El rasgo que define la coyuntura argentina es la incertidumbre. La forma más sencilla de comprobarlo es tratar de explicar lo que ocurre con la inversión, la creación de empleo o la demanda de dólares sin referirse a ella.
En un contexto marcado por la incertidumbre, las iniciativas en el plano fiscal y monetario pueden jugar un papel muy positivo si contribuyen a hacer el futuro más previsible. Sin embargo, también es cierto que cuando un gobierno comete errores fiscales o monetarios en una situación de alta incertidumbre, las consecuencias negativas de esos errores se potencian. Por esta razón, cuando las políticas son de mala calidad, aumenta la volatilidad y tiende a instalarse una creciente parálisis en la toma de decisiones de consumidores y empresarios. En relación con esto, es posible imaginar un test bastante sencillo para evaluar la calidad de las políticas: si luego de anunciada o implementada una medida fiscal o monetaria la volatilidad aumenta y la inversión se debilita, ello debería interpretarse como un signo de que la medida es de mala calidad.
Si lo anterior es correcto, las autoridades deberían estar observando con preocupación la amplitud y volatilidad crecientes que muestra la brecha cambiaria y el hecho de que la inversión y la creación de empleo estén en modo “pausa” hace ya un tiempo y sin que se observen signos claros de reversión. En realidad, es posible afirmar sin temor a equivocarse que el modo pausa ha sido una característica distintiva del período que siguió a la imposición del cepo: se observa una débil voluntad de comprometerse con el futuro –comprando máquinas o contratando personal–.
No se puede negar que las autoridades han estado muy activas tratando de llevar a la economía del modo pausa al modo play: el gasto público se mantuvo alto, las tasas de interés son negativas debido a la expansión monetaria y no se dudó en congelar precios, mantener subsidios e introducir medidas de protección industrial. Como los resultados distan de ser alentadores, lo más sensato sería plantearse si esas políticas no han alimentando en vez de reducir los problemas. Probablemente, la dificultad mayor es que tomadas en su conjunto se trata de medidas que son inconsistentes entre sí: la emisión no es compatible con la tasa de devaluación del dólar oficial; el congelamiento no es compatible con altos niveles de protección que reducen la oferta de bienes; los subsidios al transporte y la energía no son compatibles con la escasa oferta en el rubro.
El blanqueo de capitales que se anunció recientemente, no obstante, revela que lejos de realizar un ejercicio de autocrítica, las autoridades están decididas a seguir con más de lo mismo. Esto es, actuar con discrecionalidad y de forma sorpresiva con el objeto de apropiarse de “cajas” que ayuden a mitigar de forma transitoria los desequilibrios que generan las inconsistencias de política existentes, entre las que hoy se destacan el atraso del tipo de cambio que daña la competitividad y la emisión monetaria excesiva que promueve la inflación y se origina en el financiamiento del déficit fiscal.
Esta estrategia está en línea con otras políticas del pasado: tratar de solucionar un problema de flujos (excesivo déficit fiscal y energético) recurriendo al agotamiento o la apropiación de un stock (AFJPs, YPF, Banco Central) y muestra, por supuesto, las mismas inconsistencias que las anteriores: las políticas sólo logran paliativos transitorios porque los stocks se acaban y los flujos se renuevan constantemente. Por ejemplo, supongamos que el blanqueo es exitosísimo y entran cuatro mil millones de dólares. Eso alcanza para financiar el déficit de la cuenta comercial energética de un año. ¿Y cómo sigue la película? Ningún país puede financiar con un stock dado de reservas un flujo continuo de déficit y esto vale también para las “reservas” en manos de los evasores y otros agentes al margen de la ley. No hay misterio: cuando los países pierden reservas porque tienen un déficit que no pueden financiar, ajustan el déficit y mejoran los incentivos al sector transable. La única forma de resolver un problema de flujos excesivos de gasto trabajando sobre los stocks es por la vía de acumular stocks de activos productivos que generen un flujo permanente de ingresos y exportaciones y para eso hay que invertir, lo que a su vez implica sacar a la economía del modo pausa por la vía de reducir la incertidumbre.
Un rasgo que no ayuda es que aún después de conocida oficialmente la novedad, el blanqueo es muy difícil de interpretar tanto en lo relativo a los objetivos buscados como a la forma en que operarán los instrumentos diseñados. Además, parece ir en sentido contrario a lo que el gobierno venía predicando: por un lado, vuelve a incentivar la dolarización de las operaciones inmobiliarias y, por otra, si bien no se conoce la “letra chica” muchos analistas especulan con que el CEDIN podría evolucionar hacia una especie de “argendólar” emitido por el Banco Central, con lo que se estaría volviendo a la emisión de obligaciones dolarizadas como ocurría en los noventa, sólo que en esa época la emisión la realizaban los bancos a través de depósitos dolarizados y no el Banco Central como en el caso actual. Si esta fuera la intención (es difícil decirlo con la información que tenemos a disposición para el análisis), implicaría literalmente enterrar la intención de pesificar la economía.
Pero más allá de los detalles, lo cierto es que la medida no ayuda a desactivar los factores que actúan como motores de la incertidumbre y denota la existencia de un diagnóstico errado respecto de por qué la economía está dolarizada. La economía no está dolarizada por una cuestión cultural o fetichista. La economía está dolarizada porque el Estado ha estado violando de manera sistemática los contratos y las reglas de juego que él mismo impuso y las personas buscan refugio en monedas emitidas bajo otra legislación y, por ende, más seguras. Cada derecho de propiedad que se viola, cada regulación que no se aplica y todas las iniciativas discrecionales de política, al reafirmar que las instituciones importan poco, aumentan la incertidumbre respecto de cuál será el próximo paso discrecional de las autoridades. Bajo esas condiciones, la economía se dolariza y no invierte ni crea empleo. Domina el modo pausa sobre el modo play.
Aún las noticias más positivas de la coyuntura se oscurecen cuando se las interpreta en el marco de las inconsistencias stock-flujo y de política monetaria del presente. En este sentido se destacan dos noticias. La primera es que en un marco en que la economía no termina de arrancar, se conoció que la construcción y el sector automotriz han tenido un comportamiento dinámico. Esto es un buen signo pero de hecho es en gran medida la contrapartida de una emisión exagerada: una parte de los agentes que cuentan con exceso de liquidez en pesos y no tienen acceso al atesoramiento en dólares, en vez de optar por adquirir dólares en el mercado informal invierten en propiedades, refaccionan el hogar o compran automóviles; en este último caso en gran medida porque el precio interno aún no ajustó en relación con el incremento del dólar paralelo. Sin embargo, la reactivación de la demanda no es generalizada y otros indicadores como la evolución de la industria o las ventas minoristas son mucho menos alentadores porque el efecto construcción y automóviles es más un reflejo de los desequilibrios monetarios y cambiarios que una señal de reactivación. Incluso es posible que en la coyuntura jueguen a favor de la demanda de consumo las correcciones salariales asociadas al cierre de paritarias, pero lo cierto es que es difícil que ello alcance para sacar a la Argentina del modo pausa. Es necesario que se reactiven la inversión y que se dinamicen las exportaciones, algo difícil que ocurra con el tipo de cambio oficial actual.
Una segunda noticia positiva fue el incremento en la recaudación en la medida que la misma se movió por encima de la inflación. Pero cuando se observan los resultados más de cerca, surgen rasgos que son muy reveladores respecto del tipo de desequilibrio que enfrenta hoy la economía argentina. En efecto, en primer lugar, aún cuando la recaudación se comporte relativamente bien lo cierto es que hay un componente que antes estaba ausente: el déficit primario. Esto implica que el gasto público está aumentando a un ritmo poco sostenible aún con la recaudación subiendo. En segundo lugar, el rubro que más se relaciona con el nivel de actividad doméstica, el IVA no aduana, muestra una evolución por debajo de la inflación. Hay que considerar que cuando las ventas son poco dinámicas, una reacción típica es informalizar las transacciones. El blanqueo no ayuda en relación con esto. En tercer lugar, un rubro que creció de manera muy dinámica es el del impuesto a las ganancias. Esto refleja, además del hecho que vencieron los saldos de la declaración jurada de ganancias, una presión tributaria creciente sobre la producción. Esto es así porque la no corrección de balances por inflación aumenta la presión del impuesto a las ganancias sobre las empresas. Se considera ganancia lo que no es más que una corrección de los costos por inflación. Antes esto se reflejaba contablemente en la cuenta REI, que se eliminó en la etapa de baja inflación y no se repuso al volverse a un régimen inflacionario. Asimismo, la corrección deficiente del mínimo no imponible incluye como contribuyentes a quienes no deberían serlo por el salario real que cobran y es regresiva. También es regresiva la no corrección de escalas del impuesto a las ganancias: la inflación hace que muchos aparezcan ficticiamente con ganancias muy altas que quedan sujetas a los tramos más progresivos del impuesto. En cuarto lugar, otro de los rubros que sube fuertemente es el de impuestos al trabajo. Esto implica que los salarios del sector formal siguen subiendo con la inflación, agudizando los problemas de competitividad debido al atraso cambiario. No sorprende, entonces, que la economía no logre generar empleo. En quinto lugar, el IVA importaciones también sube fuerte. Esto reflejaría un cierto relajamiento de los controles sobre las importaciones orientado a presionar la inflación a la baja, pero también refleja el mayor ritmo de devaluación de la moneda. A pesar de que la presidente expresó su oposición a la devaluación, el Banco Central ha estado acelerando la depreciación.
En definitiva, si bien el gobierno aún cuenta con grados de libertad debido a que la recaudación sigue firme, lo cierto es que esos grados de libertad son muy acotados y, además, se implementan iniciativas de dudosa eficacia. Parece claro que las autoridades han optado por no cambiar de caballo en medio del río y que seguirán con más de lo mismo en el período que resta hasta las elecciones. El riesgo más serio que tiene esa estrategia es que se consolide el modo pausa por efecto de la incertidumbre asociada con las elecciones y la mayor presión tributaria, aun cuando sea de ayuda lo que está ocurriendo con automóviles, construcción y cierre de paritarias.
¿Podría agudizarse el modo pausa? El riesgo más palpable en este sentido es que la brecha cambiaria no se estabilice en un contexto en que el gobierno continúe sin esterilizar una mayor proporción del dinero que emite. Hay que considerar que una brecha excesiva y volátil tiene consecuencias muy negativas en el proceso de formación de precios: si el gobierno emite y el dólar fluctúa, ¿cuál es la referencia nominal para los precios? Hasta hace poco el dólar anclaba los precios pero hoy no está claro con qué referencia hacer expectativas. Por lo tanto, se corre el riesgo de que si no hay referencia de precios clara, los oferentes opten por no vender antes que hacerlo y luego tener que reponer la mercadería a perdida. Este es un fenómeno que era típico en la Argentina de alta inflación: cuando la volatilidad era excesiva, se frenaban las transacciones y la economía iba a la recesión. Se trataba de recesiones disparadas por shocks nominales y no por shocks reales, como podría ser una caída en el precio de la soja. Este es un riesgo latente hoy debido a los desajustes de precios relativos y a la brecha cambiaria.