Más allá de los efectos nocivos sobre indicadores sociales clave, la reaparición de inflación alta es preocupante porque afecta al desempeño de la moneda en sus funciones básicas. En contextos inflacionarios el sector privado huye del dinero en su función de almacén de valor, en tanto la pérdida de valor el lapso entre compras y ventas de bienes –que conocemos como impuesto inflacionario -puede ser considerable.
No sólo eso: la persistencia de la inflación incentiva la substitución en el denominador de los contratos. Este fenómeno no se basa en la elusión del impuesto inflacionario sino en tratar de reducir las transferencias reales que la inflación genera entre deudores y acreedores cuando los contratos son nominales. Por ello cuando la inflación es lo suficientemente alta el sector privado comienza a mutar su almacén de valor, desplazando al dinero por los bienes o el dólar. Esto no es neutral al desempeño del sistema financiero: en un contexto de inflación alta los sistemas financieros serán pequeños si se prohíben otros denominadores de los contratos (como ocurría en la época de la represión financiera, en los sesenta) o será vulnerable si se los habilitan (como en la experiencia de liberalización de fines de los setenta).
Una lectura algo simplista sobre las estrategias de política monetaria de las últimas cuatro décadas nos dice que representaron distintas maneras de enfrentar estos problemas. Las lecciones de política monetaria que se aprendieron en este tiempo merecen entonces ser traídas a la discusión actual sobre los efectos de la inflación.
La primera cuestión tiene que ver con la persistencia de los cambios de portafolio. Incentivar al sector privado a que revierta su comportamiento una vez que deja de apostar a la moneda como denominador de contratos es tarea compleja y para nada automática. La experiencia del esquema de la convertibilidad de nos muestra que la deflación no necesariamente logra revertir la dolarización y devolver al medio de cambio su función de denominador de contratos, por más costosa que sea. La explosión de los precios del “Rodrigazo” provee otro ejemplo: tuvo efectos negativos y permanentes sobre la demanda de base y el plan de liberalización que vino después no hizo más que convalidar de jure conductas que ya existían de facto: la substitución del denominador de contratos.
Además, la inflación alta puede ser el emergente de un régimen inflacionario. Cuando se da este caso las expectativas del sector privado y la conducta de la autoridad monetaria son consistentes y se refuerzan entre sí. No hay una explicación mono-causal sobre la inflación; en cambio, las explicaciones posibles (fiscal, monetaria, de ajuste de márgenes, de expectativas metidas en los contratos, etc.) constituyen piezas que encajan en un mismo rompecabezas. El Plan Austral fue un intento de estabilizar los precios basados en un diagnóstico de “régimen”, en el cual se reconocía que el déficit fiscal era alto, se consideraba que la autoridad monetaria debía sobre-emitir para comprar los dólares que luego giraba al exterior como servicio de la deuda y se sabía que había que atacar las expectativas inflacionarias implícitas en los contratos, ya que, como dijo un economista de esa generación, “había inflación porque había habido inflación antes”.
Tercero, un mismo nivel de impuesto inflacionario es consistente con distintos comportamientos del sector privado. Como todo ítem recaudatorio, el impuesto inflacionario tiene una base imponible (un agregado monetario) y una alícuota (asociada positivamente a la inflación). En los años 1966 y 1986 se recaudó 3% de PBI de impuesto inflacionario. Sin embargo, en 1986 la huida del dinero era mayor, de manera que el ratio de M1/PBI llegaba al 6% mientras que en 1966 llegaba al 13% (la tasa de inflación, por supuesto, era el doble en el primer caso).
Mirado desde hoy, todo esto quiere decir una cosa: hay varios motivos por los cuales es crucial hoy implementar un programa antiinflacionario. Primero, sabemos que en los últimos años Argentina ha logrado desarrollar mercados que devolvieron el almacén de valor a la moneda o al menos a los bienes domésticos (como los bonos atados al PBI y el crecimiento de los depósitos en pesos) y ese proceso gradual puede verse revertido si la inflación alta regresa. Segundo, es clave evitar el ingreso a un régimen inflacionario. La reciente decisión de convalidar en el programa monetario la fenomenal expansión en la demanda de dinero no es de ayuda al respecto. Tercero, los movimientos recientes de la base monetaria alertan sobre una mayor huida del dinero: el agregado M1 cayó en 2 puntos del PBI entre 2006 y 2009).