2016
¿Qué tienen en común un teléfono celular, una galletita y una remera? Todos están hechos de los mismos tres elementos: un conjunto de materias primas, imaginación y un mecanismo de procesamiento de información. Las materias primas son necesarias porque, como alguna vez dijo Parménides, “De la nada, nada viene”. La imaginación y las ideas son también clave: es lo que nos lleva a ordenar el conjunto de materias primas para darle un significado específico (después de todo, casi todos los bienes que consumimos son, de acuerdo a César Hidalgo, “cristales de imaginación”: primero existen en la cabeza de alguien y luego en el mundo físico). Por último, el mecanismo de procesamiento de información es fundamental porque una remera o una galletita representan formas no encontradas en la naturaleza; se necesita ordenar las materias primas de acuerdo a las reglas ideadas por aquel que imaginó el bien. Idear un bien y llevarlo al mundo físico a través de un mecanismo es lo que se conoce como proceso productivo.
Alrededor de tres mil millones de personas cooperan en ese proceso productivo aportando horas de trabajo. Las tareas que realizan implican el uso de alguna parte de su stock de habilidades y son de diverso tipo. Podemos clasificarlas utilizando dos categorías: primero, si hay que pensar o no (tareas cognitivas o tareas manuales); segundo, si son repetitivas o no (rutinarias o no rutinarias). Ejemplos de trabajos intensivos en tareas cognitivas no rutinarias son los profesores o los programadores; en tareas cognitivas rutinarias, los contadores; en tareas manuales no rutinarias, el conductor de un camión; en tareas manuales rutinarias, un operario de una empresa. Muy esquematicamente podemos decir que la especialización de cada país en los distintos tipos de tarea lo ubica en una categoría de ingresos: los trabajos cognitivos no rutinarios se encuentran en los países de ingresos altos, aquellos con tareas rutinarias en los países de ingreso medio e ingreso medio-bajo (principalmente manuales) y en los que destacan las tareas manuales no rutinarias en los países más pobres, donde predomina la agricultura.
Los desafíos
Desde hace unas décadas asistimos a un cambio en la forma en que se cristaliza la imaginación, dando lugar a una dramática caída en los costos de procesar la información. Este cambio desafía principalmente a los más de 2,5 mil millones de trabajadores que realizan tareas rutinarias (cognitivas y manuales) y manuales no rutinarias, abriendo una brecha entre éstos y los 600 mil millones que realizan tareas cognitivas no rutinarias aportando imaginación e ideas al proceso productivo. Hay dos factores que explican esta brecha.
El primero es la creciente automatización de las tareas, es decir, el reemplazo de hombres por máquinas en el proceso productivo. Si la revolución industrial significó la sustitución de hombres por máquinas en las tareas manuales, la revolución en la robótica y la aparición de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) significa la sustitución en tareas cognitivas principalmente rutinarias, ya que pueden ser expresadas en reglas que una computadora es capaz de procesar. No se trata del fin del empleo: un mundo con alto desempleo tecnológico –como vaticinaba John M. Keynes en 1930- sigue siendo ciencia ficción. En lugar de ello estamos asistiendo a una serie de disrupciones en los mercados de trabajo asociadas a la relocalización internacional de las tareas rutinarias hacia países con menores costos (siendo Asia emergente el primer beneficiado), la aparición de nuevos trabajos cognitivos no rutinarios complementarios a las TICs (con la consecuente mejora de ingresos de los privilegiados del decil poblacional especializado en estas tareas) y el avance de las máquinas en tareas cognitivas cada vez más complejas. La competencia es despareja: al mismo costo cada año se consigue más del doble de poder computacional (lo que se conoce como Ley de Moore) y ello pone presión sobre las remunaciones del trabajo.
La demografía
El segundo factor de cambio se relaciona con la dinámica de la estructura poblacional global -lo que se conoce como transición demográfica. Estamos transitando un período de excepcional crecimiento de la fuerza de trabajo a nivel global. Y los números no son pequeños: de acuerdo a la ONU, entre 1970 y 2030 la PEA mundial se expande en más de 40 millones de personas al año. Como buena parte de la expansión ocurre en países de ingreso medios-bajos, resalta China y en breve lo hará India- ello quiere decir una fenomenal expansión en la oferta de trabajo con habilidades para las tareas rutinarias y manuales no rutinarias.
La Ley de Moore y la transición demográfica están detrás de de las tensiones y dificultades en los mercados de trabajo asociados al procesamiento de información, desde la competencia de China en los mercados de trabajo tradicionalmente industriales alrededor del mundo a la virtual desaparición de puestos de trabajo en actividades tan diversas como la minería o la industria bancaria. También explican la revalorización de los trabajos en tareas cognitivas no rutinarias. Imaginar, generar ideas, coordinar equipos, enseñar: todo ello va a estar cada vez más de moda.
En el último reporte de Recursos Naturales y Desarrollo de la Red Sur (http://www.desarrolloyrecursos. org/investigacion) nos preguntamos cómo está afectando este nuevo mundo a América del Sur, poblada de países ricos en recursos naturales y de ingreso medio y medio-bajo. Dos conclusiones emergen de nuestro estudio.
La primera, que como regla general la región llegó a saber “leer” el nuevo mundo. Evitó, por ejemplo, equiparar al desarrollo con la industrialización a secas. Por lo que dijimos, industrializarse puede significar hoy en día especializarse en tareas rutinarias, como el ensamblaje y quedar entonces atrapados en el ingreso medio. Puede ser para los países que quieren llegar al ingreso medio (como ocurre en Asia emergente con los teléfonos celulares o en Africa Subsahariana con los textiles.) pero difícilmente permita dar el salto hacia el grupo de los ingresos altos. En cambio, la región aprovechó la bonanza de las materias primas para ampliar y acelerar la inversión en capital humano y ello se reflejó en una sensible mejora en la calidad de los trabajos: tanto en términos de calificación como de otros indicadores relevantes (formalidad, desigualdad de ingresos, etcétera)
La segunda, que esas mejoras no son suficientes para romper la trampa de los ingresos medios; hay que reformular la agenda para poner el foco en las tareas cognitivas no rutinarias. Si bien hubo mejoras sensibles en algunos países (como Chile o Perú), en general la región consolidó el status quo de trabajos de ingreso medio. Avanzar en este camino supone un trabajo dificultoso, que incluye conectar temas tan dispersos como la capacitación de trabajadores en las empresas hasta el permiso parental compartido; desde el control sanitario en la niñez hasta la incorporación de las TICS a la educación formal; desde el estudio de oportunidades en los mercados globales al fomento del trabajo en equipos. Los países de la región se deben aún este debate; mientras tanto, el reloj sigue corriendo.