Desde hace 200 años una de las discusiones fundamentales en los debates políticos del continente ha sido la de su inserción externa: ¿cómo se va a insertar América Latina en el mundo? Uno de los temas que más preocupó a las elites que encabezaron las revoluciones de la independencia iberoamericana fue cómo reestructurar sus vínculos con el mundo luego de romper los pactos coloniales con las viejas metrópolis espa- ñola o portuguesa. En aquellos momentos posteriores a la independencia, la inserción en un mundo dominado por Inglaterra fue la gran aspiración de las elites emergentes tras las revoluciones independentistas. Los dilemas ya por entonces eran múltiples: ¿cómo, con quién y para qué integrarse a un mundo nuevo? Desde aquella época fundacional, y en clave histórica, las diferentes opciones de inserción internacional casi siempre se han correspondido con definiciones muy relevantes sobre cómo estructurar las economías nacionales, sobre qué sectores apoyarlas, opciones sobre modelos de distribución del ingreso, sobre cómo construir bienestar y, en definitiva, debates en torno a la interrogante de cómo lograr políticas de desarrollo no sólo en términos económicos sino también sociales y políticos. En los actuales contextos, la región y el mundo parecen transitar un giro de época sobre este particular. Diversos actores sociales, políticos y económicos se convocan para repensar las relaciones comerciales entre los países, una nueva arquitectura de las instituciones financieras internacionales, el rediseño institucional de las Naciones Unidas y aun el replanteo radical de los objetivos del desarrollo. Con certeza América Latina tiene –como a mediados del siglo pasado– la oportunidad de aportar a la discusión sobre nuevos enfoques de desarrollo con una reflexión que parta desde sus propias condiciones tanto en términos de oportunidades como de restricciones. Pero en cualquier caso en esa faena deberá dialogar e interactuar con otras regiones y con el resto del mundo. De todos modos, desde la vieja lógica de los “círculos concéntricos” de la que hablara Luis Alberto de Herrera, la región y en especial los países vecinos constituyen una referencia ineludible en un país como Uruguay para pensar, diseñar e implementar una estrategia de inserción interna cional que le dé rumbo, objetivos y utilidad a su política exterior. Nuevo paradigma. La dimensión de las trasformaciones referidas resulta inabordable con viejas políticas. La propia concepción de la política exterior constituye un tema central a transformar para dar cuenta de estos nuevos desafíos. Seguir como si nada hubiera ocurrido en lo que refiere a la “política exterior”, convertida poco a poco en “política interior” y en eje transversal del desarrollo en los nuevos contextos, equivale a pretender comunicarse por telé- grafo en tiempos de Internet. La superación de toda una concepción devenida arcaica –su propio diseño, los instrumentos que utiliza y los actores involucrados– configura aspectos centrales de una etapa que adquiere ribetes re-fundacionales.
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