Argentina: crisis como oportunidad y la oportunidad de la crisis

2009

La crisis internacional desató temores y alarmas en muchos países del mundo, pero tuvo más efectos sobre algunos que sobre otros. Estados Unidos, como país originante, sufrió. Pero otros países desarrollados, como el caso de Europa o Japón, padecieron igual o más. En América Latina en general, y en Argentina en particular, la crisis se hizo sentir, lo que hizo desechar rápidamente la hipótesis del “desacople”.

En Argentina, que sobresale en las últimas décadas como uno de los países más golpeados por los shocks externos, la crisis repercutió, pero se sortearon los canales de profundización típicos de las últimas décadas. El país evitó esta vez los resultados usuales, a saber, crisis cambiaria, desequilibrio externo, descalabro financiero y caos fiscal. Y esto es así porque los fundamentals, como ha sido explicado ampliamente, eran hacia el comienzo de la profundización de la crisis (fines de 2008) los más seguros en mucho tiempo .

Se ha señalado que la crisis en Argentina es más bien de naturaleza interna. Pero esta visión requiere determinar, y pocos lo han hecho, cuáles son los cambios decisivos operados durante 2008 que dispararon tamaña incertidumbre. Aceptar esta visión requiere además reconocer la insuficiencia de los fundamentals macro como ancla de mediano plazo para asegurar el buen funcionamiento de la economía.

Aun cuando una crisis nunca es una buena noticia, la naturaleza cíclica del funcionamiento de la economía hace que la política macroeconómica se deba dedicar a prevenirlas, para sortearlas de la mejor manera posible, más que a evitarlas. La crisis golpeó, dentro de todo, en un buen momento. Y si bien no podemos afirmar, retóricamente, que la crisis está generando algo parecido a “una oportunidad”, sí podemos sugerir que la crisis se desató en un momento oportuno.

Pese a lo dicho, hay un aspecto que no debe ser minimizado. Argentina sufrió más que otras economías, incluso que las latinoamericanas, algunas de ellas con indicadores bastante menos robustos que los de nuestro país. Concretamente, nuestra economía sintió la crisis de manera directa por la vía de una menor demanda externa. Pero la menor demanda de exportaciones significó además un cambio drástico en las expectativas de evolución de la demanda interna. Así, la economía reaccionó ajustando bruscamente a la baja sus volúmenes de producción industrial, especialmente de los durables, y se detuvo la inversión. Este mecanismo de formación de expectativas no parece consistente con la dinámica de crecimiento de los últimos años, liderada claramente por la absorción interna, que explica prácticamente el total del crecimiento desde 2003, con un aporte mínimo de las exportaciones netas.

Del lado financiero también surgen interrogantes respecto de la respuesta de los agentes a la crisis. Aun con un panorama despejado basado en una deuda pública manejable, el sostenimiento de los “superávits gemelos”, y a un programa financiero cumplible; se observó una fuga de capitales similar en valores nominales a la del período pre-crisis de 2001. La naturaleza de una salida de capitales nunca es fácil de capturar, pero el fenómeno actual tiene dos características para remarcar. La primera es su elevada volatilidad de corto plazo, señal de que es la recolección de información más inmediata la que define su comportamiento. La segunda es que dos tercios de la compra de billetes han sido minoristas, presumiblemente familias e inversores menores, cuyo costo de oportunidad de informarse del “estado de la macroeconomía” puede ser elevado.

Una forma de explicar esto es suponer que las pretendidas certezas que brindan los fundamentals están lejos de ser objetivas, porque dependen de las percepciones puntuales de los agentes económicos. No es necesariamente cierto que un decisor forma expectativas acerca de los efectos de la crisis incorporando una configuración macroeconómica enteramente nueva. Una regla de decisión más simple y más precavida, es suponer que Argentina sigue siendo un país muy vulnerable a los shocks externos, independientemente de los cambios operados en la macro en los últimos años. Específicamente, por razones de cobertura un decisor puede seleccionar en la práctica aquellos fenómenos de observación directa que se repiten durante las crisis (debilidad política del gobierno, confrontaciones sectoriales), y dejar de lado análisis que requieren comprender las implicancias del cambio en el modo de funcionamiento de la economía. Además, en los momentos de crisis se suele exagerar la relevancia de las distorsiones microeconómicas, confundiendo sus potenciales efectos nocivos de corto y de largo plazo. El ejemplo más notable de esto último en el caso argentino fue el debate sobre los efectos de los derechos de exportación, que se suponía afectaba drásticamente los incentivos a la producción agropecuaria en el corto plazo.

Esto no equivale a decir que los agentes económicos son profundamente miopes; solo que la interpretación adecuada de los nuevos fundamentals (si es que, en definitiva, éstos reflejan la realidad) requiere un tiempo de adaptación o aprendizaje. Como los eventos de crisis son esporádicos, las oportunidades para aprender son contadas. Las decisiones ante la inminencia de una crisis requieren reflejos rápidos basados en información a mano, siendo la más barata la de los analistas económicos locales e internacionales que opinan en los medios. La insuficiente estrategia comunicacional oficial dio lugar a que la información sobre la crisis y sus efectos se convirtiera en un monólogo de previsiones pesimistas, que no dudaban incluso en asociar algunas tendencias con las de la dramática crisis de 2001.

Si esta hipótesis no fuera del todo equivocada, deberíamos observar que, en la medida que la crisis internacional cede y los agentes verifican la robustez de los equilibrios macroeconómicos, la demanda agregada y la producción observen una recuperación, sin la necesidad de cambios drásticos en el rumbo de la política económica. Pero en realidad esto depende crucialmente de cuán afectada fue la confianza en un principio. Una interpretación exageradamente pesimista por parte de los decisores principales, unida a los efectos concretos de una caída de la demanda externa, puede redundar en profecías autocumplidas que inducen círculos viciosos que derrumban las variables clave. Este “mal equilibrio” no ayuda, porque revela a los formadores de expectativas que tenían razón, lo que retrasa la recuperación y también el aprendizaje. En la práctica, por suerte o por pericia, las profecías autocumplidas parecen no haber ocurrido. Las reservas internacionales se sostuvieron, persiste la buena salud del sistema bancario, y los equilibrios macroeconómicos no corren peligro.

Una segunda implicancia de la hipótesis planteada es que las políticas para devolver la confianza (seguramente la variable más difícil de definir, medir, y explicar) deben tener en cuenta la posibilidad de que los agentes sesguen sus previsiones. Si bien hay políticas que pueden mejorar la confianza en todas las circunstancias, otras prometen un juego de acumulación de desequilibrios que termina por minar la capacidad de acción del Estado. Por ejemplo, no es conveniente que el Estado provea una suerte de “seguro macroeconómico” abultando el superávit fiscal hasta niveles estratosféricos, a la espera de que un shock de confianza que es potencial, supere un impulso fiscal negativo que es concreto. Y al revés, desfinanciarse completamente supone recalar en la necesidad de trabajar sobre la confianza internacional para recuperar el crédito perdido. Reacciones privadas no suficientemente fundadas requieren, por tanto, reacciones compensatoriamente moderadas por parte de un Estado que reconoce el alto grado de solidez de la situación macroeconómica.

Finalmente, es de esperar que el fin de los efectos de la crisis sobre Argentina brindará una oportunidad valiosa: enseñar que una administración macroeconómica preventiva paga a la hora de enfrentar shocks externos negativos. Si este esquema macro perdura, habrá tiempo para que los agentes reflexionen sobre una posible subestimación de la transitoriedad de la crisis. A la hora de enfrentar el siguiente trance, esto ayudará a mantener a raya el escepticismo.

 

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