Saudades brasileñas: Dilma y el milagro económico 1950-1980

2012

cialis sales lowest price for brand cialis cost of cialis 20mg best price cialis canada En las tres décadas que van de 1950 a 1980 Brasil ocupó un lugar privilegiado entre los países de más alto crecimiento del PBI per capita, equiparándose inclusive a los países europeos que se encontraban en reconstrucción luego de la segunda guerra. La economía del país vecino creció en forma ininterrumpida desde 1948 a 1980 y el PBI per capita relativo a Estados Unidos pasó de 17% al 27% en dicho período, en un proceso de convergencia macroeconómica que apenas fue superado por un puñado de países, como es el caso de Corea. Sin embargo, desde 1980 en adelante el desempeño macroeconómico fue más bien decepcionante: el crecimiento se estancó y el país comenzó a perder posiciones en el concierto de las naciones. La divergencia fue marcada a lo largo de la década perdida, pero el crecimiento fue tan débil que no alcanzó para retornar al camino de la convergencia.  Como resultado de todo esto, hoy el PBI per capita de Brasil es un 20% del de Estados Unidos.

La historia de aquellos años comienza -algo arbitrariamente- en los cincuenta, con el segundo período presidencial de Getulio Vargas y el primero y único de Juscelino Kubitschek. ¿Qué pasó a partir de allí y hasta la crisis de la deuda de 1982? Brasil fue exitoso en aquello en lo que otros de la región fracasaron: no sólo sustituyó importaciones, sino que también diversificó sus exportaciones, reduciendo el peso de productos típicos (como el café) y aumentando el peso de las manufacturas. La industrialización brasileña de aquellas décadas constituyó de hecho uno de los principales “milagros económicos” de la segunda mitad del siglo XX, junto con Japón, Corea y más recientemente China.

Listar las condiciones que generaron el milagro brasileño es imposible –el mote de “milagroso” da cuenta de las limitaciones las posibles racionalizaciones del fenómeno. Sin embargo, hay tres factores que fueron determinantes: la dinámica de altas tasas de ahorro e inversión (ambas con promedios por encima de 20%) la promoción de la inversión extranjera directa (y con ello la adopción de nuevas tecnologías) y –a partir de mediados de los sesenta- la aceleración en las exportaciones. Estos tres factores se combinaron para generar un fuerte crecimiento de la capacidad productiva y un profundo cambio en la estructura productiva sin que ello  se vea limitado por la escasez de divisas.

No parece casual entonces que el gobierno de Dilma Rousseff  no esté conforme con un status quo de las políticas de Lula; es la saudade de aquellas décadas la que habla. El contraste con la experiencia reciente no puede ser más nítido: en 2001-2010 la tasa de inversión promedió 17,5%, y el déficit de cuenta corriente 0,6%, de manera que el ahorro interno se aproximó a 17% del PBI. La inversión extranjera directa creció en relación a los noventa, pero la cuenta de capital fue dominada por los flujos financieros y el carry trade. Por último, la participación de las exportaciones en el PBI no sólo no se incrementó, sino que disminuyó marcadamente. El nuevo esquema de políticas de Dilma, basado en menores tasas de interés, un tipo de cambio más alto y variadas políticas de promoción de la inversión y las exportaciones, parece intentar recrear aquel círculo virtuoso del pasado.

Por supuesto, la estrategia tiene sus riesgos. El primero es que el contexto internacional no es el mismo que en aquel momento, que fue con razón denominado la “edad de oro” del capitalismo en el siglo XX. En cambio, hoy el escenario global apunta al estancamiento y un mayor proteccionismo. El segundo es que no es fácil discernir cuáles actividades deben ser promovidas y cuáles no; en definitiva, se trata de actividades que hoy no logran competir de igual a igual en los mercados internacionales. Tercero, los controles sobre la cuenta de capital pueden terminar por desalentar la inversión extranjera directa, y por lo tanto resentir la transferencia tecnológica. Por último, el milagro brasileño coincidió con la aceleración de la inflación, dinámica que luego del descalabro de 1994 puede ser muy costosa de transitar. Seguramente, Dilma conoce estos riesgos. Pero la apuesta está hecha.

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