21/03/2016 Por: José Fanelli (CEDES)
Esta semana, el Presidente Macri afirmó que, si no se aprobaran en el Congreso la derogación de las leyes cerrojo y de pago soberano, el país podría enfrentar una dicotomía cruel: ajuste o hiperinflación. Probablemente esto es parte de una estrategia de cargar las tintas al pintar el futuro, propia de un momento tenso de negociación. Sobre todo la alusión a la hiperinflación que es altamente improbable, porque ajuste de uno u otro tipo va a haber y lo que el Presidente afirma es que su intensidad a corto plazo será mucho mayor sin crédito externo. También hay que considerar, no obstante, que toda esta discusión sobre la intensidad del ajuste se refiere al corto plazo. A mediano plazo la Argentina no puede eludir la tarea de reducir marcadamente el coeficiente de déficit fiscal primario/PBI. Ese coeficiente hoy se encuentra en valores del orden del 5,8% que es insostenible. Más allá de esto, las declaraciones del Presidente son un buen pretexto para evaluar, por un lado, cuáles son los desafíos económicos que habrá que enfrentar y, por otro, estrategias alternativas para hacerlo.
Un ajuste “enorme”-para usar las palabras de Prat-Gay- buscaría reducir el coeficiente déficit fiscal/PBI en un plazo muy breve y ello supondría introducir medidas fiscales que deberían incluir la reducción del empleo público, relaciones tensas con las provincias y correcciones en las tarifas para achicar subsidios. Tampoco se podría descartar la imposición de nuevos impuestos “de emergencia”. Desde el punto de vista de la eficiencia y el crecimiento, reducir el gasto sería más coherente que aumentar impuestos, dado que la presión tributaria llegó a niveles que son poco compatibles con el ingreso per cápita de la Argentina. Estas medidas, huelga decirlo, tendrían fuerte impacto sobre la distribución del ingreso. Habría ganadores y perdedores netos y ello alimentaría la conflictividad social.
Una hiperinflación o, siendo algo menos pesimistas, algún tipo de ajuste caótico con inflación muy alta, sería probable en un escenario de ajuste drástico pero implementado a medias. Por ejemplo, el gobierno introduce muy fuertes incrementos en las tarifas, se atrasa con proveedores, corta los planes de obra pública. Pero evita despidos en el sector público. En cuanto al dólar, deja que se ajuste todo lo que el mercado determine, que sería mucho porque la incertidumbre impulsaría la salida de capitales. Por la presión sindical -que aún sería alta porque el desempleo no habría subido excesivamente¬-, los salarios se ajustan en consonancia con la inflación y ésta se acelera. Como el ajuste fiscal es a medias el gobierno emite para financiarse y convalida la inflación. La economía funciona sin ancla nominal de referencia para las expectativas y debido a la incertidumbre tanto respecto a precios como a cantidades, la economía entra en recesión.
Un ajuste caótico tiene un aspecto que es clave resaltar: como el caos genera caída del producto y de la recaudación se entra en un escenario donde el coeficiente déficit/PBI sube no tanto porque sube el déficit como porque cae el PBI. Así, la economía se interna en un círculo vicioso en el cual las autoridades reducen en algo el déficit, pero ello no logra sacar a la economía del caos porque el ajuste fiscal y, sobre todo la incertidumbre, alimentan la recesión. La inflación se retroalimenta porque en un escenario así se mantiene firme la salida de capitales y el incremento del tipo de cambio: los pesos que el gobierno emite para financiarse son usados por el público para comprar dólares. Es lo que ocurre cuando no hay un cepo. Además, normalmente el gobierno no está muy interesado en frenar el dólar porque considera que dar incentivos a las exportaciones es la única forma de generar demanda agregada, cuando el resto de los componentes de ella muestran una dinámica pobre.
Sin embargo, el mundo no se acaba y aparece un factor de estabilización. En una situación que se hace cada vez más recesiva, las demandas salariales comienzan a moderarse mucho por el miedo a perder el empleo. Es sabido que el desempleo es el factor que más disciplina las demandas laborales. Al final de la historia la economía se ajusta a salarios más bajos y tipo de cambio real mucho más alto. Esto último produce saldos positivos importantes en la cuenta comercial que suavizan la restricción externa y generan demanda agregada al aumentar las exportaciones netas. ¿Y qué pasa con las cuentas fiscales? Como dijimos es difícil eliminar el déficit cuando la economía está en recesión. Por ello además de la caída del gasto público normalmente se recurre a nuevos impuestos (ej.: impuesto al cheque; retenciones) o se incrementan las tasas de los existentes (IVA de 18% a 21%). Si con esto las cuentas fiscales se estabilizan y existe superávit externo, están dadas las condiciones para crecer y al caos sigue una reactivación “fácil” gracias al desempleo y la capacidad ociosa.
Al final del ajuste caótico hay, entonces, crecimiento. Pero es un crecimiento cortoplacista que se produce con un capital social deteriorado debido a los conflictos sociales y con las provincias y porque erosiona la confianza que es la sustancia con que se construye el capital social. Por el desgaste del capital social, luego del ajuste y cuando se va haciendo más o menos claro que el desempleo no es una amenaza, las demandas salariales y de beneficios al sector público serán crecientes y con poco cuidado en evitar caer en la misma trampa de un déficit insostenible. Esto es un problema no menor porque el crecimiento luego del ajuste no se basará en un crecimiento genuino de la productividad sino en la ocupación de la capacidad y la mano de obra ociosas. Es normal que las semillas para el próximo ajuste se planteen en el momento en que las demandas salariales tiendan a superar el incremento de la productividad, dañando la competitividad externa. Si no hay confianza no hay por qué posponer demandas presentes en pos de promesas de crecimiento futuro. Sin reconstrucción del capital social se complica la acumulación de capital físico y humano.
Desde esta perspectiva, el ajuste gradual que proponen las autoridades podría verse como un intento de superar la historia anterior para preservar el capital social, que es un insumo central del crecimiento de la productividad.
Para el presidente “la forma de salir es un ajuste gradual, un crecimiento gradual reduciendo todos los desajustes”. Hay que poner atención a la última parte de las declaraciones de Macri: se espera que sea “un crecimiento gradual” el que vaya “reduciendo todos los desajustes”. En otras palabras: la idea es que el cociente entre el déficit fiscal y el PBI se reduzca, sobre todo, porque crece el PBI y no tanto porque cae el déficit. Si esto ocurriera pasarían tres cosas muy ventajosas. Primero, el ajuste del déficit se produciría en el marco de una expansión del empleo y ello significa a su vez un aumento de la masa salarial que siempre ha actuado como un bálsamo para el conflicto social y la reducción de la pobreza. Segundo, al crecer el producto aumentaría la demanda de dinero y se haría más fácil manejar el exceso de oferta de dinero. Hoy el Banco Central debe manejar un exceso de oferta de dinero (monetary overhang) originado no sólo en el déficit fiscal sino también las obligaciones asumidas en los futuros del dólar por la autoridad anterior que hoy obligan al Banco Central a absorber el dinero sobrante pagando tasas de interés muy altas. Tercero, con el producto aumenta también la recaudación tributaria.
El gobierno ya planteó las grandes metas de un ajuste gradual para su mandato: una inflación de un dígito y un déficit fiscal que se aproxime a cero en 2019. Pero el cumplimiento de estas metas será harto difícil. Vale la pena mencionar tres obstáculos.
El primero es que en 2016 no habrá crecimiento relevante y, por lo tanto, no es posible esperar que el coeficiente déficit/PBI caiga debido al crecimiento del PBI. Es aquí justamente donde entra el arreglo con los holdouts: para evitar un ajuste fiscal drástico, se espera financiar parte del déficit con fondos externos y, también, con los fondos privados que estén disponibles. El financiamiento del primer año, entonces, estará en buena parte dedicado a financiar una transición que trata de minimizar conflictos. Se puede argumentar que sería mejor ajustar más el déficit fiscal para liberar fondos para el crecimiento. Pero difícilmente habrá un crecimiento sólido en un contexto de inestabilidad política originada en el conflicto distributivo e institucional.
El segundo obstáculo es que hay que lograr que la economía crezca de manera robusta en 2017 y, por más que el ajuste sea gradual, no puede esperarse mucho del consumo ni, obviamente, del gasto público. Por lo tanto deberán ser la inversión y las exportaciones las que tiren del carro. Esto no va a ocurrir si los precios relativos no se recomponen. Las tarifas de energía y transporte deben subir para buscar su equilibrio y el salario en dólares debe bajar. ¿Cómo repercutirá esto en el salario real? Contestar esta pregunta es crítico para que no se desmadren las negociaciones salariales. Si el salario real expresado en dólares sube quiere decir que el poder adquisitivo de los salarios en términos de bienes transables va a caer. La única alternativa para amortiguar este hecho es que el salario suba en términos de no transables. Para eso es fundamental no sólo combatir a quienes tengan poder de mercado, muchas veces adquirido en la administración anterior. Además, habría que ir abriendo paulatinamente la economía, que hoy está muy cerrada. Si esto no pasa la caída del salario real va a ser poco tolerable o, alternativamente, la economía se estará endeudando en el exterior para contar con un salario en dólares alto pero no sostenible.
El tercer obstáculo es que para financiar el déficit fiscal, el arreglo con los holdouts, y los vencimientos de deuda el gobierno debe colocar una gran cantidad de deuda en los mercados internacionales, algo que no será fácil en las condiciones actuales de los países emergentes. Tiene a favor que el país no está exageradamente endeudado en dólares y el efecto “bienvenida” del tipo que gozó Macri en Davos. En vista de esto, el énfasis debería estar puesto en financiar la inversión con inversión extranjera directa y, por supuesto, en la creación de vehículos de inversión en el mercado local para tentar al ahorrista doméstico que atesora divisas.
Quedan así planteados tres caminos posibles: ajuste drástico, ajuste caótico y ajuste gradual. Dependerá de la calidad de las políticas económicas y los consensos políticos que se alcancen para sostenerlas que se dé una u otra alternativa. Lamentablemente hay que decir que, cuando la Argentina enfrentó la necesidad de realizar ajustes de magnitud, primó al final del día el ajuste caótico y, además, típicamente ese ajuste fue precedido por el fracaso de programas tanto graduales como drásticos de estabilización. Esto va del Rodrigazo, la caída de la “tablita” en 1981 y el Plan Primavera a los varios intentos de ajuste que precedieron a la crisis del 2001. Pero también es cierto que la situación actual es mucho mejor y no es comparable a lo que precedió a esos episodios. Hoy, en buena medida los desequilibrios han sido creados por “error humano”, por políticas tan desacertadas que lograron desaprovechar –en lo que hace a estabilidad y crecimiento- la mayor bonanza de términos del intercambio en cien años. La única apuesta posible hoy es tratar de compensar con menos errores humanos el hecho de que la situación internacional es mucho menos favorable. Veremos.