Las ventajas comparativas de América latina y sus procesos de desarrollo pueden no ser suficientes sin estrategias de política económica de largo plazo.
En su análisis ya clásico del pensamiento latinoamericano posterior a la crisis de 1929, Joseph Love sintetizó magistralmente el derrotero de las políticas de desarrollo basadas en la industrialización vigente hasta la década de 1970, así como su debilidad conceptual: la industrialización -dijo- "fue un hecho antes que ser una política, y fue una política antes que ser una teoría".
En la actualidad, las mudanzas internacionales y los avances tecnológicos y organizacionales parecen abrir una oportunidad para un desarrollo con "plataforma" en los recursos naturales: a la par que las economías de la región sesgaron su comercio exterior a bienes asociados a sus ventajas comparativas, se aceleró el crecimiento y mejoraron sensiblemente indicadores clave, como la pobreza. A lo largo de la última década, incluso, dos países de la región -Chile y Uruguay- se graduaron de la clase de países de ingresos medios y son ya parte del grupo de altos ingresos, en tanto que otros cuatro -Brasil, Colombia, Ecuador y Perú- ascendieron al grupo de los de ingresos medios altos.
Pero ¿cuánto sabemos de los costos y beneficios de seguir una estrategia de desarrollo económico basada en los recursos naturales? La clave, por supuesto, está en la frase de Joseph Love: la toma de decisiones necesita tener una visión de cómo funciona la economía previamente a la implementación de las políticas. Allí puede aparecer la diferencia crítica entre una bonanza que desaparece cuando lo hace el "viento de cola" y otra que aprovecha la coyuntura crítica para desarrollarse. Necesitamos una teoría antes de implementar las políticas: quizás estemos a tiempo de invertir la secuencia.
En este sentido, el Primer Reporte Anual de Recursos Naturales y Desarrollo de la Red Sudamericana de Economía Aplicada (Red Sur), presentado recientemente, sugiere que quizá sea el momento de rediscutir algunos conceptos muy arraigados en nuestro pensamiento -sobre la inserción internacional de la región, su estructura productiva y sus procesos de desarrollo- que ya no describen adecuadamente cómo ocurren las cosas.
Contexto favorable
Comencemos por la dinámica de los términos del intercambio, que miden la relación entre el precio (promedio) de lo que exportamos y el de lo que importamos. Por ejemplo, si sólo exportáramos granos e importáramos automóviles, ¿cuántas toneladas de granos deberíamos vender en el exterior para importar un automóvil?
El pesimismo del economista Raúl Prebisch, secretario general de la Cepal entre 1950 y 1963, en los años 50 y 60, se basaba en la constatación de un comercio internacional cada vez más desfavorable a los países especializados en recursos naturales por causa de la tendencia decreciente de los términos del intercambio de esos países. Es decir, siguiendo con nuestro ejemplo, por el hecho de que con el paso del tiempo hacía falta exportar un volumen cada vez mayor de granos para importar un automóvil.
En otras palabras, a medida que la economía global se expandía, los precios de las manufacturas crecían más rápido que los precios de los bienes asociados a los recursos naturales y, en consecuencia, la prosperidad mundial de posguerra (de tal magnitud que Eric Hobsbawm la denominó la "edad de oro" del capitalismo) era en realidad la de los países industrializados.
Actualmente la dinámica de crecimiento global pareciera distinguirse exactamente por lo contrario: la tendencia a una mayor demanda que oferta en los mercados de commodities y la tendencia contraria en los mercados industriales. Más allá de la coyuntura actual, que redujo los precios reales de las materias primas, los términos de intercambio -y el crecimiento de los volúmenes de comercio-probablemente seguirán jugando en favor de la región.
En cuanto a los requerimientos tecnológicos, otro de los argumentos para la industrialización del primer estructuralismo de los años 50 se basaba en el diferencial de productividad entre las actividades industriales y aquellas asociadas a los recursos naturales, así como a la idea de que las primeras concentraban las posibilidades de cambio tecnológico. ¿Es válido pensar que existe ese diferencial en la actualidad? Hoy parece haber dinamismo innovador en todos los sectores productivos. En un mundo dominado por redes y cadenas globales de valor, la clave está en el escalamiento tecnológico: pasar de tareas rutinarias y manuales a otras cognitivas. Y ello ocurre en toda la estructura productiva: desde la industria hasta los sectores que explotan recursos renovables y no renovables e incluso los servicios.
En las últimas décadas, en particular, han emergido innovaciones de gran alcance en los complejos productivos asociados a los recursos naturales. Destaca el caso de la biotecnología aplicada al agro y la creación de organismos genéticamente modificados, pero también han surgido novedades tecnológicas de alta relevancia en minería y petróleo, como los avances en formas no convencionales de explotación del petróleo y gas (shale); más desarrollos incipientes de alto impacto, como la producción de vacunas u otros bienes, a base de plantas por ejemplo. En paralelo, ha habido un proceso de creciente diferenciación ("decommoditización") de las actividades basadas en recursos naturales pari passu a la aparición de demandas y nichos de mercado cada vez más segmentados (por ejemplo, alimentos orgánicos, productos con certificaciones ambientales o de comercio justo), lo cual abre más espacio a estrategias competitivas basadas en dinámicas innovadoras.
¿Quiere decir esto que los países de la región pueden sin más descansar en las ventajas comparativas para alcanzar el desarrollo? La respuesta es no: el camino al desarrollo es un sendero con múltiples bifurcaciones que también pueden producir resultados para nada deseables. Por eso es crucial promover un amplio debate sobre estas cuestiones, que debe abarcar al mundo académico, los decisores de política, los empresarios, los trabajadores y la ciudadanía en general. Sólo este debate permitirá avanzar en una agenda comprehensiva de desarrollo que incorpore criterios de sustentabilidad y equidad y tome en cuenta asimismo todos los posibles costos del cambio estructural.
Sin esta agenda, difícilmente la región pueda aprovechar la coyuntura externa: el sesgo a los recursos naturales será aprovechado por un puñado de ganadores, pero nuestros países no achicarán la enorme brecha que hoy nos distancia de los avanzados.
Vale la pena recordar lo que Albert Hirschman, un gran economista alemán entusiasta defensor de la industrialización en la década del 50, expresó con tono amargo a principios de los 70: "Se esperaba que la industrialización cambiara el orden social y todo lo que hizo fue producir manufacturas". Esperemos que no suceda algo semejante con la revalorización actual de los recursos naturales como promotores del desarrollo.