La economía en el mundo de Pirandello: varios personajes políticos en busca de un autor

2011

En las últimas semanas se produjo una catarata de eventos de alta relevancia tanto en el ámbito internacional –sobre todo europeo y en el G20– como local y el resultado final ha sido el de un marcado incremento en la incertidumbre global y nacional. Un factor particularmente dañino ha sido que ni aquí, ni en Europa, ni en la reunión del G20, el sistema político estuvo en condiciones de plantear a la sociedad un conjunto de iniciativas que reunieran las tres condiciones necesarias para hacer creíble una solución a los desequilibrios fiscales y financieros: ser consistentes, ser factibles y ser producto del consenso. Como no fue éste el caso, no sorprende que los mercados hayan reaccionado con un incremento en la aversión al riesgo. Es como si los políticos anduvieran, en la Argentina y en el mundo global, como los personajes de la obra de Pirandello: en busca de un autor que les escriba un libreto. Aunque, por supuesto, no deberíamos olvidar que tanto la política como el teatro dependen críticamente de la acción colectiva. Conseguir un buen libreto es difícil, pero además es necesario ponerse de acuerdo sobre los actores, el financiamiento y, particularmente, sobre quién ejercerá la dirección y estará, en consecuencia, a cargo de liderar el proceso. En los casos en que todo esto sale bien la gente va al teatro.   

 

Más allá de las similitudes en lo referido al incremento de la incertidumbre, no obstante, hay también significativas diferencias entre las dificultades que enfrentan Europa y  la economía global, por un lado, y la Argentina, por otro. Encontrar un libreto para Europa y la economía global parece mucho más difícil que encontrar uno para ordenar los desequilibrios de nuestra economía. En Europa y la economía global están muy desajustados los fundamentos: hay deudas difíciles de pagar y desbalances globales que incentivan las guerras de moneda. En la Argentina la deuda pública es baja y la economía está aún creciendo. Pareciera que con un libretista profesional de talento medio alcanzaría para ordenar la economía.   

 Entre las turbulencias en Italia y la inacción en el G20  

La economía de la eurozona se ha internado hace tiempo en terra incognita: hay que escribir un libreto con políticas para estabilizar la economía sin conocer con precisión qué es razonable suponer sobre la reacción de los personajes involucrados. Esto le quita credibilidad a cualquier iniciativa económica y genera presión para que el sistema político exprese de manera muy clara su compromiso con las iniciativas económicas que se adelantan como condición de confianza. Cuando ello no ocurre, el efecto de las medidas que se anuncian dura lo que un suspiro. El día del anuncio probablemente los mercados mejoran, pero si luego se juzga que los dirigentes políticos no se comprometieron con suficiente fuerza, al día siguiente los mercados se caen de nuevo. Ocurrió, por ejemplo, con los sucesivos acuerdos sobre el FEEF que se anunciaron luego de las reuniones de los líderes europeos. Tampoco han tenido efectividad decisiva para inducir un cambio de rumbo las renuncias de los líderes políticos cuestionados o el anuncio del BCE de una reducción en las tasas, lo que marcaría una menor preocupación por la inflación. La reunión del G20 en Cannes pasó sin pena ni gloria.

 

El problema, obviamente, es que se les pide a los dirigentes políticos que se comprometan para hacer creíbles ajustes fiscales muy impopulares o para financiar a gobiernos de otros países considerados fiscalmente poco serios. Los beneficios políticos serían muy altos para un político que se comprometiera con un libreto que resultara efectivo para sortear la crisis. Pero los riesgos también lo son: si el libreto no funciona quien haya expresado un compromiso fuerte y claro con el ajuste probablemente perderá algo esencial para seguir en el juego de la política: la legitimidad.   

 

Cuando el desempleo es muy alto y, aún así, hay que realizar ajustes para garantizar la solvencia fiscal, la situación social se tensa y el espacio que separa el cielo del infierno se estrecha hasta el punto de destruir carreras políticas muy extensas en tiempo récord. Y, cuando la legitimidad de la política está en cuestión, ninguna de las instituciones económicas que sostienen a los mercados y los gobiernos es creíble. Esto es así debido a un hecho básico: la credibilidad de las instituciones económicas se nutre de la legitimidad del sistema político que las sostiene. No es novedad que la crisis en Europa hace tiempo que dejó de ser un problema financiero para devenir en uno político. Lo que sí es novedoso a la luz de los acontecimientos más recientes es la rapidez con que el problema político está deviniendo en uno de legitimidad. Si líderes como Berlusconi, Papandreu o Zapatero (y siguen las firmas…) se retiran por la insatisfacción con su gestión, es un hecho político. Si, además, nadie está en condiciones de explicar claramente para qué se fueron y qué se espera que pase después,  lo que entra a estar en juego es la estabilidad del sistema y de sus reglas de juego: ¿para qué mantener las reglas sin cambios si lo único que se obtiene bajo su vigencia es la profundización de la crisis? En un contexto así, todo empieza a ser creíble: que Grecia se vaya o se quede en la zona euro; que Europa decida caminar a una o dos velocidades.  

 

Los tres desafíos que enfrentan los países más débiles de la eurozona para estabilizarse son claros. El primero es evitar una nueva recesión. Esa eventualidad sería muy difícil de sobrellevar. Por una parte, se empezaría la recesión con un nivel de desempleo muy superior al de 2008 y la situación podría devenir políticamente insoportable. Por otra, la situación financiera del gobierno es mucho más frágil que en el momento de la caída de Lehman. Un nuevo incremento del déficit por acción de los estabilizadores automáticos (caída de la recaudación tributaria con elevación de los pagos por seguro de desempleo) probablemente colocaría a varios al borde de la cesación de pagos por el aumento que se produciría en el premio de riesgo de la deuda soberana. 

 

El segundo desafío es asegurar la solvencia fiscal. Con este propósito es necesario mostrar que el gobierno está en condiciones de generar superávit fiscal primarios suficientemente grandes en el futuro como para hacer frente a los pagos de deuda, de forma de estabilizar primero y reducir después la relación deuda pública/PBI. Esto requiere de ajustes muy fuertes, aunque no necesariamente deben hacerse todos en el presente: un gobierno creíble puede lanzar iniciativas de ajuste fiscal que se concreten en el futuro para no concentrar todo el peso en un solo momento o una sola generación.   

 

El tercer desafío es mostrar que esas economías pueden crecer sin salir del régimen del euro. El crecimiento es una condición central por dos razones. La primera es que sin recuperación de la esperanza el desempleo presente de la juventud (más del 40% en España, por ejemplo) hace cualquier solución políticamente inviable. La segunda es que la solvencia no es independiente de la tasa de crecimiento: dado el nivel de ajuste fiscal expresado en el superávit primario, cuanto más alta la tasa de crecimiento de la economía y menor la tasa de interés, más fácil es cumplir con la condición de reducir la relación deuda/PBI. La actual combinación de, digamos, Italia es el peor de los mundos: tasas de interés altas con estancamiento económico. Esa combinación le resta credibilidad a cualquier anuncio de ajuste.  

 

Una apuesta razonable para enfrentar estos tres desafíos podría ser probar con lo siguiente: (a) ser keynesiano en el corto plazo para evitar la recesión con políticas anti-cíclicas y utilizar el banco central como generador de liquidez de última instancia; (b) ser ortodoxo en el largo plazo para asegurar la solvencia fiscal anunciando hoy ajustes futuros de magnitud; (c) pensar global confiando en convencer a los países con superávit que financien el mayor desequilibrio de corto y mediano plazo de los países con problemas. La credibilidad y el compromiso político son necesarios porque que esos países sólo empezarán a devolver el financiamiento cuando logren restaurar el crecimiento. Los gobiernos de los países desarrollados tienen instrumentos para implementar (a). Necesitan de acuerdos políticos domésticos muy amplios para implementar (b) y se requiere de una actitud pro-activa del G20 para coordinar internacionalmente las iniciativas asociadas con (c): establecer mecanismos fluidos de financiamiento global no de mercado y evitar el proteccionismo y la guerra de monedas. Para países como Grecia esto no sería suficiente. Para retomar el crecimiento necesitan una quita muy importante de deuda y formas de reconstituir la competitividad.  

 

En realidad, los economistas especializados en analizar las crisis del mundo emergente están muy habituados a observar la secuencia que va de los desequilibrios financieros profundos al debilitamiento de la legitimidad política y de las instituciones de la economía. La cuestión que preocupa no es tanto que esa secuencia haya comenzado a desarrollarse en Europa sino cómo hacer para detenerla. Hay países que tuvieron más éxito que otros en este aspecto. Indonesia o la Argentina pagar costos institucionales y políticos muy superiores a, por ejemplo, Corea. En función del enorme desarrollo institucional y político de Europa y de Estados Unidos, la apuesta es que la secuencia de deterioro institucional y político disparada por la crisis será detenida antes de causar un daño irreversible. Pero lo cierto es que el partido todavía se está jugando y, a estar con la reacción de los mercados, no parece haber mucha confianza respecto de cuál será el resultado.     

    

Argentina: combatiendo al dólar mientras esperamos a Godot

 Las respuestas políticas a los desequilibrios macroeconómicos en nuestro país estuvieron lejos de mostrar una calidad superior a la europea: ante la persistencia de la salida de capitales del país, las autoridades implementaron una serie de medidas con alto contenido discrecional. Estas medidas, lejos de solucionar el problema tendieron a complicarlo: incrementaron la aversión al riesgo y coordinaron la reacción especulativa de los inversores que le dieron un fuerte empujón a la demanda de dólares. Como resultado hubo un retiro significativo de depósitos en dólares de los bancos y un incremento en el valor del dólar “blue”.

  

Además de las medidas cambiarias y de los amagos de restringir severamente las importaciones, la reacción del gobierno incluyó algunas medidas que podrían contribuir a reducir la incertidumbre, como el anuncio sobre eliminación de algunos subsidios. Sin embargo, es muy difícil que medidas aisladas sean efectivas para reducir la incertidumbre y la salida de capitales de manera significativa. Este modo de acción podría significar para el gobierno pagar gran parte de los costos sin recibir los beneficios correspondientes.

 

La ausencia de un paquete consistente de medidas tiene dos consecuencias. Primero, se pierden las sinergias: hay que coordinar el ajuste fiscal con el monetario para minimizar los efectos sobre el nivel de actividad y los ingresos de la población. Por ejemplo, cuanto menos ajuste fiscal más alta será la tasa de interés necesaria para estabilizar el mercado de cambios. Segundo, las consecuencias benéficas sobre las expectativas serán más fuertes si los que toman decisiones ven un gobierno que les plantea un escenario futuro coherente y no un gobierno que toma una serie de medidas reactivas ante los problemas, como en el caso de los permisos de la AFIP para comprar dólares o la elección discrecional de quién recibirá subsidios y quién no.  

 

El problema básico que el gobierno necesita atacar es la inconsistencia entre una inflación que se mueve cómodamente por encima del 20% y un tipo de cambio que se deprecia a un ritmo del 7%. Para hacerlo, el primer paso es cambiar la forma en que se administra el tipo de cambio para evitar la apreciación constante de la moneda. La Argentina tiene la enorme ventaja de poder hacer esto sin necesidad de un cambio de régimen. 

 

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