Luego de un período en que las restricciones financieras y económicas no sólo eran muy fuertes sino que se tensaban día a día, las autoridades están enfrentando una coyuntura bastante más benigna. Sin lugar a dudas, el mejoramiento de la situación se debe a las noticias alentadoras sobre la economía internacional ya que, en el orden interno, la evolución de la economía está aún muy determinada por una alta incertidumbre política. Esta incertidumbre está siendo alimentada, en buena medida, por la decisión del gobierno de “hacer política” a un ritmo que no deja tiempo, a veces, para evaluar con cierta serenidad las medidas que se adoptan y que tienen impacto sobre un amplio espectro de cuestiones.
Como resultado de todos estos eventos la situación está mudando rápidamente y lo que surge más o menos claramente es que, probablemente, habrá un nivel de actividad más tonificado –empujado más por el consumo que por la inversión– acompañado de mayor fragilidad macroeconómica, sobre todo en el frente fiscal donde se ahondan las necesidades de financiamiento. Debido a las mayores necesidades de financiamiento del sector público, la economía será más dependiente en el futuro de lo que ocurra con el apetito por riesgo emergente ya que este apetito determina la disponibilidad de financiamiento de mercado y los flujos de capital.
¿Estados Unidos deja atrás la recesión?
Como viene ocurriendo desde hace ya unos meses, la economía internacional muestra una evolución positiva, aunque ello no es suficiente para despejar las importantes dudas que subsisten sobre el futuro.
La noticia más positiva del mes es, sin dudas, que se ha registrado una tasa de crecimiento positiva en los Estados Unidos por primera vez desde el segundo trimestre de 2008. En el tercer trimestre (junio-setiembre) la economía habría crecido, en términos anualizados, a un ritmo del 3.5%. Muchos analistas argumentan que con esto se puede dar por terminada la recesión, aunque en sentido estricto este dato no alcanza. Para evaluar si la recesión terminó es necesario tomar una serie más amplia de indicadores, que es lo que hace el National Bureau que es el órgano encargado de la tarea. Este análisis técnico sólo se conocerá más adelante. Más allá de esto, por ahora los mercados están mostrando optimismo hacia el futuro y el Indice Industrial Dow Jones empezó a moverse cerca de la cota de los 10.000 puntos, que es considerada una barrera psicológica (aunque, sinceramente, no se sabe qué quiere decir esto último).
Si se confirma la salida de la recesión, ello sería una buena noticia per se ya que sería instrumental para dejar atrás el temor a un colapso cuyas consecuencias eran difíciles de cuantificar. Un temor, por otra parte, muy justificado: aún si se confirma que la recesión se superó, la caída que ya ocurrió es la más larga y profunda en todo el período que siguió a la Segunda Guerra y, además, se produjo luego de una larga etapa de recesiones suaves, que había sido por ello bautizada como de la “great moderation”.
Reconocer el carácter positivo de la noticia, no obstante, no debería llevar a ignorar la fragilidad que aún muestra la situación, tanto si se la mira a corto como a largo plazo. A corto plazo, hay que considerar que la reactivación de la demanda agregada está sostenida, de manera significativa, por las fuertes iniciativas anti-cíclicas del gobierno, tanto en el plano fiscal como en el monetario. La demanda se recuperó, pero en el marco de tasas de interés cercanas a cero y con estímulos fiscales al gasto como el del trueque de “efectivo por chatarra”. A mediano plazo, no está claro cuánto puede sostenerse una reactivación que no conlleva creación de empleo suficiente como para reducir el ritmo de aumento de la tasa de desempleo. Un desempleo alto con endeudamiento significativo de las familias no permite ser excesivamente optimista. En el más largo plazo, la cuestión más preocupante es el alto endeudamiento público en las economías desarrolladas. Un hecho no menor es que los Estados Unidos están discutiendo una reforma costosa del sistema de salud al tiempo que siguen con problemas en la región de Afganistán, lo que lleva a pensar que los costos de la guerra seguirán pesando sobre el presupuesto y la política en un momento en que la evolución presupuestaria de largo plazo está lejos de ser un lecho de rosas.
El alivio coyuntural y la reacción del gobierno
Parece, entonces, que el colapso es una amenaza menos preocupante que hace unos meses. En este sentido, el período más crítico se observó entre la caída de Lehman Brothers y la elección del 28 de junio. El indicador más claro de la gravedad de la situación lo daba el hecho de que la salida de capitales se aproximaba a los 2.000 millones mensuales. Luego, de la mano de una mejoría algo más rápida de lo esperado en la situación internacional, la coyuntura comenzó lentamente a mejorar. Un primer signo positivo para el país fue que los precios internacionales dejaron de caer y encontraron un piso que podría considerarse muy razonable, dada la situación internacional. Este hecho fue importante porque alejó el fantasma de un colapso de la recaudación en un contexto en que la misma ya estaba muy debilitada por la caída en el nivel de actividad. Un segundo signo positivo fue que se recuperó el apetito por el riesgo emergente. Esto tuvo efectos beneficiosos sobre Brasil: el real comenzó a apreciarse sensiblemente, mientras las estimaciones de crecimiento de nuestro vecino comenzaron a ser revisadas al alza. De esta forma, se revirtieron dos fuerzas que deprimían la demanda por nuestras exportaciones hacia el MERCOSUR. Un tercer signo positivo fue que, al ser las tasas de interés internacional muy bajas, un mayor apetito por riesgo emergente debilitó los incentivos para la salida de capitales. En octubre no sólo no salieron capitales sino que hubo entradas record; más acordes –por otra parte– con el enorme superávit de comercio que tiene hoy la Argentina. Estos eventos se tradujeron en caídas del riesgo país y un mejoramiento del clima financiero tan marcado que las autoridades comenzaron a especular con que sería posible volver a los mercados de crédito externo sobre la base de gestos minimalistas de buena voluntad. En este contexto se relanzó el canje de deuda.
Es natural conjeturar que cualquier grupo de mortales con tareas de gobierno sentirá una gran sensación de alivio si, a partir de una situación muy complicada, las cosas empiezan a ir mejor de lo previsto. A juzgar por la conducta gubernamental de estos días, las autoridades argentinas no son la excepción en relación con esta conjetura. Claro que, frecuentemente, con conocer un estado de ánimo no alcanza para predecir una conducta. Para comprender qué hará un determinado grupo a partir de una sensación de alivio hay que considerar la complejidad del aparato psíquico y lo difícil que es decidir con incertidumbre informativa y de modelo. De aquí que, para evaluar las reacciones que está teniendo el gobierno ante el alivio que provee una coyuntura internacional más benigna hay que tomar en cuenta que el grupo a cargo de las tareas ejecutivas:
(a) Tiene alta propensión a la hiperactividad política: esto se expresó en lo realizado con la ley de medios, la reforma política, el relanzamiento del canje de deuda, la suspensión de la ley de responsabilidad fiscal y la generalización del subsidio por hijo para desocupados y trabajadores informales.
(b) Reducida propensión a basar las decisiones en información confiable. El problema del INDEC sigue sin solución. Nadie explicó porqué si la pobreza no hace más que reducirse se hizo necesario actuar tan rápidamente a través de un DNU, sin pasar por el Congreso. Nótese que el Presupuesto fue enviado hace muy poco al Congreso y habría sido una excelente oportunidad para discutir si la mejor forma de financiar el programa de subsidios a la infancia era utilizando los fondos jubilatorios.
(c) Escasa voluntad por hacer explícito el modelo técnico de consistencia macroeconómica que se utiliza para evaluar las medidas que se toman. Dos ejemplos serán útiles para ilustrar el punto.
Ejemplo 1. no se conocen cálculos –detallados y con diferentes escenarios– del impacto de los subsidios por hijo sobre las cuentas públicas y las necesidades de financiamiento a corto y largo plazo. Tampoco se sabe mucho acerca del financiamiento del programa más allá de que el ANSES estará a cargo. Entre otros temas que necesitan de algún modelo macro para ser analizados en relación con esto figuran: ¿cómo va a afectar a la inflación en alimentos el hecho de que se otorgue de un día para otro un subsidio a los sectores más pobres, tomando en cuenta, por ejemplo, la reducción esperada en la oferta de carne? ¿Cómo afectará a la puja distributiva un aumento permanente del precio relativo de los alimentos inducido por el aumento permanente en el subsidio? ¿Los “menos” pobres que ya se alimentaban no pedirán compensaciones por tal suba de precios alimenticios? ¿Alcanzan los recursos para mantener los subsidios a la clase media y a los pobres? ¿Por qué los pobres que ya están jubilados deben aceptar que aumente el riesgo de que no haya fondos para ellos en ANSES en el futuro y además pagar los alimentos más caros con sus jubilaciones actuales?
Ejemplo 2. El gobierno está intentando reactivar la economía en un contexto en que no cuenta con recursos fiscales suficientes y debe enfrentar la presión de las provincias por más fondos, evitar desbordes sociales y continuar asignando fondos a diversos grupos que apoyan al gobierno. Por supuesto, históricamente, los gobiernos acuden al endeudamiento cuando desean posponer ajustes que son políticamente complicados. No sorprendentemente este es el camino que está ensayando el gobierno en la actualidad. Los dos pasos centrales que muestran esto son: las gestiones del ministro Boudou para volver a los mercados internacionales y la suspensión de la ley de responsabilidad fiscal por dos años, debido a que la situación en las provincias se hace cada vez más difícil y el ejecutivo utiliza una estrategia de “palos y zanahorias”: presiona para un voto afirmativo a sus propuestas y accede a abrir válvulas de escape para la iliquidez de los gobiernos provinciales. ¿Qué modelo se usó para evaluar si la mayor demanda de financiamiento de las provincias no desplazará al sector privado del mercado de crédito? ¿Cuánto financiamiento conseguirá el gobierno del exterior por la vía de reabrir el canje pero sin iniciativas complementarias orientadas a dar señales en el plano institucional? Obviamente, un primer paso obligado sería dar mayor credibilidad al INDEC, pero no existe voluntad en avanzar en este sentido. Otro punto importante sería buscar acuerdos de gobernabilidad con la oposición.
Los elementos (a), (b) y (c), que son el núcleo de la lógica de comportamiento del gobierno, son centrales para evaluar la coyuntura porque todos ellos tienen el mismo efecto: aumentan la incertidumbre macroeconómica.
La hiperactividad política genera incertidumbre porque en tal contexto es difícil leer cuál será la nueva configuración de la política, luego del resultado electoral de junio. Puede argumentarse que hasta ahora la situación es funcional al gobierno porque, a pesar de las expectativas en contrario, éste logró retomar la iniciativa justamente porque “hace política”. Más allá de la validez del argumento lo cierto es que la hiperactividad tiene costos: para un inversor es muy difícil prever en qué tipo de país está invirtiendo sus recursos. La falta de confiabilidad del INDEC y la no explicitación del modelo macro –dejando de lado las obvias consideraciones de transparencia– son hechos negativos en sí mismos porque, al ser fuente de incertidumbre, fomentan las conductas defensivas en las decisiones que involucran el largo plazo y ello se revierte en salida de capitales y falta de creación de empleo genuino.
Todo indica que ante el alivio coyuntural, el gobierno consideró que tiene margen para tomar más riesgos políticos y actuó en consecuencia. En finanzas, quien toma más riesgos, espera más beneficios. En política podría pensarse en aplicar una regla similar. Sin embargo, hay un problema. Típicamente, si la estrategia audaz resulta, quienes se apropian de los beneficios políticos son, primariamente, los grupos que decidieron implementar esas estrategias. Pero si las políticas fallan, los costos son pagados por un amplio conjunto de ciudadanos. No sorprende que, ante tal eventualidad, quienes pueden hacerlo opten por tomar posiciones defensivas y flexibles que permitan evitar pagar los costos ante un eventual fracaso. Esto normalmente se expresa como una baja tasa de inversión. En función de este análisis, hay tres conclusiones a remarcar.
1. Una estrategia de alto riesgo reclama una evaluación de cuáles son las principales vulnerabilidades de las políticas en curso. Un hecho importante es que el estado de las economías desarrolladas es aún muy incierto y diferentes escenarios son posibles. Por una parte, las buenas expectativas podrían sufrir un cambio si hay noticias negativas sobre la evolución de la economía real (consumo, desempleo) o sobre el crédito o si la corrección alcista en los mercados se revierte. Segundo, si, por el contrario, la expansión se acelera mucho, probablemente los bancos centrales corregirán la tasa de interés hacia arriba y ello podría afectar el apetito por riesgo emergente de manera marcada, como ocurre frecuentemente.
2. Si el gobierno genera un déficit fiscal mayor como correlato de su “hacer política” y confía en cerrar la brecha con financiamiento, una reversión de las expectativas con salida de capitales generaría de manera rápida la necesidad de ajustar las cuentas públicas por razones de liquidez. Por ahora, el ministro Boudou ha dado algunos pasos para reconstruir la relación con los mercados internacionales y, aunque no está claro hasta dónde cuenta con apoyo de quienes deciden dentro del gobierno, este cambio de rumbo parcial ha sido funcional para desalentar la fuga de capitales, que venía siendo uno de los escollos más importantes para una recuperación de la demanda agregada.
3. En un escenario positivo donde el alivio internacional continúa, si la situación política no entra en aguas más calmas y previsibles, la economía probablemente seguiría un camino con reactivación basada en el consumo y con un bajo coeficiente de inversión. El consumo se entonaría en conjunción con los subsidios por hijo y la persistencia de déficit fiscal, probablemente financiado con entrada de capitales de corto plazo. La inversión sería escasa, en parte porque el gobierno acaba de aumentar el gasto en cerca de un punto del producto y esto desplazará gasto de inversión y, en parte, porque subsistirán las conductas defensivas. En este escenario la inflación rápidamente volvería al centro de la escena, junto con restricciones de oferta por la falta de inversión en infraestructura, del tipo de las observadas en el período de alto crecimiento anterior a la crisis.
En suma, el gobierno parece conseguir sus objetivos “haciendo política” pero lo hace a un costo importante en términos de deterioro de las reglas de juego y aumento de la incertidumbre macroeconómica.