06/03/2017 Por: Ramiro Albrieu (CEDES)
Luego de una campaña caliente y un primer mes plagado de polémicas, el discurso de Donald Trump ante el congreso norteamericano esta semana pareció el puntapié inicial para la gestión de gobierno. Y una de las promesas de campaña que está siempre presente se refiere a que los Estados Unidos recuperen los empleos que –repite Trump- se perdieron en manos de países extranjeros como México o China. ¿La estrategia? Un fuerte shock de obra pública y una mayor protección para el empleo estadounidense. ¿Tiene sentido?
Para empezar debemos decir que el problema de Estados Unidos no es el nivel de empleo. De hecho, la tasa de desempleo se encuentra en la actualidad por debajo del 5%, lo que se considera un nivel natural o –dadas las fricciones existentes en el mercado de trabajo- mínimo. Dado que el problema no es la cantidad de empleo que la economía genera, la sola idea de una aceleración de la creación de empleos a través de la expansión del gasto nueva a un imposible; y frente a ese límite natural el ajuste se dará vía inflación. La construcción de represas que mencionó Trump refieren al New Deal de la salida de la Gran Depresión; habían allí recursos ociosos que hoy no están disponibles.
Si la economía está en pleno empleo, ¿cuál es la fuente de insatisfacción de “la gente” –como gusta decir a Trump-? El problema es que los segmentos de ingresos medios vieron menguar el ingreso real que obtienen por su trabajo. ¿A qué se debe este ahuecamiento en la distribución del ingreso? Hay varias razones, pero señalamos acá las dos que creemos más relevantes: la automatización del proceso productivo y los nuevos rasgos del comercio internacional. En el primer caso nos referimos al reemplazo de trabajadores por máquinas en las tareas rutinarias (sean cognitivas o no) y la proliferación de las tecnologías de la información y la comunicación –o TICs. En el segundo, en la fragmentación global de la producción: ya no existe un bien ideado y realizado en su totalidad en un país; ahora los países aportan a procesos productivos globales donde las ideas se ponen en práctica en los lugares donde sea más conveniente hacerlo.
Estos dos factores fueron clave no sólo para detener el crecimiento de los ingresos de la clase media norteamericana; sino también para ampliar la brecha que los separa de los norteamericanos de altos ingresos. Achicó, en cambio, la brecha con las clases medias y altas del mundo avanzado, reduciendo la “prima de ciudadanía” que existía hasta ahora (al menos en materia de ingresos; no era tan marcada en otras dimensiones del bienestar como salud o educación?).
¿Cómo ocurrió esto? La proliferación de las TICs y la fragmentación de la producción hicieron que sea posible combinar las ideas que se desarrollan en los países ricos con los salarios que se pagan en los países emergentes con trabajo abundante (básicamente Asia; en América Latina la combinación “pocas ideas-altos salarios” nos previene de participar en estos intercambios). Y en el proceso, buena parte del Know-How se transfiere hacia el mundo emergente. No estaríamos muy errados si explicamos el proceso de convergencia global que vivimos en las últimas dos décadas utilizando este único cambio.
Entender el comercio internacional de esta forma es clave para evaluar si tiene sentido la apuesta de Trump al proteccionismo. La respuesta es que la tiene difícil. Detrás de esta nueva globalización está el hecho de que mover ideas a lo largo de los países es más barato que nunca antes. Una política que aumente los costos de comerciar bienes no sólo tendrá como efecto el aumento en el precio interno de esos bienes; también puede acelerar la velocidad a la que las ideas están migrando al mundo emergente. Cuando Estados Unidos se apoyó en el proteccionismo para crecer –un largo período que concluyó en la posguerra- las ideas estaban contenidas en los bienes terminados que se hacían enteramente fronteras adentro; hoy en día eso no existe mas.
En suma, un gobierno expansionista y proteccionista rememora épocas de resurgimiento de la economía norteamericana, pero difícilmente tenga éxito para resolver los problemas de ingresos de la clase media. Es que, como dijo Heráclito hace ya un tiempo, nadie se baña dos veces en el mismo río.
* publicado en el semanario El Economista