América Latina y la crisis: sobre los desafíos de la recuperación

2009

La crisis internacional se está transmitiendo hacia América Latina a través de canales tanto financieros como comerciales. Una idea  respecto del tamaño de los shocks que está recibiendo la región la da el impacto sobre el grupo LAC-4 (Argentina, Brasil, Chile y México). Este grupo, que representa cerca del 80% del PBI regional, está sufriendo simultáneamente un sudden stop y un colapso de comercial, con fuerte caída tanto de exportaciones como de importaciones.

 América Latina podría contar con cierta ventaja comparativa para enfrentar los desafíos del período de recuperación de la crisis en la medida en que ya ha pasado por otros episodios de stress financiero y macroeconómico. Claro que, para aprovechar esas ventajas potenciales, debería tomar en cuenta las lecciones del pasado y trazar líneas de estrategia claras para la recuperación. Nos parece importante llamar la atención sobre cinco cuestiones estratégicas en relación con esto.

La primera es que el objetivo fundamental para diseñar políticas de recuperación de la crisis debería ser evitar un proceso de “ajuste negativo”, como el que siguió a la crisis de la deuda de 1982 y que se tradujo en la larga depresión de la década pérdida. El ajuste de la economía al nuevo escenario internacional no debería basarse en la represión de las importaciones y del crecimiento. Como mínimo, el proceso de recuperación debería acercarse a lo logrado en los noventa y los dos mil, cuando varios países lograron recuperarse de los episodios de crisis de forma más rápida y menos costosa en términos de crecimiento.

Cumplir con este objetivo será difícil. Difícilmente se repetirán las condiciones de estabilidad y crecimiento mundial del período de la “gran moderación”. Seguramente el comercio internacional seguirá deprimido por un tiempo y continuarán las presiones proteccionistas. Esto quiere decir que habrá que redoblar los esfuerzos para que las exportaciones se resientan lo menos posible, de manera de evitar un ajuste severo en las importaciones. Esta necesidad sugiere la segunda cuestión estratégica: es imperioso privilegiar decididamente los incentivos al sector transable.

A diferencia de lo ocurrido en la década de los ochenta, no obstante, los incentivos no deberían ser solamente los de un tipo de cambio real competitivo. Si las políticas enfatizan exageradamente el rol de este instrumento, ello tendrá costos distributivos y, probablemente, inflacionarios difíciles de manejar. Los incentivos de precios relativos se deberían complementar con negociaciones internacionales agresivas para ganar acceso a mercados y con paquetes de políticas pro-competitivas orientadas a eliminar obstáculos estructurales tales como una baja inversión en innovación o falta de infraestructura para exportar y sustituir importaciones. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, las lecciones que dejaron los errores y aciertos de los noventa: las reformas suponen un sector público con un mínimo de eficiencia y las iniciativas pro-mercado deben integrarse con   los insumos complementarios que debe proveer el sector público, bajo la forma de bienes públicos y una inversión razonable en el sistema nacional de innovación.

La tercera cuestión estratégica es que va a ser necesario tomar en consideración todas las fuentes de financiamiento externo disponibles. Cada dólar de nuevo financiamiento que se consigue en una situación de racionamiento es un dólar menos que hay que ajustar el sector externo y, por lo tanto, un dólar menos de reducción de las importaciones. Un aspecto que ayuda es que la región cuenta hoy con una macroeconomía más ordenada y, por ende, es mejor sujeto de crédito. Por otra parte, hay países como Argentina que tienen una posición financiera neta acreedora con respecto al resto del mundo. Ello se debe a que el sector privado tiene una cartera con gran proporción de activos externos. Esta puede ser una fuente importante de financiamiento en la recuperación si se implementan políticas financieras y de incentivos apropiadas. Otro aspecto que puede ayudar es que, a diferencia de las crisis en los ochenta y los noventa, hoy el problema es global. Esto quiere decir que está en el interés de los países desarrollados mantener la demanda de exportaciones de los países emergentes. Por lo tanto, es de esperar que las instituciones financieras internacionales muestren mayor flexibilidad a la hora de proveer financiamiento a esos países. Este punto puede hacer una gran diferencia en relación a los períodos de recuperación en otras crisis, cuando la condicionalidad de los organismos no mostró un celo excesivo en evitar que el ajuste macroeconómico tomara un sesgo negativo y anti-importador.

Cuarto, es necesario preservar la sustentabilidad de las cuentas públicas. Un hecho común a todas las recuperaciones de crisis del pasado es que la recomposición de la posición financiera del sector público –particularmente la sustentabilidad de la deuda pública– fue central para recuperar el crecimiento. Si tal recomposición se realiza en el marco de un ajuste negativo en que los ingresos públicos por impuestos son bajos, recuperar el crecimiento se hace más difícil porque, en el corto plazo, hay que ajustar más el gasto público de inversión y se agravan los conflictos distributivos. Lo óptimo, entonces, es consolidar la deuda pública en un marco de crecimiento, como ocurrió en varios países de la región  en los 2000. De cualquier manera, como se dijo, las cuentas públicas de la región lucen mejor actualmente que en episodios de stress anteriores.

Quinto y último, es necesario utilizar con criterio estratégico los grados de libertad que haya para hacer política fiscal anti-cíclica. Un punto a subrayar, en relación con esto, es que a pesar de la magnitud de la crisis, los grados de libertad para implementar iniciativas anti-cíclicas y, simultáneamente, preservar la estabilidad financiera del sector público no son nulos en la presente situación. Esto se explica por el hecho de que las políticas anteriores a la crisis en el plano macroeconómico fueron, en general, más prudentes que en el pasado. La estrategia central para usar los grados de libertad existentes para hacer política fiscal anti-cíclica debería ser la de expandir el gasto o reducir los impuestos con criterio de largo plazo y social. Esto supone imprimir un sesgo hacia el gasto en infraestructura para crecer; hacia los incentivos al sector transable y hacia el reforzamiento de la cobertura social de los grupos vulnerables.

 

Palabras clave: América Latina, crisis internacional, perspectivas macroeconómicas, políticas económicas , sector externo

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