Cuando se compara la evolución de la actividad económica en el primer semestre de este año con la de igual período del año anterior se comprueba la real dimensión de la desaceleración que ha sufrido el nivel de actividad en Argentina. La tasa de crecimiento de todos los componentes de la demanda agregada se mueven en la misma dirección de caída, con excepción del gasto público que ha seguido evolucionando de forma sostenida, como lo viene haciendo en los últimos años.
Aunque no se espera que este cuadro general sufra un vuelco importante, es también probable que no se agrave gracias a la muy buena evolución del precio de la soja y otras commodities que el país exporta. Asimismo, en el muy corto plazo, el consumo se ve favorecido por el hecho de que el gobierno emite dinero fluidamente para financiar el déficit. El consumo se favorece porque el gobierno no permite que los pesos que emite sean utilizados para atesorar dólares y, como las tasas de interés reales son negativas y la voluntad de invertir en un contexto como el presente es débil, por descarte la alternativa que eligen muchos agentes es aumentar el consumo, incluyendo los no durables.
Dentro de este escenario y de mantenerse sin cambios la orientación de la política económica, las autoridades cuentan con pocos instrumentos para revertir los desequilibrios, por lo que deberán seguir confiando en los controles y la intervención para evitar que los desequilibrios devengan inestables. La evolución del nivel de actividad que resulte de este contexto y la posibilidad de mantener la orientación de política dependen críticamente del factor “suerte”: evolución de los precios internacionales, clima, etc.
Del hecho de que la suerte tenga un rol protagónico se sigue que los niveles de riesgo serán altos aún si mejoran en algo los indicadores de actividad. El riesgo más importante de un escenario “sin suerte” es que la economía se interne por los inestables caminos de la recesión con inflación, probablemente de la mano de un incremento en la brecha cambiaria. Veamos.
Gasto público, ciclo y errores no forzados
Uno de los rasgos que define la política económica en los últimos años es que el gasto público sube siempre. Como a través de estos años hubo shocks que cambiaron las condiciones de la economía, la política de aumentar el gasto público siempre tuvo efectos distintos en momentos distintos: algunas veces esa política jugó a favor y otras en contra de la estabilidad macroeconómica. En los momentos en que ocurrieron shocks que generaron fuerzas recesivas, la expansión del gasto resultó contra-cíclica, amortiguando los efectos negativos de esos shocks sobre el empleo, un hecho indudablemente positivo. En los momentos de expansión, en cambio, el incremento del gasto resultó pro-cíclico, agregando presión de demanda cuando la economía ya estaba en expansión, lo que resultó sin dudas perjudicial para la estabilidad en la medida que incrementó la inflación.
Dos ejemplos son relevantes en relación con esto. Ejemplo de efecto anti-cíclico: luego del shock internacional de fines de 2008, la expansión del gasto amortiguó la recesión. Ejemplo pro-cíclico: cuando la economía se recupera del golpe de 2008 (sobre todo hacia fines de 2010 y 2011), la exagerada expansión del gasto público no sólo alimentó la inflación sino que hizo desaparecer los “superávit gemelos”. El superávit fiscal desapareció porque el incremento del gasto superó incluso el fuerte aumento de la recaudación que se produjo de la mano de la reactivación. El superávit de cuenta corriente despareció por el brutal incremento del déficit de la balanza energética, que se debió al efecto conjunto de los subsidios al consumo de energía y la caída de la oferta por falta de inversión en el sector.
La expansión del gasto en 2010-2011 fue un error no forzado: no había razones económicas para actuar de esa manera. Por supuesto, esta metáfora es sólo válida si nos restringimos al ámbito de la economía. Si incluimos las variables políticas dentro del análisis el panorama cambia: es fácil conjeturar que el error no forzado en realidad se explica por el objetivo de expandir el gasto por razones electorales. La lógica de la política puede, así, dar fundamento a las acciones de los hombres y las mujeres. Lo que no puede, en cambio, es transformar la realidad de la economía: lo que es pro-cíclico, es pro-cíclico: el error no forzado económicamente de expandir el gasto de forma pro-cíclica en el período 2010-11 tuvo consecuencias objetivas medibles: desaparecieron los superávit gemelos y se aceleró la inflación. Una consecuencia directa de esto es que hoy el gobierno tiene muy pocos instrumentos para hacer política anti-cíclica.
Podría pensarse que nada cambió como consecuencia del error no forzado: hoy el gasto público se sigue expandiendo y, además, vuelve a ser beneficiosamente anti-cíclico. Gracias a la expansión actual, no se están profundizando las fuerzas recesivas. Esto es indudable. El punto es que, a diferencia de 2008 el gobierno hoy no puede mantener la política anti-cíclica por dos razones. Primero, no tiene fondos para financiar la expansión anti-cíclica con recursos propios, como sí tenía en 2008, gracias a los superávit que había acumulado previamente. Segundo, si mantiene el nivel de actividad, aumenta la demanda de dólares para financiar importaciones y se agranda la brecha de la balanza comercial energética. En 2008 la restricción externa no estaba operativa gracias a que existía superávit de cuenta corriente.
La forma más simple de constatar la falta de grados de libertad para hacer política anti-cíclica es la siguiente: si se pregunta por qué a la economía podría irle mejor en el segundo semestre que en el primero de este año, la respuesta incluiría los siguientes elementos: (a) la economía del Brasil puede evolucionar de mejor manera; (b) el clima ayudará más que recientemente, cuando fuimos afectados por la sequía; (c) los mejores precios internacionales de la soja y otros productos que exportamos, aportarán recursos al fisco y demanda a la economía; (d) hay menores compromisos de pagos de deuda, sobre todo si se considera que no habrá que pagar el bono atado al PBI, debido al mal desempeño del PBI en el año en curso. En otras palabras, si a la economía le va mejor, ello será por la operación de factores externos; de factores que no dependen de las decisiones de las autoridades: la buena suerte podría compensar los errores no forzados del partido, mejorando la posición en el juego.
La visión de que el escenario económico podría mejorar a partir del segundo semestre se basa en hechos que pueden considerarse probables, aunque por supuesto nadie sabe a ciencia cierta si el clima será efectivamente favorable o si el precio de la soja se mantendrá con un escenario de desaceleración en China o nuevas turbulencias en Europa. Tampoco se sabe con certeza si las medidas que está tomando el gobierno brasileño serán suficientes para reactivar la demanda agregada y, si no lo fueran, las autoridades podrían optar por políticas más agresivas en el plano monetario, lo cual se traduciría en una depreciación de la moneda brasileña, un hecho poco alentador para nuestras exportaciones hacia ese país.
Cabe acotar, no obstante, que aún si las variables externas se comportaran de forma positiva, la herencia de los desajustes actuales no desaparecerá. En particular:
(a) La tasa de inflación no se va a reducir por sí sola. Haría falta que las autoridades redujeran de manera significativa la tasa de emisión monetaria y lo complementaran con un programa para combatir la inflación. Sin acceso a los mercados de deuda voluntarios, esto exigiría mayor control del déficit fiscal.
(b) El déficit no caerá por sí solo. El gobierno contará con más caja por los menores pagos de deuda y mayor recaudación por retenciones. Pero también es cierto que este año se están acumulando una serie de reclamos en las provincias, municipios y otros sectores acostumbrados a recibir subsidios generosos. En el año 2013 hay elecciones.
(c) La competitividad no mejorará automáticamente. Si la inflación no se modera, el tipo de cambio real seguirá cayendo y, con ello, la competitividad de la economía: la rentabilidad que se gana por el mayor precio de la soja y otros productos será erosionada por la apreciación. Para evitarlo, habría que aumentar el deslizamiento cambiario, pero ello alimentaría la inflación si no se modera la emisión y las tasas de interés siguen siendo negativas.
(d) El déficit en la balanza energética es estructural. Si la economía se reactivara, aumentarían todas las importaciones y especialmente las de energía, como ocurrió en la última expansión cíclica. La oferta local de energía no es elástica. Por lo tanto, es clave lo que las autoridades decidan hacer con los subsidios al transporte y a la energía: esos subsidios incrementan la demanda y, por ende, alimentan el fuerte desequilibrio de la balanza energética.
En suma, una configuración más positiva de ciertas variables daría mucho más aire para corregir las distorsiones más evidentes, como la inflación, la erosión de la competitividad, los subsidios y la dominancia de la política fiscal sobre la monetaria. Con más aire, sería posible realizar políticas anti-cíclicas sustentables, que no hagan caer todo el peso sobre el gasto público y el consumo. Si hay aire y no hay inversión es porque no hay certidumbre. De aquí que hoy la política anti-cíclica más contundente que podría hacer la Argentina es la de brindar un marco de consistencia y confianza para liberar la inversión productiva. La inversión es buena para evitar la recesión porque aumenta la demanda agregada; en esto no se diferencia del consumo y el gasto público. Además, como la inversión genera demanda de empleo, tampoco viola la lógica de la política. Pero la inversión tiene una diferencia a su favor: genera crecimiento sostenible al expandir la capacidad de producción. En realidad, con estos precios internacionales, si se evitaran los errores no forzados, el problema debería ser cómo parar la inversión para que no se recaliente la economía y no cómo reactivarla.
Obviamente, la “suerte” también genera aire para seguir con la política de expandir el gasto en un período electoral, al mejorar la disponibilidad de caja. Optar por esta alternativa implica que los desequilibrios se seguirán profundizando y que harán falta más y más controles e intervenciones discrecionales para evitar que esos desequilibrios se hagan insostenibles. Bajo estas condiciones, seguiría reinando la macroeconomía de los errores no forzados: de la mano de la emisión y el gasto público podría darse una cierta reactivación del consumo, pero la inversión seguiría siendo muy débil por la falta de certidumbre y reglas claras y las exportaciones seguirían sufriendo por la elevación de costos en dólares. En un escenario así, el nivel de actividad quedaría básicamente determinado por el grado de suerte: dependería críticamente del clima y variables externas, como el precio de la soja y la energía. Un resultado bastante paradójico para una política económica inspirada en el deseo de incrementar la autonomía de decisión nacional y diversificar las exportaciones, de forma de quebrar la dependencia de las commodities.