Por José Fanelli
Las medidas que las autoridades económicas han estado dando a conocer dan señales claras de que, ante las diferentes alternativas, se ha optado por profundizar la discrecionalidad. El principio que anima las estrategias del gobierno podría expresarse sintéticamente como: “discrecionalidad sí, reglas no”.
Una de las noticia más trascendentes de los últimos meses tiene que ver, justamente, con una aplicación a rajatabla de este principio: el gobierno ha decidido profundizar de manera sustancial la política de controlar las importaciones. El sistema se implementó a través de permisos anticipados que se presentan como declaraciones juradas, sobre los cuales las autoridades tienen quince días para decidir, aunque no se sabe a ciencia cierta cuál es el criterio que se utilizará para aceptar o rechazar un pedido. Este sistema tiene el mismo nivel de discrecionalidad que el que ya se aplica en el caso de compras de dólares por los ahorristas, pero podría tener consecuencias de mayor magnitud a corto plazo.
Dadas las características de nuestra estructura económica, el control de importaciones afecta al “núcleo duro” de la producción. Luego del proceso de apertura con de-sustitución de los noventa y de avance en la integración de ciertas actividades industriales con Brasil, la producción industrial depende críticamente de insumos y partes importados que no pueden ser sustituidos por producción nacional. Asimismo, el sector servicios y la inversión productiva en general dependen de la importación de bienes de capital, partes y piezas. Si existe un racionamiento muy fuerte de importaciones o la oferta se hace volátil e insegura, el resultado será menos producción y menos inversión. No puede ser de otra manera.
Si el control de importaciones afecta las condiciones de oferta en un contexto en que no hay política de administración de la demanda y el dólar evoluciona por debajo de la inflación, el resultado final será el de alimentar las presiones inflacionarias. Esta no parece una buena noticia en un contexto en que se esperan fuertes correciones en los subsidios al transporte y la energía. Por otro lado, todavía no se observan los efectos del aumento de tarifas pero su impacto se sentirá en el momento en que se estén negociando las paritarias, lo que incidirá sobre la psicología de los negociadores. Para encauzar la puja natural de intereses entre empresarios y trabajadores un componente esencial es la seguridad de las expectativas. Como la economía ha vivido durante un período largo bajo el régimen de subsidios, es difícil formar expectativas sobre las consecuencias de la reducción de los mismos.
generic cialis canadian pharmacy for cialis lowest prices for professional cialis advice buy cialis now online Existen importantes diferencias en los efectos que se pueden esperar del control de importaciones en relación con la obstaculizar la compra de dólares por parte de los ahorristas. Esta última medida al impedir que los ahorros se coloquen en dólares incentiva el gasto: el ahorrista típicamente invierte como alternativa en bienes durables o inmuebles. El control de importaciones, en cambio, deprime la oferta. En ambos casos, hay presión inflacionaria, pero mientras el control de ahorristas es expansivo, el de importaciones es recesivo.
La estrategia de “discrecionalidad sí, reglas no” tiene un talón de Aquiles: a diferencia de otras iniciativas como las referidas al fútbol no puede ser “para todos”. Este no es un problema menor pues los sindicatos son reacios a acatar las reglas de negociación que pretende imponer el gobierno y prefieren gozar de discrecionalidad a la hora de sentarse en la mesa de la paritaria. De hecho, es fácil anticipar que se avecinan tiempos complejos en lo que hace a la puja distributiva. Las condiciones en que se negociarán salarios no serán las mejores. Más específicamente:
• A medida que avance el año se irán sintiendo con mayor fuerza los efectos de los ajustes tarifarios en los bolsillos, lo que acotará el margen de maniobra que los dirigentes sindicales.
• Habrá presión inflacionaria “importada” si se hace muy severo el control de importaciones.
• Un instrumento de coordinación de expectativas clave como el índice de inflación minorista no está disponible, dando margen para que cada sindicato calcule su propia inflación del supermercado.
• El Banco Central ha anunciado un nivel de expansión monetaria para el año de más del 25% que está muy lejos de la inflación medida por el INDEC y genera la expectativa de que la autoridad monetaria convalidará la inflación de supermercado y las demandas sindicales asociadas con ella.
Otro frente en el que será difícil imponer reglas estrictas (en el sentido de tratar de que no sigan estrictamente la inflación) será en el reparto de fondos a las provincias, que enfrentarán el mismo tipo de presión salarial de parte de sus empleados que las que enfrentarán las firmas privadas. En este caso, la discrecionalidad con que el gobierno repartió los fondos en los días de vacas gordas, no le jugará a favor en este período de austeridad ya que deberá negociar directamente con los gobernadores, sin la posibilidad de ampararse en una regla establecida de antemano.
Más allá de las tribulaciones humanas ante el dilema de organizar la vida social en base a reglas o a decisiones discrecionales de las autoridades, lo cierto es que existe una regla que es siempre verdadera y no respetarla está más allá de lo posible para los mortales; esa regla es la que dice que de la nada no viene nada. Es una regla de hierro.
La simple regla de hierro detrás de las medidas que está tomando el gobierno es que hay menos dólares que antes. En particular, porque desapareció el superávit energético y porque la situación internacional no es tan benigna como era; sobre todo por el menor crecimiento en Brasil, ya que la soja sigue resistiendo firmemente a pesar de las malas expectativas globales. Si no es posible seguir gastando dólares como si nada, las alternativas posibles son elementales: reducir el gasto en importaciones, evitar que los ahorristas sigan dolarizando su ahorro, no honrar los pagos de deuda dolarizada o perder reservas internacionales. Está claro que el gobierno ha elegido las dos primeras opciones para cumplir con los acreedores minimizando la pérdida de reservas. Los controles a la importación, sin embargo, no pueden evitar que opere la regla de hierro: alguien tiene que dejar de utilizar bienes importados.
Ante situaciones similares a esta, la medida de política habitual en los países que tienen la suerte de poder modificar el tipo de cambio nominal (como en nuestro caso y en Brasil, pero no en España o Grecia) es dejar que la moneda se deprecie, lo que naturalmente lleva a que caiga la demanda de importaciones y haya más incentivos para exportar. Obviamente, ningún gobierno de la tierra está deseoso de implementar este tipo de políticas porque la depreciación reduce los salarios en dólares y obliga a los trabajadores y la clase media a consumir menos productos importados; porque encarece los bienes de capital para los empresarios y porque hace que el valor de sus beneficios en dólares caiga (un hecho especialmente doloroso para las multinacionales). Por si fuera poco, la inflación suele acelerarse con la depreciación. Es duro, pero la ley de hierro es que si hay menos divisas, alguien debe gastar menos dólares y la depreciación de la moneda sirve para hacer ese trabajo. La cara más benigna de esto, obviamente, es que el país se hace más competitivo al bajar sus costos en dólares y permitir que haya una mayor generación de dólares en el futuro por la vía de exportar y ser más competitivos para sustituir importaciones. Este hecho es el que explica la aparente paradoja de que los países que deprecian la moneda, al tiempo que muestran un panorama de quejas sectoriales variadas y caída del consumo suelen experimentar booms de inversiones. Pasó en la Argentina, por supuesto, en la mejor época de la década pasada.
La adopción de una estrategia para enfrentar la escasez de dólares a corto plazo basada en la depreciación obligaría a introducir un cambio en la regla del nunca menos: pasaría a ser la de nunca menos… a largo plazo. Claro que podría pensarse que si se evitara depreciar el peso en función de los aumentos de costos domésticos, podría evitarse cambiar la regla del nunca menos. Si el peso no pierde valor en dólares, las personas pueden seguir gastando lo mismo. Pero si esto es cierto, entonces no faltan dólares al precio actual de éste y la política de controlar las importaciones y la compra de dólares por los ahorristas es superflua. Por lo tanto, la opción de las autoridades ha sido efectivamente la de inducir a que se gaste menos, pero en vez de recurrir a la depreciación han recurrido al racionamiento; se utiliza un mecanismo discrecional basado en la autoridad y se desecha el mecanismo de precios.
Lo anterior sugiere que el problema no es elegir entre ajustar o no sino qué instrumento utilizar para lograrlo. En general, hay dos criterios para evaluar las virtudes de un instrumento: su eficiencia y los efectos distributivos de utilizarlo. Ya vimos que la depreciación es muy eficiente para aumentar la oferta futura de bienes, pero tiene efectos distributivos a corto plazo en la medida que favorece a quienes exportan o sustituyen importaciones y perjudica a quienes consumen productos importados o productos que se exportan, como los alimentos. ¿Qué decir del instrumento discrecional que utiliza el gobierno?
Eficiencia:
• El control de las importaciones hace caer su oferta. Pero impedir que los ahorristas compren divisas lleva a que éstos aumenten su demanda de bienes durables (desde automóviles hasta televisores) y eso promueve la demanda de insumos y bienes finales importados. Es contradictorio, no puede ser eficiente.
• El control de importaciones, al igual que la depreciación, reduce el gasto en dólares. Pero la depreciación aumenta también la rentabilidad de las exportaciones y este efecto está ausente en el caso del control de importaciones. Hoy hay menos, a futuro también habrá menos. Es ineficiente.
• La depreciación y los controles de importación incentivan la sustitución de bienes importados por nacionales. La depreciación hace rentables sólo a los productos sustitutivos que están en condiciones de competir. Los controles, al reducir la entrada de productos hace rentable sustituir, aún a costo creciente. Siendo este el caso, las actividades que no son competitivas subsistirán por el tiempo que dure la prohibición. Como esta es una decisión discrecional, difícilmente habrá inversiones altas en esas actividades. Es ineficiente.
Distribución:
• Las trabas hacen subir los precios de los productos controlados y, de manera similar a una depreciac