La Argentina sacudida por un shock político: ¿Un compás de espera?

2010

Sin lugar a dudas, el shock más importante que afectó a la economía durante el mes de octubre se registró en el plano político. El fallecimiento del ex presidente afectó de manera profunda los equilibrios políticos existentes y obligó tanto al gobierno y sus seguidores como a los partidos de oposición a rediseñar sus respectivas estrategias políticas. Como ese rediseño y la concertación de alianzas lleva tiempo, parecería natural recurrir a una metáfora de carácter musical y decir que, luego del impactante shock de hace dos semanas, en la Argentina se ha abierto un compás de espera.  

Desde el punto de vista económico, sin embargo, esta metáfora necesita de una interpretación cuidadosa y, probablemente, no sea del todo acertada. Hay dos cuestiones de peso que avalan esta afirmación.  

La primera es que no se observan silencios en la partitura que ejecuta la economía global: la orquesta sigue tocando y lo que se escucha se parece más a un allegro que a un adagio. Menos metafóricamente: este mes ha sido pletórico en novedades globales de alta relevancia para la economía argentina. Hubo repercusiones de la reunión preparatoria del G-20, elecciones en Estados Unidos, anuncios de la FED relativos a una nueva etapa de quantitative easing o relajamiento cuantitativo y variaciones al alza en el precio de la soja. 

 La segunda razón es que la economía muestra desequilibrios sensibles –aceleración de la inflación; erosión de la competitividad; desbalances fiscales provinciales– y existe una evidente falta de coordinación entre las políticas monetaria, fiscal y de ingresos. Bajo estas circunstancias, un compás de espera es un lujo excesivo. Más allá de lo que tarde en despejarse la incertidumbre sobre eventuales cambios de rumbo económico, las autoridades se verán en la obligación de tomar decisiones para paliar las manifestaciones más agudas de los desequilibrios. El problema, por supuesto, es que las decisiones que se tomen gozarán de una menor credibilidad en la medida que el compás de espera se alargue. 

    La economía internacional: entre la incertidumbre política y el quantitative easing 

En línea con lo que los mercados venían anticipando y en un contexto signado por la derrota electoral demócrata, la FED anunció un nuevo programa de “relajamiento cuantitativo”. Relajamiento cuantitativo es la expresión más o menos políticamente correcta que las autoridades vienen utilizando desde la crisis para referirse a la expansión monetaria orientada a reactivar el crédito y el nivel de actividad.  

Se espera que si el programa logra reactivar el crédito, ello redundará en mayor gasto y, eventualmente, en mayor generación de empleo. Un mayor crecimiento sería funcional para hacer más sostenible la deuda pública por la vía de una mayor recaudación y menores gastos por seguro de desempleo. A su vez, si la aceleración de la actividad tuviera un sesgo pro-empleo ello contribuiría a reducir las presiones políticas sobre el gobierno. Si la economía evolucionara por estos carriles, los niveles de incertidumbre financiera podrían reducirse sensiblemente. Más empleo y menos incertidumbre son resultados que la administración actual necesita imperiosamente luego del avance de posiciones bastante extremas, expresadas con nitidez en la influencia de las ideas que inspiran al Tea Party. 

Desde el mismo momento en que se comenzó a hablar de la posibilidad de su lanzamiento, el programa de relajamiento cuantitativo fue objeto de intensos debates respecto de su efectividad y oportunidad. De hecho, ese debate debe considerarse un condicionante adicional del programa de relajamiento en la medida que contribuye a acentuar la incertidumbre reinante. Esto último es así no tanto porque los economistas expresaron dudas sino porque los argumentos utilizados para fundamentar esas dudas resultaron muchas veces contradictorios entre sí.

Los analistas de sesgo keynesiano argumentan que en un contexto en que ni los bancos ni el sector corporativo tienen problemas severos de liquidez, no parece que lo que esté frenando la demanda agregada sea la falta de acceso a fondos. Estos economistas arguyen que, en cambio, hay buenas razones para creer que es la incertidumbre la que impide el aumento de la demanda: ¿qué incentivos llevarían a invertir a una firma que tiene capacidad ociosa y enfrenta un contexto en que tanto los consumidores como el Estado parecen más preocupados por ahorrar para bajar su endeudamiento que por aumentar el gasto? Por supuesto, si estos economistas estuvieran en lo cierto, los resultados de la elección de medio término en Estados Unidos no estarían ayudando mucho: el electorado mostró una preferencia por políticas que privilegian la austeridad fiscal más que la expansión de tipo keynesiano. Y no sólo los votantes piensan de esa forma. Para muchos economistas de concepciones más ortodoxas, el problema central que debe enfrentar Estados Unidos es el de poner bajo control el déficit y el aumento de la deuda pública. En el espíritu de lo que fuera la escuela del suply side (lado de la oferta) estos observadores recomiendan que el ajuste privilegie la reducción del gasto público e indican, incluso, que ese ajuste debería ser lo suficientemente fuerte como para permitir reducciones de impuestos orientados a incentivar la oferta por la vía de aumentar los beneficios empresarios y facilitar la creación de empleo.  

¿Cuál de estos caminos opuestos tomar para salir de la recesión? ¿Se debería aumentar la demanda agregada vía gasto público aún a costa del riesgo de incrementar el déficit y la deuda pública más allá de lo sostenible? O, por el contrario, ¿se deberían reducir gastos e impuestos para incentivar la producción aún a riesgo de impulsar una deflación y deteriorar la distribución del ingreso? Ambos bandos no pueden estar en lo cierto y la pregunta del millón es qué camino seguirá la administración de Obama, luego del traspié electoral. 

Por supuesto, la administración Obama podría esquivar el dilema referido a políticas de demanda vs. políticas de oferta si encontrara una tercera alternativa: una política que fuera capaz de inducir incrementos simultáneos en la demanda de productos norteamericanos y en la rentabilidad empresarias de forma de incentivar la oferta. ¿Existe esa tercera alternativa? La observación de las experiencias de ajuste que realizaron otros países ante situaciones de stress financiero similares durante lo que va de la segunda globalización sugiere que sí. Esa tercera alternativa consiste en incentivar las exportaciones utilizando como instrumento básico la depreciación de la moneda nacional. La depreciación genera demanda agregada porque desvía el gasto hacia los productos de origen nacional y es útil para incentivar la oferta porque aumenta la rentabilidad empresaria en el sector transable. Y todo ello sin aumentar la presión sobre el déficit fiscal. Recurrir a esta alternativa puede ser muy tentador para los Estados Unidos porque tiene un bonus adicional: un aumento de las exportaciones netas reduciría el desbalance de cuenta corriente.       

 Cuando se observa el cuadro desde esta perspectiva, la iniciativa de la FED admite otra lectura. Podría conjeturarse que las autoridades piensan, como los economistas keynesianos, que sin aumentos de la demanda agregada, la economía no saldrá de la recesión. Y que, a su vez, comparten también la visión más ortodoxa de que no es posible seguir aumentando la deuda pública. Si esto fuera así, la FED estaría actuando convencida de que la única salida es un dólar estructuralmente más débil que garantice más exportaciones netas por un buen tiempo y, en base a esa convicción, estaría utilizando el instrumento de política que maneja: la expansión monetaria. Nótese que, en la medida que la inflación no es una amenaza, la opción de utilizar la política monetaria para depreciar la moneda no tiene costo, al menos hasta que la economía se encuentre afianzada en el camino de la recuperación.    

Probablemente son varios los líderes mundiales que temen que esto último refleje las reales intenciones norteamericanas: la reunión del G-20 estuvo dominada por la discusión sobre una posible guerra devaluatoria o guerra de monedas. Como se discutió en la reunión preparatoria, las autoridades norteamericanas deseaban fijar un máximo para los superávit de cuenta corriente de 4% del PBI y ello encontró resistencia fuerte en Alemania, China y otros miembros. El comunicado emitido por el G-20 y el de la semana pasada hicieron una referencia explícita pero tímida al tema. En ellos se expresa que los miembros tratarán de que el sistema de paridades esté más determinado por las fuerzas del mercado y que tratarán, también, de evitar las devaluaciones competitivas.  

Los países emergentes que actúan como tomadores más que como hacedores de política en el ámbito global, deberían plantear una posición común para evitar convertirse en el pato de la boda. Si Estados Unidos deprecia y China mantiene la paridad con el dólar más o menos sin cambios, países como Brasil, enfrentarán una doble amenaza. Por un lado, la mayor liquidez inducida por el relajamiento cuantitativo exacerbará la entrada de capitales y, con ello, aumentará la probabilidad de que se produzca una burbuja o que el tipo de cambio real se aprecie hasta generar una enfermedad holandesa. Por otro lado, Brasil debería enfrentar la competencia china en los mercados industriales con un real apreciado. Ante amenazas de este tipo, los países emergentes deberían presionar para que los países centrales no “exporten” sus crisis por la vía de obligar al resto a apreciar excesivamente. Argentina, por supuesto, no está libre de estos riesgos como lo muestra la creciente pérdida de competitividad asociada a un dólar quieto en un contexto de aceleración inflacionaria.      

Coordinación, desequilibrios y política  

La economía necesita de la política por varios motivos, pero uno fundamental es que el poder político debe contribuir a la coordinación de las expectativas del sector privado. Los instrumentos para llevar adelante esta tarea van desde la producción de información confiable sobre la marcha de la economía hasta la implementación de políticas fiscales, monetarias y de ingresos consistentes y creíbles. El gobierno no estaba cumpliendo bien esta función y el aumento de la incertidumbre política (el compás de espera) por supuesto no ayuda a mejorar la situación.  

En la situación actual el desequilibrio más preocupante es la aceleración de la inflación que, según las mediciones privadas, ya se ubica bien por encima del dos por ciento mensual. Más allá que una aceleración generará nuevas presiones para compensar desfasajes salariales, un rasgo preocupante adicional es que la inflación de la canasta de alimentos se sitúa bien por encima de la inflación general, con los consiguientes efectos sobre los sectores excluidos y sin capacidad de recomponer fácilmente sus ingresos. Un segundo foco de preocupación es el desequilibrio en las cuentas fiscales provinciales. En la situación actual las autoridades tienen, probablemente, menor capacidad para mediar en los conflictos distributivos.  

Más allá de esto, no obstante, hay tres factores que sí están ayudando a que la economía Argentina sufra menos por el compás de espera en la política: la mejora en los precios de la soja, el nivel de actividad acompañado de apreciación en Brasil y la tendencia de los flujos de capital a dirigirse a los países emergentes (si bien la Argentina no es receptora neta de capitales, esta tendencia se refleja en una menor salida de capitales).  

Estos eventos mejoran la caja fiscal y los ingresos de divisas, quitan presión sobre las reservas y, por lo tanto, hacen posible continuar con una política de creciente apreciación de la moneda que es funcional para suavizar la inflación a corto plazo. Esta configuración de variables, sin dudas, representa un respiro que hace posible que se mantenga el buen ritmo de crecimiento de la economía. Pero no hay que perder de vista que tanto el aumento de las commodities como los flujos de capital hacia los emergentes y la apreciación brasileña están ligados a la tendencia a la depreciación del dólar y la evolución futura de esa moneda es incierta. En un contexto en que se habla de guerra de monedas, no se puede descartar que haya fuerte volatilidad en las paridades de las principales monedas y en los flujos de capital.  

En suma, la economía no es ajena al compás de espera en la política y, aún sin ser músico, es fácil imaginar que lidiar con un compás de espera puede no ser fácil. Por un lado, un silencio en la partitura puede ser útil para corregir eventuales desajustes en la interpretación que se venía realizando pero, por otro, luego de un silencio puede ser difícil retomar el ritmo y el espíritu de la interpretación que se venía ejecutando. Hasta ahora, el compás de espera está signado, sobre todo, por la toma de posición política de diferentes coaliciones y grupos que acotan el espacio para coordinar el conjunto de políticas. También parece difícil que se retome sin más el ritmo de la interpretación previa, entre otras cosas porque no está claro si habrá o no cambios en algunos segmentos de la partitura.  

Enlace externo