Argentina: La economía (y las estadísticas) le hacen el aguante a la política

2015

 

La economía y las estadísticas están hoy totalmente subordinadas a la política. Recurriendo al lenguaje popular podría decirse que ambas le están haciendo el aguante a una situación política que se ha deteriorado de manera sustancial debido a dos hechos clave. El primero son las repercusiones de la dudosa muerte del fiscal Nisman; el segundo es que, al acercarse la fecha de recambio del gobierno, el poder del actual tiende a debilitarse; sobre todo teniendo en cuenta que no existe hoy un candidato con posibilidades ciertas de ganar la elección presidencial y dar seguridad de una "continuidad del modelo" sin fisuras.

 

Las estadísticas están aportando su cuota al aguante de manera generosa. Las autoridades económicas han vuelto a la senda de la distorsión de las cifras que hace un año parecían dispuestas a abandonar, cuando se cambió el índice de precios. La tasa de inflación se aleja definitivamente de las mediciones independientes. La cifra oficial para enero fue de 1.1%, que es aproximadamente la mitad de la inflación medida por el Congreso  y la Ciudad de Buenos Aires, que se ubica en alrededor del 2%.

La tasa de desocupación que se difundió, a su vez, reconoce una suba del 6.4% al 6.9%, pero esta cifra también está rodeada de dudas. Esta tasa de desempleo se calculó sobre la base de una tasa de participación en la oferta de trabajo que cae de 45.6 a 45.2, una cifra muy baja. De ser correctas, estas cifras estarían indicando que el desaliento para buscar trabajo estaría superando al incentivo a buscar trabajo para mejorar el ingreso del hogar en un contexto de recesión y caída de ingresos.

 

Es razonable conjeturar que probablemente se está subvaluando la tasa de participación para compensar el hecho de que la tasa de empleo es muy poco dinámica y cayó de 42.7 a 42.1. De esa forma, se evitó mostrar un aumento más fuerte en la tasa de desempleo.  Por último, el INDEC sigue sin publicar las cifras de pobreza y el rezago ya supera el año. Un hecho que raya en la irresponsabilidad política si se tiene en cuenta que el contexto de recesión y aumento del desempleo  seguramente están incidiendo de manera muy negativa sobre la pobreza. No hay que olvidar que, además del desempleo, también está subiendo el subempleo (pasó de 7.8% a 9.1%), con lo que el número de personas con problemas de empleo son ya más de 2.700.000.

 

La expresión "hacer el aguante" se utiliza típicamente para referirse a situaciones en que alguien decide dar apoyo a otra persona o institución aunque éstas se encuentren en una posición muy complicada. Quien hace el aguante no da excesivo peso a las consecuencias de más largo plazo de brindar apoyo. Traducido al lenguaje de la economía, el aguante significa que quien decide hacerlo tiene una tasa de descuento del futuro extremadamente alta. Y esto es justamente lo que se observa cuando se evalúan las políticas actuales desde la perspectiva del análisis costo-beneficio. Los instrumentos que vienen utilizando las autoridades económicas para hacer el aguante de la política tienen beneficios a cortísimo plazo pero conllevan grandes costos a mediano y largo plazo. La única forma de que la ecuación cierre es que la tasa usada para descontar los costos sea extremadamente alta.

 

En la coyuntura actual el aguante está funcionando. Esto es así en la medida en que, en otras situaciones de turbulencia política similares a la presente, la situación  financiera y cambiaria solía mostrar rasgos mucho más dramáticos. Además, en lo que hace a la evolución macroeconómica de cortísimo plazo, la estrategia del aguante tiene algunos éxitos adicionales para mostrar. Entre ellos se cuentan: haber parado la caída de las reservas; una desaceleración de la inflación no despreciable si se la compara con la observada en el primer trimestre de 2014 y la estabilización de la brecha cambiaria, que no ha aumentado más allá del ya abultado 50% que registra a pesar de las turbulencias políticas.

 

Cabe remarcar, no obstante, que más allá de los altísimos costos que habrá que pagar a mediano plazo, esta evolución está lejos de indicar que la economía se encamina hacia una mayor estabilidad. La razón básica es que las medidas actuales no se orientan a reducir los desequilibrios en el frente fiscal y el externo sino a reprimir los síntomas políticamente más dañinos, como la inflación. La represión de variables fundamentales –como el tipo de cambio, las tarifas o la oferta monetaria– ha creado inconsistencias que las autoridades han podido ir manejando, pero más temprano que tarde esas variables deberán moverse hacia el equilibrio. En experiencias de  "des-represión" del pasado, el movimiento hacia el equilibrio ha sido normalmente acompañado de efectos colaterales negativos como aceleración de la inflación, recesión y aumento del desempleo.

 

En relación con los factores que podrían causar la desestabilización de las estrategias actuales y dar lugar al tipo de efectos colaterales antes mencionados, vale la pena echar una mirada a la dimensión monetaria del aguante.

 

Un pilar fundamental de la estrategia es la restricción monetaria. El Banco Central se ha dedicado durante meses a absorber de manera sistemática la emisión originada en el financiamiento del déficit fiscal, lo que implicó realizar operaciones de mercado abierto a gran escala. La colocación de LEBAC llevó el stock de esos instrumentos en un año de un monto de 115.458 millones a otro de 303.116 por estos días. Prácticamente se duplicó el stock. El plazo promedio es de alrededor de cinco meses y la tasa media del 28% anual. Esto quiere decir que sólo para refinanciar los intereses habría que aumentar en casi un tercio el stock de LEBAC por año y a eso habría que agregarle las emisiones adicionales para financiar al gobierno y las operaciones para esterilizar el efecto monetario de un eventual incremento de reservas. Esta dinámica es insostenible y, en algún momento, este mecanismo deberá ser desactivado. Pero desactivarlo, sin embargo, no es compatible con el aguante. Si el gobierno deja de realizar operaciones de mercado abierto para neutralizar la emisión, se dispararía la cantidad de dinero en manos privadas y la oferta de crédito bancario al sector privado. En un contexto así, parte de la mayor liquidez se canalizaría al mercado paralelo ampliando la brecha cambiaria y haciendo muy difícil seguir con la política de atraso cambiario oficial, al reactivarse las expectativas de un salto devaluatorio. Obviamente, una alternativa sería dejar de emitir para financiar el déficit, pero ello significaría implementar un ajuste fiscal que también es incompatible con el aguante.

 

Un segundo pilar es la intervención "indirecta" del Banco Central en el mercado paralelo a través de la venta de dólares ahorro autorizada por la AFIP. Durante el año 2014 el monto de esas ventas llegó a 2970 millones de dólares. Es una cifra similar a lo que consiguió el Banco Central a través de los swaps con China, de 3114 millones. Esto quiere decir que, de hecho, el país tomó los swaps para venderle dólares a los asalariados formales de alto ingreso. En principio, esta conducta parece poco racional, sobre todo si se considera que simultáneamente las autoridades mezquinaron divisas para importaciones que son vitales para mantener el nivel de actividad. Sin embargo, la sospecha de irracionalidad se despeja rápidamente cuando se tienen en cuenta dos factores. Por un lado, buena parte de los dólares "ahorro" en realidad son rápidamente vendidos en el mercado negro, lo que rinde un beneficio instantáneo que fácilmente llega al 25%. Esto implica que los dólares que vende el Banco Central alimentan la oferta del paralelo. Por otro lado, quienes efectivamente atesoran los dólares ahorro no van a comprarlos al mercado paralelo, con lo que cae la demanda. El resultado final es que, sea por aumento de la oferta o por reducción de la demanda, gracias a la venta de dólares ahorro hubo una permanente presión a la baja sobre el dólar marginal.

 

En suma, estos hechos sugieren que el gobierno está dispuesto a firmar un acuerdo de largo plazo con China –que es como una política de promoción industrial pero al revés– sólo para asegurar que tendrá acceso a dólares para estabilizar la brecha a muy corto plazo. Parece evidente que la tasa de descuento utilizada para evaluar los costos futuros para el aparato productivo ha sido muy alta.         

 

Los hechos que acabamos de describir implican que la estrategia del aguante, en definitiva, es una combinación de dominancia fiscal y restricción monetaria y, como es sabido, esa combinación es altamente inestable. Por lo tanto, estará latente durante todo el año el riesgo de desestabilización. Una forma simple de mostrar este punto es notar que la estrategia requiere de la presencia simultánea de represión y recesión.

 

La represión seguirá vigente porque si no hay ajuste de precios relativos y del gasto público y los desbalances no se cierran, habrá que mantener la presión sobre las variables que están fuera de línea y ello profundizará de manera automática los desequilibrios. Para prolongar el aguante de la inflación, el dólar seguirá subiendo a un ritmo muy inferior al de los precios y lo mismo ocurrirá con las tarifas de transporte y de servicios públicos. En ese marco, la competitividad y la represión de importaciones estarán lejos de mejorar al tiempo que los subsidios presionarán permanentemente sobre el déficit fiscal. La recesión, a su vez, seguirá presente como un rasgo de la coyuntura porque el Banco Central no puede renunciar a la astringencia monetaria, lo que significa seguir con la represión del crédito al sector privado para hacer lugar al financiamiento del déficit fiscal y mantener a raya las expectativas de devaluación y la inflación. 

 

Esta situación de represión con recesión da lugar a dos tipos de riesgo de desestabilización por razones que son diferentes y, hasta cierto punto, contradictorias entre sí. El primer tipo de riesgo es que el atraso cambiario y/o el déficit fiscal se profundicen de manera  marcada. Esto ocurriría si la inflación se sale de línea –por ejemplo, por presión de los salaros en un contexto electoral– y los agentes anticipan que la situación se descontrolará. Si esto ocurriera, caería la demanda de dinero y subiría, como contrapartida, la de divisas. Al gobierno le sería muy difícil mantener la estrategia del aguante y debería tomar medidas con costos de ajuste que no podría "patear" hacia adelante como hoy está ocurriendo. La segunda fuente de riesgo aparecería, paradojalmente, si la estrategia de aguante siguiera siendo exitosa. Por ejemplo, ayudada por precios internacionales de la energía muy bajos que resten presión sobre el déficit fiscal y el externo. En un escenario así, aumentaría la tentación de las autoridades por expandir el gasto público y el crédito para impulsar el consumo y ello haría mucho más difícil mantener en pie uno de los factores que ayudaron a estabilizar las reservas, la brecha cambiaria y la inflación: la astringencia monetaria y crediticia. En este caso, si el gobierno gasta más sin reprimir concomitantemente el gasto privado como lo hace actualmente, luego de poco andar podrían aparecer signos de desestabilización importantes en relación con la inflación y la especulación cambiaria, lo que debilitaría los efectos benéficos del incremento de consumo para el nivel de actividad.

 

La tasa de descuento que utiliza hoy el gobierno hace "desaparecer" los costos de sus políticas. Pero esa tasa está oculta. Se puede inferir pero no se puede observar. Es justamente por esto que las autoridades pueden afirmar que los beneficios actuales se están logrando sin costos. En función de esto, en el momento del futuro en que los costos efectivamente se manifiesten, si el oficialismo actual estuviera en la oposición,  podría argumentar que los problemas que se observan no se derivan de políticas anteriores. Eso lo dejaría en la posición de poder denunciar la insensibilidad del gobierno de turno. Esta es una razón adicional por la que la actual estrategia de aguante es tan atractiva. Pero también, obviamente, tiene sus riesgos: los costos podrían hacerse visibles durante este año si la situación se desestabilizara y el gobierno se viera obligado a enfrentar los desequilibrios. La pregunta natural, entonces, es: ¿cuánto tar darán los desequilibrios en hacerse incontrolables? Lamentablemente es muy difícil contestar esta pregunta: la economía es mucho más efectiva para identificar desequilibrios y dar cuenta de por qué no podrían durar que para explicar cuánto duran los desequilibrios. Esta es la razón por la que es tan frecuente observar apuestas en el campo de la política basadas en políticas económicas inconsistentes.

 

Observatorio Económico de Red Sudamericana de Economía Aplicada  OERED