Finaliza un año con luces y sombras

2010

Esta época del año invita a la reflexión retrospectiva y a la elaboración de  balances que sean útiles para interpretar las señales que tenuemente comienzan a percibirse en el horizonte, de forma de seleccionar las mejores estrategias para el año que se inicia.

Evaluar retrospectivamente la economía de 2010, no obstante, no es una tarea sencilla y menos aún lo es delinear y asignar probabilidades a los escenarios de 2011. Más allá de la limitación que naturalmente impone el no contar aún con toda la información necesaria, un obstáculo sustancial es que tanto la economía local como la internacional mostraron durante el año una evolución cambiante que combinó luces y sombras. Si bien el crecimiento y las buenas noticias no estuvieron para nada ausentes, también es cierto que ninguna de las importantes tensiones que aparecieron se resolvió de forma satisfactoria, lo que implica que esas tensiones seguirán operando en 2011.  

En el plano global las luces y sombras se asocian con el contraste entre la recuperación que generaron las políticas de estímulo, por un lado, y la inestabilidad financiera en los PIGS y la amenaza de guerra de monedas, por otro. En el plano local, a su vez, no fue menos impactante el contraste entre la sensible reactivación en el nivel de actividad y la debilidad de las políticas públicas, que no pudieron impedir la aceleración inflacionaria y la agudización de los problemas sociales y de seguridad jurídica.  

Es justamente la conjunción de estas señales contradictorias lo que hace difícil descifrar el horizonte, aunque es posible conjeturar que el 2011 será también un año de tensiones dado que hereda muchas de las observadas en el 2010.  

La economía global: esperanzas y tensiones 

En el ámbito global, uno de los hechos más impactantes de 2010 fue el sustancial cambio de expectativas que se produjo entre el primer y el último trimestre. El año comenzó con esperanza. Las expectativas favorables eran alimentadas por la reactivación del nivel de actividad y del comercio internacional. La reversión de la negativa evolución de esas variables parecía confirmar la hipótesis de que las agresivas políticas monetarias y fiscales anti-cíclicas que se comenzaron a implementar luego del colapso de financiero de fines de 2008 estaban dando resultado. El optimismo no era para nada infundado: en contra de los lúgubres pronósticos que muchos analistas habían formulado al caer Lehman Brothers, la economía global estaba evitando una repetición de la crisis del treinta, que hubiera significado la destrucción de las relaciones financieras y un colapso del comercio internacional. 

Las esperanzas de una salida en “V”, no obstante, comenzaron a debilitarse de manera marcada en el marco de las tensiones que aparecieron cuando los problemas de pago de Grecia se hicieron evidentes y el optimismo terminó por diluirse con el salvataje reciente de Irlanda. La forma más clara de ilustrar este cambio en las percepciones sobre el futuro es comparar los documentos emitidos en las sucesivas reuniones del G-20. La mayor preocupación en la última reunión en Seúl se centró en evitar una “guerra de monedas” y, de hecho, sólo hubo una declaración de compromiso y muy ambigua sobre la necesidad de no recurrir a devaluaciones competitivas.   

¿Cuáles son, entonces, las irresueltas tensiones que hereda la economía global para el 2011? Se pueden clasificar en dos categorías: las que encuentran fundamento en desequilibrios estructurales y las que se originan en tensiones de política. La resolución de los desequilibrios estructurales requiere de tiempo y de cambios significativos en la macroeconomía y las reglas de juego globales. Las tensiones de política aparecen, justamente, porque los cambios en las reglas de juego y en la macroeconomía generan necesariamente ganadores y perdedores, tanto dentro de cada sociedad nacional como entre diferentes países. Como, obviamente, ningún sector acepta pasivamente quedar del lado de los perdedores, aparecen tensiones muy fuertes entre lo que es necesario hacer en el plano estrictamente económico y lo que es factible implementar desde el punto de vista político. Se trata de situaciones que son intensivas en demanda de liderazgo y creatividad políticas; dos ingredientes que no parecen estar en exceso de oferta en la actualidad global.   

Más específicamente, entre las tensiones estructurales y de política que sin duda contribuirán a determinar la evolución global en el 2011 cabe señalar, las siguientes: 

1. Persistencia de desbalances globales. Seguirán los desbalances de cuenta corriente entre países estructuralmente superavitarios (Japón, Alemania, China, varios emergentes, entre ellos la Argentina) y deficitarios (EEUU, PIGS). En función de lo ocurrido en 2010, no se avizoran tendencias fuertes a favor de un cambio. 

Las tensiones de política asociadas con estos desbalances se expresarán en varios frentes. En la dimensión comercial el proteccionismo será una amenaza siempre latente. Mantener la estabilidad del sistema monetario global también generará demandas de acción política y negociaciones para evitar devaluaciones competitivas que lleven a una guerra de monedas. Habrá negociaciones tensas en el G-20 y otros ámbitos de interacción entre China, Estados Unidos y Europa. Es esperable que el FMI se mantenga en el centro de la escena.  

En Europa se mantendrán las tensiones entre Alemania y los países más débiles financieramente, entre los que sobresalen los PIIGS; es muy difícil mantener una moneda única y una política monetaria consensuada cuando es tan grande la diferencia de competitividad internacional entre los países de la unión monetaria. 

El mundo emergente, por otro lado, deberá seguir soportando la amenaza permanente de sufrir episodios de recalentamiento acompañados de burbujas de activos y/o apreciación cambiaria. Las iniciativas de control a los movimientos de capital seguirán a la orden del día en la medida que Estados Unidos y, en menor medida Europa, persistan en implementar políticas monetarias expansivas, como el caso de la reciente iniciativa implementada por Bernanke. Hay que tomar en cuenta que China y otros países asiáticos que están actuando como locomotoras del crecimiento global están lejos de estar vacunados contra el peligro de experimentar burbujas. 

2. Falta de sustentabilidad de la deuda pública. Con contadas excepciones, la evolución de la deuda pública en los países desarrollados se divide entre situaciones explosivas (Irlanda, Grecia) y altamente preocupantes (Estados Unidos, Japón y varios Europeos).

La necesidad de recolocar la deuda en una trayectoria sustentable seguirá creando tensiones de política en dos frentes. Por un lado, persistirá la resistencia de los grupos afectados por el ajuste y ello demandará iniciativas que tendrán efectos políticos. Por otro lado, habrá tensión permanente entre el objetivo de ajuste fiscal contractivo y la necesidad de evitar que ese ajuste pro-cíclico empuje a las economías más débiles hacia la profundización de la recesión, el desempleo y, probablemente, una deflación que agravaría los problemas financieros. La gravedad de la situación hace pensar que será inevitable reestructurar la deuda soberana de algunos países europeos, como lo anticipa Buiter, uno de los economistas más respetados en estos temas. Habrá presiones políticas, seguramente, para involucrar a los tenedores de bonos en los procesos de restructuración y hair cut.   

3. Reactivación sin creación de empleo. No se espera una mejoría sustancial en la evolución del desempleo. Esto alimenta tensiones en tres frentes: primero, malestar en la política; segundo, presión sobre el déficit fiscal por el seguro de desempleo; tercero, continuidad en la incertidumbre que deprime el consumo en un contexto en que el sector privado ya consume menos por la necesidad de reducir su nivel de endeudamiento. 

En suma, la buena noticia del 2010 es que se evitó una crisis de magnitud mayor. Pero los desequilibrios estructurales que aún persisten son un recordatorio de que, probablemente, sólo hemos recorrido el primer tramo en lo que hace a las consecuencias de largo plazo de la crisis de 2008. Se necesitan liderazgos políticos fuertes y creativos para encarar dos desafíos clave: la coordinación entre países con intereses contrapuestos y la distribución de los costos del ajuste fiscal a nivel doméstico. Una restricción no menor, en relación con esto, es que es difícil para los gobiernos coordinarse en el G-20 si están presionados en el frente interno por el ajuste fiscal y el desempleo.  

Argentina: oportunidades económicas y desarreglos políticos e institucionales 

El ángulo más luminoso del cuadro que presenta el 2010 se asocia con el hecho de que la economía dejó atrás la recesión que se había instalado en 2009. Un aspecto a resaltar del proceso de reactivación es que se mantuvo una de las características más interesantes que ha venido mostrando la economía desde la crisis de 2002: la ocurrencia simultánea de crecimiento económico y superávit en el sector externo, ayudado por los buenos precios internacionales. Esto implica que sigue sin aparecer la dinámica de stop-and-go que había caracterizado el funcionamiento macroeconómico del país por décadas. Bajo esta dinámica, la reactivación iba acompañada de déficit comerciales crecientes, lo que luego se traducía en la interrupción de la reactivación: la escasez de dólares para importar obligaba a introducir ajustes recesivos acompañados de saltos devaluatorios. Otro rasgo positivo es que durante el año estuvo en vigencia el subsidio a la niñez, que, junto con la reactivación, seguramente operará de manera positiva sobre los niveles de pobreza que aún son muy altos a pesar de los años de crecimiento que hubo en los dos mil. 

La mejora en la situación internacional y las políticas fiscales anti-cíclicas fueron dos causas determinantes de la reactivación. Pero hubo poca mejora, en cambio, en el clima de inversión y la consistencia de las políticas, lo cual sigue constituyendo un peso muerto para el crecimiento sostenido.  

En lo relativo al clima de inversión, hay que recordar que, además del shock internacional negativo, la desaceleración de 2009 se alimentó de la incertidumbre sobre derechos de propiedad que generaron iniciativas como los cambios en la tributación a las exportaciones, la eliminación del sistema de AFJPs y la ley de medios. Actuó en igual sentido el traspié electoral del oficialismo a mediados de 2009. En realidad, la forma en que la economía salió de la recesión estuvo muy influida por la persistencia de altos niveles de incertidumbre. A pesar del contexto internacional favorable, fueron las políticas fiscales expansivas las que lideraron la salida de la recesión y no la recuperación de la confianza por parte del sector privado. Dos indicadores de la debilidad del clima de negocios son, primero, que la inversión mostró una reacción muy rezagada y, segundo, que las salidas netas de capital se mantuvieran altas y terminaron absorbiendo la mayor parte del superávit comercial.   

En lo que hace a inconsistencias de política, las tres más notorias del 2010 fueron: (a) el hecho de que la política fiscal pasara de anti-cíclica en 2009 a pro-cíclica en 2010, lo cual ocurrió porque el gobierno no aminoró el aumento del gasto una vez reactivada la economía; (b) la política de rezagar la depreciación nominal del dólar en relación a la inflación, como único instrumentos anti-inflacionario; (c) una política monetaria acomodaticia en el contexto de una política de ingresos falta de coordinación, hasta el punto de que no se cuenta para las negociaciones salariales con un índice de precios creíble.  

Estas inconsistencias crearon tensiones severas en 2010 a través de varios canales. Nos limitaremos, no obstante, a subrayar dos de esos canales debido a que sus consecuencias se sentirán de forma cada vez más intensa en el 2011: el canal de la inflación y el de desajustes de precios relativos, entre los que sobresale la apreciación del tipo de cambio real. Según todos los pronósticos privados, la inflación se acelerará el año que viene para ubicarse en magnitudes de entre el 25% y el 30% anual. Si el gobierno persiste en su actitud de pasividad ante este flagelo y atina sólo a rezagar el valor del dólar,  hay tres desequilibrios a seguir de cerca.   

1. El rezago del tipo de cambio real. De persistir o profundizarse este fenómeno, podría reinstalar la dinámica del stop-and-go al llevar a incrementos sustanciales de las importaciones. Podría argüirse que no se trata de un peligro inminente, dado que existe un alto superávit comercial. Sin embargo, hay que considerar que en un clima de incertidumbre jurídica, ese superávit se ha estado ya utilizando para financiar la fuga de capitales motorizada por la incertidumbre. En un año electoral y con una situación de conflicto social (que actualmente se expresa bajo la forma de ocupación de tierras), un aumento de la incertidumbre política podría llevar a salidas de capital de magnitud suficiente como para obligar al Banco Central a cambiar su política de mantener el rezago nominal del dólar. 

2. Efectos de la inflación sobre la pobreza. Con inflación alta, una aceleración en la inflación en alimentos puede producir estragos en el poder adquisitivo de los sectores pobres de manera muy rápida. En un año electoral, la reacción de las autoridades ante un cuadro semejante podría llevar a agudizar las inconsistencias. Una muestra del tipo de dilemas que enfrentará el gobierno está dado por lo que está ocurriendo en la actualidad.  El gobierno había estado dando señales incipientes de corregir ciertas políticas que dañan el clima de inversión y que generan fuga de votos de sectores medios (discurso con menor crispación; acuerdo con el Club de París y pedido al FMI por el índice de precios; señales de diálogo al empresariado; invitación a opositores para ciertos anuncios). Estas iniciativas, no obstante, perdieron instantáneamente presencia en la arena política debido a la inesperada irrupción del conflicto por ocupación de tierras. Este conflicto, inevitablemente, pone en cuestión la posibilidad de enviar señales claras de respeto por los derechos de propiedad y torna más conflictivo el clima político. 

3. Efectos de la inflación sobre los subsidios. La falta de iniciativas de relevancia para corregir la política de subsidios en un contexto de inflación alta y aumentos de salarios nominales termina afectando el déficit fiscal y, por ende, la capacidad del gobierno para dar respuesta a demandas sociales. Nótese que, con tarifas del transporte y otros servicios congeladas, cada aumento salarial o de los insumos implica un aumento automático en la factura a pagar por subsidios. De esta forma, los subsidios a la clase media aumentan de forma automática, cuando sería necesario destinar más recursos para los sectores pobres y excluidos. Nunca está de más recordar que los gastos en subsidios representan cuatro veces lo que se gasta en la asignación universal por hijo. Una complicación adicional es que, al aumentar el déficit, el gobierno se hace también más dependiente de la financiación inflacionaria del mismo. De esta forma la inflación genera déficit fiscal y el déficit fiscal necesita de la inflación para ser financiado en un círculo vicioso que recuerda otras épocas de alta inflación en la Argentina. 

 

En definitiva, el 2011 comenzará con una economía que seguirá por la senda de reactivación con inflación por la que había venido transitando en 2010; aunque con un crecimiento que será menos veloz y una inflación que se afirmará. Cabe esperar que, dentro de este cuadro, los factores de orden internacional y político tengan un papel clave en determinar el curso de la economía. Ya hemos pasado revista de las tensiones internacionales y sólo cabe agregar que para nuestro país es central lo que ocurra en Brasil, aquejado por sus propios problemas de apreciación cambiaria y amenaza de burbujas inducidas por las políticas monetarias expansivas en el mundo desarrollado. Los factores políticos, a su vez, serán centrales no sólo porque se trata de un año electoral sino, también, porque la estructura política recién comienza a adaptarse a la desaparición de Kirchner y no parece, en principio, que el proceso tendrá la forma de un suave reacomodamiento de piezas.  

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