Sobre crecimiento sostenido, vulnerabilidad y política en Argentina

2010

El panorama de la economía no muestra cambios cualitativos en relación a los meses previos; el nivel de actividad sigue evolucionando positivamente pero lo hace en un contexto de marcada incertidumbre, lo que genera dudas sobre la estabilidad del proceso. Como consecuencia, predominan los claroscuros: una combinación compleja de indicadores positivos y desalentadores que dificultan la toma de decisiones más allá del corto plazo. 

 

El panorama de la economía no muestra cambios cualitativos en relación a los meses previos; el nivel de actividad sigue evolucionando positivamente pero lo hace en un contexto de marcada incertidumbre, lo que genera dudas sobre la estabilidad del proceso. Como consecuencia, predominan los claroscuros: una combinación compleja de indicadores positivos y desalentadores que dificultan la toma de decisiones más allá del corto plazo. 

Entre lo indicadores positivos, además de la evolución del nivel de actividad, sobresalen el incremento de la recaudación tributaria de la mano de la reactivación y la inflación; la reducción en la salida de capitales; y el buen nivel de los precios de productos primarios clave para la Argentina, sostenidos por la sequía en Rusia y el nivel de actividad en emergentes. En otro plano, puede también computarse como una buena noticia que se haya acordado el código aduanero para el MERCOSUR en la cumbre de San Juan. Aunque más no sea, esto vale como señal mínima de que la integración y las estrategias de más largo plazo aún ocupan algún lugar en la agenda de nuestros líderes regionales, sobrecargada de temas domésticos y, a veces, de disputas bilaterales miopes.  

Entre los factores que opacan el panorama, sin dudas el rol central le corresponde a la incertidumbre, que tiene su fuente principal en la política doméstica, pero que también se alimenta de las ambigüedades de la situación internacional.

La política es una fuente de incertidumbre debido a que su dinámica está siendo determinada de manera casi exclusiva por las estrategias de posicionamiento para el 2011, tanto del gobierno como de la oposición. En el caso del gobierno, en pos de mejorar las perspectivas electorales por la vía de maximizar el crecimiento a corto plazo, se relegan a un segundo plano tareas de política económica que son fundamentales para coordinar las acciones del sector privado y asegurar la estabilidad del actual proceso de recuperación. En este sentido, sobresale la falta de pautas respecto de la evolución esperada de la inflación y respecto de precios relativos clave como el tipo de cambio real o los asociados con energía y transporte. Nótese, en relación con esto, que aún cuando el gobierno mantenga los valores nominales de los precios que controla más o menos pautados, como la inflación es alta y variable, los precios relativos devienen también muy variables.

Aún cuando la tarea de coordinar expectativas y reducir la incertidumbre le compete al Ejecutivo, lo cierto es que la oposición no ha contribuido a reducir la incertidumbre: por un lado, ha encontrado dificultades para impulsar los proyectos que podrían dar más certidumbre por la vía de reforzar la institucionalidad en el ámbito de la justicia y de la transparencia en el uso del dinero público; por otro, ha impulsado iniciativas de aumento de gastos (jubilaciones) que, planteadas de manera aislada y no como parte de un plan integral, podrían afectar el equilibrio presupuestario a largo plazo. Esto podría terminar por poner en peligro, en primer lugar, los beneficios de seguridad social que se buscan garantizar.

Entre los factores que generan incertidumbre a nivel internacional, sin dudas sobresale el hecho de que se está agotando la capacidad fiscal para mantener los estímulos implementados para paliar la crisis en Estados Unidos y Europa, sin que se vislumbre cómo continuar hacia delante. El núcleo del desafío es bastante claro: las políticas anti-cíclicas son efectivas cuando los desequilibrios son transitorios y los desequilibrios que padecen las economías desarrolladas no tienen carácter transitorio sino estructural. Las políticas anti-cíclicas implementadas fueron muy agresivas porque el diagnóstico fue que se trataba de una crisis y los desequilibrios eran particularmente grandes. Esto era cierto y podía ser acertado atacar desequilibrios grandes con estímulos grandes. Sin embargo, esto no relevaba a las autoridades de la necesidad de complementar las medidas anti-cíclicas con medidas de transformación estructural, ya que secuelas de la crisis no eran transitorias y no desaparecerían por sí solas. El desafío de hoy es, justamente, que no es posible repetir la implementación de estímulos de gran tamaño porque se agotó el espacio de política fiscal y monetaria que existía hace un par de años y los desequilibrios estructurales que generan desempleo y bajo crecimiento no han desaparecido. Por ejemplo, subsisten desbalances globales importantes, la inversión productiva está lejos de recuperarse y no se vislumbra cuáles serán las características del nuevo orden monetario y financiero internacional.

La forma en que evolucione este escenario dependerá de la creatividad de los gobiernos para implementar las reformas estructurales necesarias sin poner en peligro de colapso el nivel de actividad; un desafío cuya complejidad es hoy evidente en países como España. Más allá de esto, lo cierto es que la economía argentina será afectada por lo que ocurra en la economía global, cualquiera sea la calidad y el éxito de las políticas que se implementen y, consecuentemente, las autoridades no sólo deberían monitorear de cerca la evolución internacional sino, también, evitar poner a la economía en situaciones de vulnerabilidad en un mundo incierto.

Hasta el momento, la evolución post-crisis de la economía internacional fue bastante positiva para nuestro país. Dos hechos fueron importantes. En primer lugar, la tasa de crecimiento de los emergentes fue apreciable y ello afianzó los precios internacionales de nuestras exportaciones primarias. En segundo lugar, la entrada de capitales y las políticas anti-cíclicas en Brasil se tradujeron en una combinación de tipo de cambio real y nivel de actividad en ese país que favoreció nuestras exportaciones. Ninguno de estos dos hechos, sin embargo, tiene garantizada su continuidad. Hay signos de cierto debilitamiento del impulso de crecimiento tanto en China como en Brasil, que hasta hace poco enfrentaban la amenaza de sobrecalentamiento. Asimismo, no es esperable que la evolución del tipo de cambio en Brasil pueda compensar el deterioro de nuestra competitividad, impulsado por el aumento de los costos internos en dólares.

En este contexto político e internacional, la estrategia de impulsar de manera decidida el nivel de actividad aún a costa de mantener alta la inflación, reducir el tipo de cambio real y aumentar aceleradamente las importaciones no parece la más apropiada: la  vulnerabilidad externa y, sobre todo, la fiscal, de la economía está aumentando en circunstancias que no se puede descartar un empeoramiento en la situación internacional. Además, hay que tener en cuenta que cuando no existen líneas claras para la coordinación de expectativas, los efectos de las noticias negativas se amplifican y ello alimenta rápidamente la salida de capitales. Esto es algo que ha estado ocurriendo de forma sistemática desde el conflicto del campo en adelante: cada vez que los conflictos políticos se agudizaron u ocurrieron shocks internacionales negativos se aceleró la salida de capitales.   

Vale la pena subrayar, no obstante, que el énfasis en la vulnerabilidad no implica pronosticar que la recuperación actual está condenada a colapsar. El punto que estamos enfatizando es que la economía se mueve por un sendero que implica que los shocks que ocurran tenderán a amplificarse de manera exagerada, poniendo en peligro la estabilidad. La prohibición reciente de las exportaciones de trigo en Rusia es un ejemplo que puede iluminar este punto. Al presionar al alza los precios del trigo y sustitutos, esa prohibición representó un shock favorable tanto para el sector externo como para el fisco argentino, que recauda en parte en función de los precios internacionales. Pero por esta misma razón, es de esperar que el precio interno de los alimentos suba, impulsado por las subas internacionales. Esto va a presionar sobre la inflación doméstica y reducirá tanto el ingreso real de sectores de menores recursos como los salarios reales en general. Esto puede generar problemas políticos de envergadura para un gobierno que espera cosechar votos en esas franjas de la población. Si el gobierno compensa la suba en alimentos con más subsidios, gasto y convalidación de correcciones salariales compensatorias, la inflación se va a acelerar y, a su vez, el gobierno tendrá más razones para no corregir el tipo de cambio, ya que ello repercute directamente en el precio de los alimentos. Así, mientras los sectores ligados al agro tendrían un shock positivo vía precios y uno negativo vía tipo de cambio, la industria sólo recibiría el shock negativo, con lo cual se resentiría su competitividad y, lo que es importante, su capacidad de generar empleo. Esto ya ocurrió en el período previo a la crisis de fines de 2008: la inflación “importada” de alimentos contribuyó fuertemente a acelerar la inflación local en ese período.  Predecir cuál sería el efecto último de una evolución de esta naturaleza sobre el nivel de actividad, los precios y la política es extremadamente difícil. Pero es justamente esta dificultad la que hace a la economía más vulnerable y reduce el horizonte de decisión, desalentando la inversión.

Para aclarar algo más este punto y los desafíos de la hora, quizá valga la pena ahondar algo más en  la relación entre economía y política.

La economía está transitando el camino de la reactivación a una velocidad apreciable. Este es un rasgo que la recuperación actual comparte con las observadas en las últimas dos décadas. En todas las reactivaciones posteriores a la hiperinflación de 1989-90, la economía se expandió a gran velocidad luego de tocar el piso de la recesión: ocurrió en 1991; 1995 y 2002. Más allá de este rasgo en común, no obstante, hay una diferencia importante entre las recuperaciones de los noventa y la de 2002: el período de expansión fue significativamente más largo en este último caso. Esto plantea naturalmente dos cuestiones: cuál es el grado de vulnerabilidad que muestra la expansión actual del nivel de actividad y cómo hacer para convertir la reactivación en un proceso de crecimiento sostenido. 

Para sacar a una economía de la recesión, lo esencial es lograr que se acelere el ritmo de crecimiento de la demanda agregada ya que la oferta no suele ser un obstáculo importante. Esto último se debe a que, cuando la economía está deprimida, existe capacidad ociosa y suele haber superávit comercial porque en la recesión caen las importaciones. Por lo tanto, si se tiene éxito en reactivar la demanda, la oferta agregada responde normalmente de manera elástica: con capacidad ociosa es posible producir más sin invertir en expandir la capacidad y, con superávit comercial, es posible importar más sin generar desequilibrio externo. De esta forma, sea vía producción interna sea vía importaciones la oferta está en condiciones de satisfacer a la demanda.   

La demanda agregada se puede impulsar de variadas formas en la medida en que hay diferentes tipos de gasto que pueden alimentarla: pueden aumentar el consumo, la inversión, las erogaciones del gobierno y/o las exportaciones. Pero esto no significa que inducir un empujón de demanda sea fácil. Un hecho que no ayuda es que los shocks negativos suelen afectar de manera simultánea a varios componentes; por ejemplo, cuando hay un aumento de la incertidumbre se deprimen simultáneamente el consumo y la inversión privados y se resiente la capacidad del gobierno para acceder al crédito.

En el caso de la reactivación actual, los componentes de la demanda que lideraron la recuperación son el gasto público y el consumo. Las exportaciones hacia Brasil y la inversión también han aumentando, pero no podrían explicar la reversión de la fase recesiva. En lo que hace a la oferta interna, los sectores con capacidad ociosa han respondido al estímulo de la demanda. Un elemento que restó vigor a la respuesta de la oferta global, no obstante, es la existencia de cuellos de botella específicos; sobre todo en infraestructura y energía. La menor elasticidad en la respuesta de la oferta tuvo tres consecuencias específicas: primero, está generando presiones sobre los precios; segundo, creó situaciones de racionamiento en los sectores que no ajustan por precio, como es el caso del gas y, tercero, indujo un fuerte incremento en las importaciones.     

Por supuesto, para garantizar una respuesta más elástica de la oferta a largo plazo sería necesario convertir el  proceso de reactivación actual en uno de crecimiento sostenido y, para ello, se requeriría cumplir con dos condiciones: realizar inversiones significativas para aumentar la capacidad de producción interna y asegurar una tasa de crecimiento de las exportaciones que sea suficiente para financiar la expansión de las importaciones sin poner en peligro el equilibrio de las cuentas externas. El proceso de crecimiento actual no satisface ninguna de estas dos condiciones: el crecimiento de la inversión es aún insatisfactorio y la tasa de crecimiento de las importaciones es tres veces superior al de las exportaciones. Por supuesto, esto no quiere decir que el hecho de que la economía se esté recuperando carezca de valor. Por una parte, mostrar capacidad de crecer en un mundo global incierto tiene valor económico en sí mismo y, por otra, los empresarios se muestran más proclives a invertir cuando la economía crece. 

Estos hechos ponen de manifiesto la interacción de doble vía que existe entre reactivación y crecimiento: si la economía no se reactiva es más difícil que aumente la inversión ya que los empresarios no invertirán si no venden y persiste una alta capacidad ociosa en sus plantas. Pero, por otro lado, la reactivación no es una condición suficiente para el crecimiento sostenido: si los empresarios perciben que la reactivación no es robusta –por ejemplo, porque es acompañada de un aumento insostenible de las importaciones o de sus costos– tampoco invertirán ya que estarán anticipando un debilitamiento del nivel de actividad.

Cuando se observa la coyuntura desde esta perspectiva, la estrategia que la Argentina debería seguir parece obvia: mantener la recuperación pero imprimiéndole un mayor sesgo pro-inversión y pro-exportaciones. Para hacer lugar para la inversión y las exportaciones sin generar más inflación, habría que controlar el crecimiento del gasto público. Asimismo, sería necesario recomponer el clima de inversión, sobre todo en aquéllas áreas relacionadas con los cuellos de botella en infraestructura y energía. Esto quiere decir mejorar la seguridad jurídica y la credibilidad de los contratos.   

Estos argumentos utilizan una cantidad mínima de conceptos económicos y encuentran su fundamento más sólido en el sentido común. Sin embargo, sería incorrecto interpretar la coyuntura y su probable evolución sólo en base a consideraciones económicas. Hay que tomar en cuenta que la dinámica de la economía no es independiente de la dinámica de la política y que los actores políticos interpretan las verdades de la economía en función de sus propios objetivos y necesidades. En este sentido, ya hemos remarcado que en la coyuntura actual todo lo que ocurre en la economía se interpreta en función de las elecciones de 2011.

Una consecuencia directa del efecto 2011 es el acortamiento en el horizonte de decisiones en la economía. El mecanismo que opera para reducir ese horizonte se puede resumir en cuatro puntos.

 

 

• Todos los agentes anticipan que el gobierno tiene como prioridad llegar con el máximo nivel de actividad al día de los comicios a los efectos de aumentar sus chances electorales

 

 

• Se asume que las autoridades no harán esfuerzos significativos por controlar la inflación, coordinar las demandas salariales o corregir las distorsiones de precios relativos asociadas con subsidios ya que ello podría resentir la recuperación y crear conflictos distributivos a corto plazo

 

 

• Los agentes perciben que una economía sin coordinación es muy vulnerable a cambios de expectativas inducidas por shocks externos o deterioro del clima político.

 

 

• Los agentes buscan cubrirse ante esa mayor vulnerabilidad pero tratando de no desaprovechar las beneficios asociados con la reactivación en marcha. La forma más coherente de hacerlo es tomar el riesgo de aumentar el capital de giro a corto plazo pero sin tomar compromisos con el futuro demasiado firmes, como sería invertir en ampliaciones de capacidad importantes.       

 

 

 

 

 

 

Así, cuando se destila el sentido común económico utilizando el filtro de la política, la preocupación principal de la coyuntura pasa a ser la vulnerabilidad de corto plazo. La prioridad es evaluar cuáles son los riesgos de una reactivación sin coordinación y no cómo convertir la reactivación en crecimiento sostenido.

Por supuesto, comprender la lógica de la política tal como se expresa en la coyuntura actual específica de la Argentina no es equivalente a entender la lógica de la política en general. Los desajustes actuales y las incertidumbres no deberían hacernos perder de vista que un rol fundamental de la política es coordinar las acciones de la sociedad de forma de aprovechar y no dilapidar las oportunidades de crecer y mejorar el nivel de vida que se le presentan. En este sentido, es razonable conjeturar que existe hoy en la ciudadanía una demanda no satisfecha de mejores políticas y más coordinación para incrementar la probabilidad de que la reactivación devenga en crecimiento sostenido. Es una oportunidad que la economía le da a la buena política para que se exprese.    

 

 

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