Un anacronismo impensado: el regreso del Stop&Go en Argentina*

2013

De la mano de un viraje en los motores del crecimiento global, en la última década la Argentina experimentó un boom externo con pocos precedentes en su historia. La dinámica de los términos de intercambio se distanció sensiblemente del “persistente deterioro” que motivó a Raúl Prebisch en la década del cincuenta. A diferencia de lo ocurrido en otras oportunidades similares, esta vez el estado fue coparticipe de esta bonanza, aumentando la presión tributaria tanto como para capturar dos tercios del “viento de cola” de la economía mundial. Hasta la demografía dio una mano, y la Argentina entró a la “ventana demográfica”, que significa un fuerte estímulo al ahorro nacional y una tendencia al superávit externo.

Sin embargo, la macroeconomía está lejos de mostrar la holgura externa que el párrafo anterior supone. En cambio, el mercado de divisas parece ser del vendedor y la referencia a la dinámica de Stop&Go, aquella que utilizaron entre otros Oscar Braun, Adolfo Canitrot y Juan Sourrouille para retratar la volatilidad cíclica de la economía argentina de posguerra y la resultante magra tendencia del crecimiento, es inmediata. En particular, a lo largo de 2012 y la primera mitad de 2013 la fase de “Stop” estuvo rondando: las divisas comenzaron a escasear.

Tres acciones de política macroeconómica fueron clave para este resultado en apariencia paradójico. La primera es la política financiera. En el frente externo, la decisión de no llegar a un acuerdo con el Club de Paris y la indecisión en lo referido a los holdouts bloqueó una fuente de financiamiento del fisco, de manera que sesgó el peso hacia el cobro del impuesto inflacionario. En el frente interno, la represión financiera se manifestó en tasas de interés reales negativas, de manera que el sistema financiero se mantuvo pequeño y la desdolarización, común en otros países de la región, en Argentina estuvo ausente –al menos desde 2007.

La segunda es la política energética. La fuerte distorsión de precios impidió al sector apropiarse del boom de precios internacionales, dejándolo anémico cuando de él más se esperaba. Del lado de la demanda, la extendida política de subsidios  ha provocado una sobreutilización de los servicios, y ello ha tenido dos efectos macroeconómicos negativos de relevancia: las presiones sobre el gasto público (que a su vez presionan sobre la emisión monetaria) y el drenaje de divisas en el frente externo.

La tercera acción es la política cambiaria post-2009. Al igual que otros gobiernos en el pasado, el de Cristina Fernández utilizó al tipo de cambio como ancla nominal para contener la escalada de precios, al tiempo que no hubo control alguno sobre la dinámica de otras fuentes de inflación (como la expansión salarial o de la cantidad de dinero). Como había ocurrido en experiencias pasadas, esto aceleró la apreciación real, presionando aún más sobre el mercado de divisas.

La literatura de Stop&Go descree de salidas sencillas frente al estrangulamiento externo: el Stop ocurría en el contexto de una crisis cambiaria y fuerte puja distributiva, en tanto la devaluación a un tiempo infla la canasta de bienes de exportación y la canasta de bienes de consumo, habida cuenta del alto solapamiento entre ambas.

Con  mucho voluntarismo, el gobierno decidió atacar el problema a través de la represión a la compra de divisas, tanto para importar como para guardar bajo el colchón. Del lado real, el resultado fue el estancamiento: las importaciones de bienes de capital se desplomaron, la inversión de resintió y el nivel de actividad registró una desaceleración entre 2012 y 2011 de las más altas del mundo.  Del lado financiero, la represión alimentó el mercado paralelo, y el sistema bancario perdió el 40% de sus depósitos privados en dólares. 

Así hemos llegado a este equilibrio de filo de navaja, donde las tensiones macroeconómicas aparecen tanto si la economía entra en recesión (y el desempleo sube) como si la economía se acelera (y la inflación también lo hace y el drenaje de divisas se agrava). En esta situación, el sendero óptimo significa un crecimiento del PBI por habitante de entre 1% y 2%, muy cerca del promedio histórico. Eso suena bastante parecido a un Stop en el contexto externo tan auspicioso que detallamos al comienzo.

* Publicado en el semanario El Economista

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