Sobre los desafíos de 2012 en Argentina y las interacciones entre la micro y la macroeconomía

2012

Un buen número de funcionarios y formadores de opinión que simpatizan con el gobierno ha venido expresando en los últimos años un cierto desencanto con la economía como disciplina. Una de las razones más escuchadas a la hora de fundamentar ese desencanto es que tanto microeconomistas como macroeconomistas han estado “prediciendo catástrofes” que de hecho no ocurrieron. Hay dos “predicciones erradas” que suelen citarse con frecuencia. En el campo microeconómico, se arguye que no ocurrió la crisis energética sobre la cual advirtieron los expertos, a pesar de que las reglas de juego y los subsidios establecidos para el sector están en contradicción con teoremas básicos sobre incentivos y organización que aparecen en los textos de microeconomía. En el campo macroeconómico el argumento es que la economía ha estado creciendo sin problemas de restricción externa y con salarios reales que estuvieron lejos de deteriorarse, a pesar de quienes vaticinaban que una situación de inflación alta, dólar relativamente estancado y, por ende, costos en dólares en alza, no es sostenible. En línea con esto, también se suele afirmar que la hipótesis de que el “viento de cola” generado por los buenos términos del intercambio y el crecimiento de Brasil han tenido un papel central en disimular las inconsistencias se considera un pretexto cuyo propósito no sería otro que el de evitar reconocer lo errado de los vaticinios.

 

Hasta hace muy poco la evidencia empírica sobre el “error de predecir en base a la teoría que se enseña en nuestras facultades” parecía sólida. En 2011, sin ir más lejos, la economía creció fuertemente y hubo energía suficiente como para que se prendieran la luz y los motores de la industria. A medida que transcurría el último trimestre del año pasado y en lo que va de 2012, sin embargo, la marcha de los indicadores ha ido haciendo cada vez más evidente que la coyuntura económica se está deteriorando de manera visible. Ese deterioro resultó de la combinación de eventos exógenos negativos –sequía y agravamiento de la situación europea– con la profundización de desequilibrios que venían acompañando el modelo: aumento explosivo del monto de subsidios y de las importaciones energéticas, persistencia de la inflación, salida continua de capitales.      

 Una forma simple de constatar la importancia del deterioro es considerar las iniciativas y las declaraciones más recientes del gobierno: las autoridades ya han reconocido que el esquema de subsidios al transporte y la energía es insostenible y han tomado medidas para cambiarlo –incrementos a sectores más pudientes, transferencia de los subterráneos–; asimismo, hay evidencia de que el gobierno trabaja para establecer pautas de coordinación para las negociaciones salariales y se acaba de dar un ejemplo de cuál es la orientación al recortar adicionales a 300000 estatales o al retrasar el ajuste en el mínimo no imponible. Esto revela que existe inquietud por la inflación y, sobre todo, por la marcha de los costos internos. Pero quizás el indicio más impactante en el cambio de actitud oficial es la forma en que se han extremado los controles sobre el mercado de cambios: se comenzó con medidas para evitar la dolarización de los portafolios en 2011, pero en enero se pasó directamente a un régimen generalizado de permisos previos de importación, lo que sugiere que la preocupación va bastante más allá de  la fuga de capitales e incluye la evolución del desbalance comercial.

Cuando se las observa con la vista puesta en los desafíos del año que se inicia, es posible encontrar tanto rasgos positivos como negativos en las medidas recientes del gobierno.

 

La faceta positiva es que, más allá de la retórica, el gobierno no se está conduciendo en los hechos en función del diagnóstico tantas veces expresado de que la Argentina está inmunizada contra la crisis internacional. Iniciativas como las de cortar subsidios, monitorear la marcha de los salarios o poner trabas a la demanda de dólares, indican con claridad que las autoridades están lejos de creer que la marcha de la economía es independiente de la intensidad del viento de cola. Por supuesto, subsidios, costos internos y salida de capitales habían sido repetidamente señalados como fuentes potenciales de inestabilidad por los macroeconomistas y es positivo que las autoridades estén hoy más preocupadas por gestionar correctamente que por probar si los textos universitarios de economía aportan o no conocimientos valiosos.

 

La faceta negativa está dada por el hecho de que los instrumentos que se están utilizando para enfrentar las amenazas macroeconómicas tienen dos debilidades importantes. La primera es que las iniciativas que se están tomando actúan sobre los síntomas más evidentes (como la pérdida de reservas) sin que quede claro cuál es la estrategia para proteger el crecimiento ante los shocks negativos que están profundizando los desequilibrios domésticos que ya existían. La segunda es que las medidas a las que se recurre para atacar los desequilibrios tienen un gran costo microeconómico. Medidas como la represión de la compra de dólares, sea para conformar el portafolio o para importar “arreglan” la macro al costo de desarreglar la microeconomía. Vale evaluar estas dos debilidades con algo más de detalle.   

 

Dólares, Europa y los márgenes para hacer política anti-cíclica

 

La oferta neta de dólares es muy probable que se debilite por varias razones. En el plano doméstico, por un lado, la sequía generará una caída en los ingresos por exportación que ya se calcula en cerca de 6.000 millones de dólares; por otro, el gobierno debe hacer frente a compromisos en dólares por 5.600 millones. 

 

Más allá de esto, el pesimismo con la evolución del sector externo se relaciona, sobre todo con la situación en Europa. En la medida que los problemas que hemos venido comentando en los últimos meses no encuentran una solución en el plano político, la situación tiende a agravarse. Más específicamente, lo que sobresale en la coyuntura es que la negociación de Grecia con sus acreedores por la quita de la deuda no avanza y, por lo tanto  no desaparece el fantasma del default “desprolijo”; S&P le rebajó la nota a nueve países de la eurozona, entre ellos un peldaño a Francia y dos a España, Portugal e Italia. Un punto a subrayar es el fundamento de S&P para la rebaja: falta de liderazgo colectivo en el manejo de la crisis y exceso de énfasis en el ajuste fiscal por parte de Alemania. Las noticias sobre la evolución de Estados Unidos, por otra parte, son algo más alentadoras pero no suficientes para cambiar la visión general y algunos analistas de peso como Roubini siguen siendo bastante pesimistas. 

 

Se configura, de esta forma, una situación similar a la de 2008, que se reflejó en una fuerte desaceleración del nivel de actividad según las estadísticas oficiales (y una caída del producto según mediciones privadas). Una diferencia importante con el shock de 2008, no obstante, es que la situación fiscal de partida es mucho menos benigna, sobre todo por el espectacular aumento de los subsidios a la energía y el transporte ya que la recaudación fiscal sigue estando en niveles históricamente altos. En esas condiciones, la capacidad del gobierno para implementar iniciativas anti-cíclicas, del tipo utilizado en 2009 y 2010 está fuera de alcance.

 

Esto plantea dilemas difíciles de resolver. En particular, para hacer política anti-cíclica el gobierno debería conseguir financiamiento y tiene tres caminos. El primero es terminar de negociar con el Club de París, pero la posición de funcionarios influyentes -como Moreno, que habla de que existe un nocivo “club de la deuda”- no parece indicar que se pondrá el esfuerzo en esa vía. Además, no está claro qué tasa debería eventualmente pagar nuestro país, dada la situación internacional. El segundo camino es incrementar el financiamiento vía Banco Central. Pero esta vía no es consistente con un valor nominal del dólar que actúe como ancla de los precios: una mayor oferta de dinero alimentará la especulación y le quitará efectividad a los controles. También será difícil pautar salarios en el marco de una política monetaria laxa.  El tercero es reducir los subsidios y utilizar el monto así ahorrado para solventar gastos públicos con mayor poder multiplicador. El efecto neto de esta estrategia puede ser débil y los costos políticos altos ya que habría que hacer una poda sensible de subsidios a la clase media. Como es habitual, aparece aquí el dilema de ajustar ingresos (salarios, subsidios) para defender el empleo y el nivel de actividad o no hacerlo y aceptar mayor desempleo.

 

En suma, no está claro cuál es la estrategia que se piensa seguir para proteger el crecimiento en 2012 y parece que solucionar los dilemas de política hará muy difícil cumplir con el “nunca menos” “para todos”. Las alternativas disponibles implican que habrá ganadores y perdedores y, por lo tanto, habrá repercusiones en el plano político. Los reposicionamientos en el mundo gremial son, probablemente, sólo un anticipo.

 

Interacciones micro/macro e incertidumbre

 

Más allá de los efectos distributivos, explicitar cuál es el plan de acción a nivel macro es necesario para facilitar la coordinación de expectativas y decisiones en el sector privado y los niveles subnacionales de gobierno. El gobierno nacional está descuidando esta tarea y ello es necesario porque se están implementando medidas que tienen efectos de alta relevancia para las decisiones a nivel microeconómico: las medidas afectan variables fundamentales como la oferta de importaciones, las tasas de interés y el precio relativo de la energía.

 

Las consecuencias de las medidas referidas a las importaciones pueden ser útiles para ilustrar el punto. La autorización previa de las importaciones puede ser funcional para reducir la demanda de dólares a corto plazo, pero puede tener efectos de magnitud sobre la producción industrial y, por esa vía, sobre el nivel de actividad y la inflación. En este aspecto, hay que considerar que, luego de la reestructuración industrial de las últimas dos décadas, las cadenas de valor de la industria local han pasado a depender de partes y componentes importados que son clave (y nos estamos refiriendo a la industria real, no a simulacros como los de Tierra del Fuego). La industria no tiene capacidad para sustituir el producto final con producción propia, aún a costos crecientes. No por casualidad, a pesar del muy fuerte aumento de las exportaciones de origen industrial (MOI), la industria como un todo muestra un desbalance comercial negativo de alrededor de 25.000 millones de dólares. Si las exportaciones MOI no hubiesen aumentado, el desbalance comercial sería mucho más elevado.

 

Hay tres problemas adicionales. Primero, una gran proporción de los bienes de capital y sus repuestos son importados y, por lo tanto, la formación de capital sufrirá las consecuencias. Segundo, las importaciones son un componente importante de la oferta agregada y, dada la demanda agregada, menor oferta implica mayor inflación. Tercero, buena parte de las exportaciones se explica por ventas de la industria automotriz a Brasil. Si este país reaccionara, a su vez, con restricciones ante las trabas que de hecho se imponen a sus exportaciones al establecerse permisos previos para importar en la Argentina, la situación comercial externa podría terminar empeorando y no mejorando como fruto de los controles. Algo similar ocurriría si otros socios comerciales, como China, sintieran que sus intereses están siendo afectados. Y esto sin considerar la pérdida de prestigio como miembro del G20: uno de los propósitos centrales de ese foro es evitar la generalización del proteccionismo como remedio ante la crisis.

 

No es posible solucionar los problemas de la macroeconomía a costa de descoordinar la microeconomía de igual forma que es muy difícil que la microeconomía funcione en un contexto macroeconómico desequilibrado. La tarea de la política macroeconómica, justamente, es la de controlar los desequilibrios macroeconómicos de forma que no interfieran en las decisiones microeconómicas y de asegurarse que las señales de precios que reciben los agentes individuales no los lleven a tomar decisiones que resultan inconsistentes a nivel agregado.

 

En cuanto a las relaciones micro/macro, la experiencia indica que existen dos tipos de error igualmente dañino. El primer tipo de error es el de los noventa. Según esa visión, si la microeconomía estaba bien, entonces naturalmente la macro estaría bien. Solo había que hacer reformas estructurales pro-mercado y asegurarse que se respetaran los contratos. Que el Estado y las provincias se estuviesen sobre-endeudando y que el dólar fijo estuviera minando la competitividad y aumentando el déficit de cuenta corriente, sólo era importante para macroeconomistas adictos a los diagnósticos alarmistas. El segundo error es el actual. Asumir que si se hacen desaparecer los síntomas de desequilibrio macro (por la vía de reprimir importaciones o mostrando una inflación INDEC muy por debajo de los registros provinciales), entonces los precios distorsionados y la inseguridad de los contratos no importan; la micro funciona igual. Sin embargo, parece evidente que si los agentes que toman decisiones de forma descentralizada no pueden anticipar cuáles serán las medidas que tomará el gobierno para atacar los síntomas de desequilibrio macro, será muy dif

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