2014
A mediados de los noventa, una recorrida por el distrito de Guangdong, en el este de China, mostraba la imagen de una región en veloz transformación: el capital, venido desde Hong Kong, Japón y otras regiones del mundo, fluía masivamente a la producción de manufacturas, que luego se exportaban a un costo laboral unitario cuatro o cinco veces inferior al de las economías avanzadas. Como dijo Martin Jacques, la imagen rememoraba a la Gran Bretaña de la revolución industrial. Replicado en otras provincias del este de China, el resultado fue una aceleración del crecimiento que en apenas dos décadas convirtió al país asiático en la primera economía mundial en términos de exportaciones y la segunda en términos de PBI.
Hoy el panorama es bien diferente: en Guangdong se ha concentrado más de un tercio de las protestas y huelgas en reclamo de mejores condiciones laborales y salarios más altos. Semejante cambio sugiere que el modelo de crecimiento guiado por las exportaciones y sustentado por los bajos salarios ha entrado en su etapa final. El gobierno chino, consciente de esta nueva realidad, presentó en 2011 el duodécimo plan quinquenal, orientado a producir una profunda reforma de la economía china, tanto en la composición de la oferta -promoción de los servicios en detrimento de las manufacturas de baja tecnología- como de la demanda agregada -de la inversión y las exportaciones al consumo-.