de “bonanza” siguiendo el criterio de que las exportaciones de recursos naturales hayan representado más de 4% del Producto Interno Bruto (PIB) por un período continuo de tres años, y que este aumento represente una desviación estándar por encima de la media, para intentar “captar los cambios bruscos”. El total de los 12 países considerados en Suramérica percibieron esas bonanzas.
Los investigadores clasificaron a las bonanzas en tres grupos: la de alimentos y materiales, la de minerales, y la de combustibles (en el que se incluyó el carbón). En cuanto a la bonanza actual, mientras que Colombia se destaca por un auge en las exportaciones de combustibles, Perú y Chile de minerales, y Uruguay de alimentos, Brasil es el único país que no ha percibido bonanzas, según Fernández, que lo atribuyó a su carácter “relativamente cerrado”.
Además de clasificar y cuantificar los auges, el estudio se centró en los mecanismos de transmisión de éstos, por medio del aumento del ahorro o del gasto, a la vez que en sus impactos sectoriales. Los alimentos han sido los que presentaron más eslabonamientos en la cadena productiva, aunque se han caracterizado por ser los “menos profundos”. En cuanto a la apropiación de los beneficios, el sector privado se ha visto favorecido en mayor proporción por la bonanza de alimentos, mientras que la explotación de minerales se ha visto asociada en mayor medida a la inversión extranjera, y la de combustibles, a los Estados.
Si bien aún está en proceso, el estudio concluye que existe una relación negativa entre el auge de estos recursos naturales y el valor agregado de la manufactura, en relación al PIB. Además, se destaca que los países “financieramente integrados” son los más vulnerables a las bonanzas, ya que a mayor apertura, mayor atracción de capitales en épocas de “boom”, pero tambien mayor retirada en la contracción. En este sentido, se ha apreciado que en el caso de los combustibles, el efecto tiende a mantenerse cuando el “boom” pasa. Para Fernández, esto puede generar lo que se conoce como la “enfermedad holandesa”, que sucede cuando la entrada de capitales extranjeros mediante las exportaciones de un recurso natural genera una revalorización o apreciación de la moneda local y disminuye la competitividad de la industria nacional. A modo de conclusión, Fernández recomendó: “Para que los recursos naturales no sean una maldición, hay que enfrentar estos auges con medidas contracíclicas y priorizar el ahorro”.
Cambio de paradigma
“A diferencia del pesimismo que existía hace 60 años, cuando todo el mundo asociaba los recursos naturales a la baja productividad, hoy se nota un gran entusiasmo con la idea de vincularlos a la tecnología de alta calidad”, comenzó el argentino Andrés López. Asimismo, hay otro paradigma vinculado a la consolidación de América Latina como “productora de ideas”. Hay quienes creen que para que esto suceda se tiene que abandonar la explotación de recursos naturales y dedicarse al crecimiento de la industria. Para López, en cambio, se debería “respetar” la base de recursos naturales y a la vez comenzar a “producir ideas”, por lo que en su exposición ahondó en las posibilidades de América Latina en cuanto a innovaciones en el sector. Según López, en Estados Unidos y Europa los sectores vinculados a la cadena productiva de recursos naturales son menos intensivos en investigación y desarrollo (I+D) que la media de la economía. Asimismo, al considerar las empresas que más invierten en I+D en el mundo, las vinculadas con los recursos naturales gastan, en promedio, “bastante menos”. “Quizá las oportunidades de innovación no están en la industria, sino en las áreas de servicios”, manifestó.
Para el argentino, la dinámica de innovación podría estar descentralizada. “Hay empresas de software, de ingeniería, de diseño, de servicios informáticos y técnicos que pueden estar ayudando a la innovación en el sector, que son muy relevantes en la dinámica innovadora y que además pueden no estar representadas por la evidencia presentada, porque la mayoría de las multinacionales terceriza estos servicios”, explicó.
Si América Latina tiene algún lugar en esa dinámica, sería más “viable” que se focalizara en el sector de los servicios, ya que en ese caso “no competiríamos por tamaño sino por contar con empresas flexibles y especializadas y con capital humano suficiente como para desarrollar innovación en estos sectores”.
Para aprovechar estas oportunidades, recomendó tres alternativas: atraer I+D de empresas multinacionales; crear “campeones nacionales que avancen hacia mayor intensidad de conocimiento y dominio de los nodos clave en las cadenas de valor”; y por último, la que considera más factible: fomentar la “emergencia de clústers de empresas especializadas que provean conocimiento para estas industrias”.
Virginia Recagno