Mirando el 2010: por suerte había vida después de Lehman Brothers

2009

En el plano internacional el año termina, sin dudas, mucho mejor de lo que empezó. Hacia esta época, en 2008, las consecuencias de la caída de Lehman Brothers se hacían sentir con todo su peso: el crédito bancario estaba congelado e instituciones financieras internacionales de primer nivel dependían del salvataje de los bancos centrales para sobrevivir. Además, existía la sospecha de que esas instituciones eran apoyadas sólo porque eran “muy grandes para caer”. El comercio internacional, en tanto, sufría una retracción nunca vista en décadas. La recesión se profundizaba en todo el mundo. Quienes pronosticaban una repetición de la crisis de 1930 no debían hacer mucho para convencer.

El año termina bien, justamente, porque los pronósticos de colapso no se cumplieron: gracias a las enormes intervenciones públicas el sistema financiero no implosionó y, de la mano de los estímulos fiscales y monetarios, varios países están saliendo de la recesión. Se observa, también, una lenta recuperación del comercio internacional. Que esta recuperación sea lenta no sorprende en la medida que es el aumento del gasto público y no de la inversión privada o las exportaciones lo que está empujando a la economía. Tampoco sorprende que los déficit fiscales de muchos países desarrollados estén rondando o superen el 10% del PBI y que se estén proyectando niveles de deuda pública superiores al 100% en economías donde Maastrich había fijado un tope del 60% 

Según los pronósticos del FMI, la economía mundial volverá a crecer en 2010, liderada por los países emergentes y especialmente por China. ¿Quiere esto decir que los problemas más graves han quedado atrás? No hay mucha evidencia que avale esta conclusión. Se evitó el abismo, pero los interrogantes que quedan, tanto a corto como a mediano plazo, son considerables.

Interrogantes de corto plazo    

“Sorpresas financieras”. No se pueden descartar eventos puntuales que pongan en riesgo la estabilidad financiera al generar efectos de propagación. El último mes produjo dos “sorpresas” que tienen potencial para inducir desequilibrios no triviales. La primera fueron los problemas de pagos de Dubai y, sobre todo, la resistencia de ese estado a garantizar la continuidad de los pagos, lo cual se daba implícitamente como seguro. La segunda es la “noticia” de que los problemas financieros de Grecia son más importantes de lo que se creía, lo cual obligaría a las calificadoras a reducir la calificación de la deuda de ese país. Es interesante notar que el problema no es de liquidez; la duración promedio de la deuda de Grecia es alta. Lo que arroja dudas y llevaría a bajar la calificación de los bonos griegos es la sustentabilidad de la deuda pública. Por supuesto, podría pensarse que esto es un problema de largo plazo. Pero no es así, las repercusiones son de corto plazo: bonos griegos de menor calificación no podrían servir como garantía para operaciones con el Banco Central Europeo y, si Grecia tuviera alguna urgencia financiera, su capacidad de manejo de la situación estaría limitada.

Cambio en la política monetaria. Mientras las tasas de interés sigan estando tan bajas, existe una invitación permanente a la generación de burbujas financieras y  sorpresas, sean éstas inflacionarias o financieras. Por eso en este contexto nadie se sorprendió cuando Krugman alertó sobre una posible burbuja en Brasil.

Desempleo vs. Inflación.  El desempleo está subiendo en todo el mundo desarrollado. Por lo tanto, los gobiernos no tendrán ningún apuro en retirar los estímulos monetarios (emisión y tasas de interés bajas) y fiscales. Si bien esto es coherente desde el punto de vista político, un retiro tardío de los estímulos podría traducirse en inflación si la economía privada se recupera más rápido de lo previsto. Sin embargo, si el gobierno percibe con excesivo optimismo las señales y retira los estímulos muy rápido, esto podría hacer abortar la incipiente salida de la recesión. Así, el problema no es sólo qué hacer sino cuándo hacerlo. Nótese, asimismo, que si algunos países se apuran y otros se retrasan, ello aumentaría la falta de coordinación entre políticas y podría dar lugar a problemas políticos si unos países acusan a otros de actuar de manera oportunista. En particular, algunos podrían tratar de apurarse en reducir los estímulos para asegurar sus cuentas fiscales y aprovecharse de los estímulos del vecino.

Reconstituir los niveles de comercio. Es necesario que aumente el comercio  internacional para que todos los países puedan aumentar sus exportaciones de manera simultánea. El aumento de las exportaciones es el remedio más efectivo para aumentar la demanda agregada sin depender del gasto público, ya que el sector privado está muy endeudado como para invertir y comprar propiedades. La dificultad de esta solución simple es el proteccionismo que podría aumentar de la mano del desempleo y la presión política doméstica. El G20 es fundamental en este sentido.

Interrogantes de largo plazo

Reducir los desbalances globales. Si bien los desbalances de cuenta corriente de Estados Unidos se redujeron, se está lejos de una situación de equilibrio sostenible en el tiempo. Todavía siguen estando vigentes, básicamente, las distorsionadas pautas de generación de superávit y déficit anteriores a la crisis. Por ejemplo, China aún tiene por delante un ajuste estructural que la lleve a gastar más y ahorrar menos y los Estados Unidos aún tienen pendiente hacer lo contrario. También se necesitan ajustes estructurales en Alemania y Japón del lado de los superavitarios y….  sigue la lista.

Estabilidad del sistema monetario internacional. Sería bastante razonable que quienes tienen superávit revalúen su moneda y los que tienen déficit hagan lo contrario. Pero si los ajustes globales descansaran excesivamente en los tipos de cambio y ello se refleja en depreciación fuerte/rápida del dólar ello podría traducirse en inestabilidad monetaria y financiera internacional por ser el dólar la moneda de reserva. En la crisis de Bretton Woods en los setenta pasó esto y hubo que rediseñar la arquitectura financiera internacional, lo que llevó años. 

Lograr la sostenibilidad de la deuda pública. Esto implica reducir los déficits públicos y, por lo tanto, retirar los estímulos. Para que sea factible, será necesario encontrar nuevas fuentes de gasto agregado que mantengan el nivel de actividad. Esto equivale a contestar la pregunta: ¿cuáles serán las fuentes de crecimiento en el mundo que viene? Una condición necesaria para dar una respuesta global  positiva a este interrogante es que el comercio internacional vuelva a ser dinámico: la única manera de que todos los países puedan aumentar la demanda al mismo tiempo es que todos exporten al mismo tiempo. Esto sólo es posible si todos aumentan también las importaciones, para lo cual hay que encontrar una solución a los desbalances globales.

¿Y la Argentina?

En la Argentina el año también termina mejor de lo que empezó debido a la mejora en la situación internacional. Pero hay que recordar que la crisis internacional fue sólo una de las causas que llevaron al colapso del proceso de aceleración del crecimiento que se había iniciado en 2002: en la Argentina la situación se venía deteriorando desde antes de Lehman Brothers. El punto de inflexión, sin dudas, estuvo dado por el conflicto con el campo. Allí comienza un proceso de deterioro marcado del clima político y de agudización de los conflictos distributivos cuya consecuencia más negativa fue la salida de capitales, que superó los 40.000 millones de dólares. La contrapartida de esta sustancial salida de capitales fue la caída del gasto de inversión y de consumo durable. Como el clima político y de conflictos distributivos todavía no mejoró, al no revertirse una de las causas de la recesión, no hay mucho lugar para el optimismo. Sobre todo tomando en cuenta que, lejos de buscar consensos, el gobierno aprovechó su mayoría parlamentaria circunstancial para avanzar con nuevos cambios en las reglas de juego, desde el permiso para el endeudamiento de las provincias al margen de la ley de responsabilidad fiscal hasta la extensión de la emergencia económica.

Lo que cabe esperar para el 2010, entonces, es un resultado “promedio” de crecimiento muy mediocre, que será el fruto, por un lado, de una mejora en la situación internacional y, por otro, de la persistencia de una situación política enrarecida y de conflictos distributivos marcados.  En este sentido, cabe resaltar las siguientes oportunidades y desafíos para el año que entra.

Oportunidades

 

  • Hay suficiente superávit externo y hay ahorro. Si la Argentina creciera de manera rápida, no tendría a corto plazo una restricción externa relevante. Un dato positivo es que se suavizó la salida de capitales y ello es una buena noticia para salir de la recesión. Menos fuga implica en principio más gasto doméstico.

 

  • China y el crecimiento emergente son una oportunidad si, como se prevé, lideran el crecimiento mundial. El precio de los commodities se mantendrá en ese escenario y si Brasil crece con tipo de cambio apreciado, ayuda a nuestra industria.

 

Desafíos

 

  • Aceleración de la inflación. Se producirá con alta probabilidad de la mano de las correcciones tarifarias y la presión salarial por correcciones ante mayor inflación.

 

  • Fragilidad fiscal. Las provincias tenderán a mostrar cuentas en rojo. Buenos Aires es un caso extremo pero para nada una excepción.

 

  • Conflicto distributivo. El gobierno parece haber decidido buscar el apoyo de sectores de izquierda en el Congreso, a los efectos de compensar la baja en el número de legisladores oficialistas. Esta estrategia le pone un límite claro a la capacidad para resistir presiones de grupos específicos, desde agrupaciones sociales a sindicatos.

 

  • La inversión va a seguir deprimida. No hay políticas de largo plazo que coordinen al sector privado en un proyecto global de crecimiento. Las reglas de juego no son claras y los derechos de propiedad son débiles debido a intervenciones muy discrecionales. La situación política tampoco ayuda a corto plazo.

 

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