Argentina: Todos los caminos llevan a Roma. O de cómo China reemplazó al FMI

Cuando la fase ascendente del ciclo económico coincide con las necesidades de la política electoral, el ministro de economía vive más tranquilo. Durante el período de gobiernos K, entre 2003 y la actualidad esto ocurrió en 2007 y 2011. Las dos veces que se votó para elegir presidente  la economía crecía a buen ritmo y en las dos oportunidades le fue muy bien al oficialismo. En 2009 y 2013, en cambio, cuando se votaron cargos para el Congreso, la fase del ciclo fue más bien recesiva y los resultados fueron mucho menos favorables. En 2009 Néstor Kirchner perdió con de Narváez en la Provincia de Buenos Aires y en 2013 Massa recolectó votos suficientes como para abortar todo intento reeleccionista. Si bien está claro que son pocas observaciones para establecer una teoría, lo cierto es que el sesgo recesivo que viene mostrando la economía desde mediados de 2013 debe haber generado una fuerte presión dentro del oficialismo para que la conducción económica hiciera todo lo posible para dar mayor dinamismo a la economía. El reemplazo del presidente del Banco Central el año pasado seguramente tuvo que ver con esto: el funcionario saliente era señalado como más comprometido con un enfoque próximo a la ortodoxia, propenso a la devaluación para evitar el atraso cambiario y a la restricción monetaria para controlar la inflación.          

 

Aun aceptando que las autoridades no se quedarían cruzadas de brazos en un año electoral, a principios de este año no quedaba claro hasta dónde llegarían los intentos por dinamizar la economía. Por un lado, el pasado indicaba que en todas las instancias electorales de la era K siempre se había incentivado la economía de manera decidida. Pero, por otro, parecía temerario intentar expandir mucho porque la economía enfrentaba restricciones importantes. El déficit fiscal se ubicaba alrededor de 5% del PBI en 2014 y la falta de acceso al crédito implicaba que una gran parte sólo se podía financiar con emisión. Asimismo, la baja disponibilidad de reservas le ponía un límite al incremento del producto, que necesita de insumos importados para crecer.

 

El principal factor que podía interpretarse como una señal de cierta mesura era que la política monetaria del Banco Central no se había descontrolado en el segundo semestre de 2014, luego del cambio de presidente Esto contribuyo a desacelerar la inflación. Asimismo, el gobierno se había mantenido firme con el impuesto a las ganancias sobre los salarios y sólo había realizado una mínima concesión a fin de año con el aguinaldo.

 

Claro que, junto con lo anterior, se observó una clara mudanza en la política cambiaria: luego de la devaluación de principios de 2014, la nueva conducción "durmió" el tipo de cambio nominal a pesar de los adversos efectos sobre la competitividad en un contexto en que las exportaciones están cayendo sustancialmente. En el último año el tipo de cambio nominal sólo subió un 10% frente a una tasa anualizada de inflación que estuvo en el 30%.  Otra señal de preeminencia de lo electoral es que el gasto público ha venido subiendo de manera sistemática bien por encima de la inflación.

 

Cuando estamos ya empezando a cursar el segundo trimestre del año, las dudas se han despejado: de forma consistente con sus conductas pasadas, el gobierno está utilizando hasta donde puede las herramientas de política de que dispone para posicionarse mejor en las elecciones. Y sus acciones indican que está decidido a hacerlo aún cuando ello implique aumentar el riesgo de que se produzcan situaciones difíciles de manejar en el plano monetario, cambiario o de la inflación. En este sentido, la conducta del gobierno es también consistente: siempre se ha caracterizado por no dudar en asumir riesgos. Hay varias señales  que avalan esta hipótesis.

 

Una señal importante es que la política monetaria ha cambiado. Rompiendo con la pauta del segundo semestre del año anterior, la oferta monetaria está subiendo al mismo ritmo que la inflación. La restricción monetaria ya no es una traba para el aumento de los precios. Esto deja al tipo de cambio nominal como la única variable a cargo de anclar la inflación.

Una segunda señal tiene que ver con la política fiscal, que muestra un sesgo muy expansivo. La Presidenta no pierde ocasión para lanzar incentivos al gasto por cadena nacional. En este contexto, a pesar del déficit, la Presidenta se felicitó por las políticas que llevaron a incorporar 450.000 nuevos jubilados. Asimismo, se sigue manteniendo la política de Precios Cuidados que permite sostener la demanda de los productos comprendidos en ella.

 

Una tercera señal es que aun cuando la demanda de dólares ahorro ha subido de manera significativa, hasta orillar los 500 millones de dólares mensuales, el Banco Central la defiende a pesar de las críticas de economistas oficialistas, como el caso de Bein, que considera que sería más beneficioso destinar dólares a financiar importaciones y giros de dividendos de las multinacionales a cambio de inversión, en vez de vendérselos a la clase media. Según la visión del Banco Central, en cambio, es mejor mantener la brecha cambiaria baja para dar la imagen de que "todo está bajo control", aún a costa de contar con una oferta global más baja debido a las restricciones a las importaciones.

 

Las señales de alerta sobre este sesgo expansionista no se hicieron esperar: en marzo la inflación se aceleró hasta el 2,12%, según el índice del Congreso. Esto implica una aceleración del 40% en relación al índice de febrero que se había ubicado en 1.48%. Pero si este fue el costo, también hubo beneficios. Según el índice que elabora la Universidad Di Tella la confianza del consumidor se recuperó en algo y el consumo de alimentos no ha bajado. Asimismo la construcción mostró algunos signos de mejoría.

 

¿Cómo es que el gobierno logró implementar estas iniciativas de expansión si las restricciones eran tan severas? La respuesta de Kicillof sería, a juzgar por lo que declara, que las restricciones no lo son tanto. Sólo quien cree en un modelo ofertista ve en la restricción fiscal un obstáculo. Lo correcto es centrarse en la expansión de la demanda. Si ésta se expande, la economía crece y se recauda más. La tarea de la política económica es, entonces, utilizar la política fiscal para impulsar la demanda.

 

Más allá del contenido de verdad del enfoque que considera a la demanda como el motor del crecimiento, lo cierto es que la política actual del gobierno está muy lejos de ceñirse a ese enfoque. Un problema central de la economía de hoy es, justamente, que la demanda agregada de la economía está bastante deprimida. Las exportaciones están cayendo, la inversión no repunta y el consumo privado está débil. El único componente de la demanda que muestra un crecimiento sustancial y sistemático es el gasto público. Y en particular, aquéllos componentes del gasto público que favorecen a los sectores de menores recursos que son la base electoral por excelencia del gobierno. Nótese, de paso, que gracias a la caída del precio del petróleo, el gasto se hizo más progresivo: se requiere gastar relativamente menos –aunque igual es mucho– en subsidios que favorecen a sectores con buen poder adquisitivo al tiempo que el gasto social se expande con los anuncios de la Presidenta. Por otro lado, en la medida que el impuesto a las ganancias sobre los salarios y las empresas siguen aumentando, el gasto público se financia sobre la base de una reducción creciente del ingreso de quienes invierten y compran bienes durables. En suma, no se trata de una política de fomento a la demanda en general sino de una de fomento del consumo de un sector particular. Idos son los tiempos en que, en tiempo electoral, había demanda para todos y todas.   

 

Pero aún si la visión demandista (?) fuera correcta en lo que hace al plano fiscal y no hubiese que preocuparse por el déficit,  quedaría todavía la restricción externa: la expansión de la demanda interna, aunque sea acotada, agrava la falta de dólares al incentivar las importaciones. Por supuesto, quienes al llegar a este punto hacen hincapié en la competitividad como forma de conseguir dólares tienen también una visión ofertista. Ponen excesivo énfasis en cuidar la rentabilidad de los sectores transables. Incluso aquéllos que, como Bein, sugieren dedicar los dólares a importar y a seducir a la inversión extranjera serían ofertistas. Una categorización lógica si se considera que las importaciones son un componente de la oferta global y que la inversión sirve para hacer crecer el producto.

 

¿Cómo se las arregló entonces el gobierno para implementar aunque más no sea esta versión de un Kalecki acotado al consumo? Una parte importante de la explicación es el swap con China –aunque no toda, también fue de gran ayuda la caída del precio del petróleo–.

 

En ocasiones anteriores, cuando escaseaban las reservas internacionales y los prestamistas internacionales se mostraban reacios a prestarnos, el gobierno de turno se dirigía al FMI para solicitar un crédito stand-by. A cambio de fondos, el FMI imponía programas de ajuste que tenían como eje la devaluación para mejorar la competitividad y la reducción del gasto público –y/o el incremento en los impuestos– para reducir el déficit. En situaciones normales, estas medidas generaban recesión, pero la buena noticia era que en compensación se recomponían las reservas –por la caída de importaciones en la recesión y el incremento de las exportaciones por la devaluación– y se reducía el déficit fiscal por los ajustes presupuestarios. Eran ajustes poco sensibles en relación con los efectos sobre los sectores de menores recursos, pero eran relativamente efectivos.

 

El gobierno actual se niega a devaluar o ajustar las cuentas fiscales y tiene pocas reservas. Pero encontró la forma de cuadrar el círculo: recurrió al swap de China para conseguir las divisas que le permiten comprar unos meses hasta las elecciones sin introducir modificaciones fiscales o cambiarias. Por supuesto, la ayuda  China no vino sin condicionalidad. El país firmó acuerdos de largo plazo que tienen costos para el desarrollo industrial o la transparencia en el manejo de los proyectos de inversión que involucran al sector público.  

 

La diferencia específica entre los acuerdos con el FMI y con China, por lo tanto, no radica en la cesión de autonomía en la política económica en favor del prestamista de última instancia extranjero sino en que el swap con China, a diferencia de lo que habría implicado un acuerdo con el FMI, deja incólumes los dos factores que están en la base de los desequilibrios macroeconómicos actuales: el déficit fiscal y la falta de competitividad por el desajuste cambiario.

 

Por ahora, China ayudó más que los libros de Kalecki. Pero en el futuro próximo –difícil saber si antes o después del cambio de gobierno–, será necesario corregir el desbalance fiscal y el de precios relativos. La situación es inconsistente e inestable.  

 

¿Por qué es inconsistente? En primer lugar porque el déficit fiscal rápidamente podría ubicarse entre el 6% y el 7% del PBI durante este año debido a la política fiscal expansiva actual. Ese déficit sólo se puede financiar con impuesto inflacionario. Para cobrar más impuesto inflacionario que el año pasado la inflación debería ser más alta, pero el gobierno se ilusiona con reducirla durmiendo el dólar. Inflación baja y déficit alto no son compatibles bajo las actuales circunstancias. En segundo lugar, se podría intentar restringir en algo la oferta monetaria, como el año pasado. Pero hay poco lugar para seguir aumentando el stock de Lebacs o colocar deuda del tesoro sin desplazar aún más al crédito privado. A pesar de esto, el gobierno desea expandir el crédito privado para impulsar el consumo (Ahora 12, etc.). En tercer lugar, un dólar cada vez más barato no sólo hiere la competitividad, también estimula fuertemente el gasto en turismo y la demanda de dólar ahorro por motivos especulativos. El déficit de turismo podría fácilmente superar el de energía y el dólar ahorro es una máquina de absorber reservas. En cuarto lugar, el exceso de oferta monetaria y el atraso cambiario podrían volver a abrir la brecha cambiaria y ello podría llevar a una mudanza de expectativas sobre la inflación esperada. Por último, el gobierno tiene importantes vencimientos de deuda en dólares y no está claro cómo los afrontará. Por ahora el único intento de resolver el problema fue el fallido intento de canje.

 

Para Popper, la ciencia avanza cuando se comprueba que una hipótesis es falsa. En este sentido, la economía argentina seguramente va a aportar evidencia sobre las hipótesis ofertista y demandista. Las dos no pueden estar bien simultáneamente. Lo que no dice Popper es cuánto hay que esperar para que aparezca la evidencia empírica necesaria para falsar una hipótesis. Ansiosos, abstenerse.