Históricamente uno de los efectos negativos de la especialización en los recursos naturales se asoció al estancamiento en la expansión del producto por habitante. La idea básica reconocía que una estructura económica sesgada hacia los productos primarios era para un país sinónimo de apostar por el caballo equivocado, en tanto se estimaba que era en las franjas industriales donde se concentraban los sectores “especiales”, es decir, aquellos con rendimientos crecientes a escala y con mayores externalidades positivas hacia el resto de la economía. Los contrastes entre la producción de bananas y la de relojes, por dar un ejemplo, eran considerados evidencia suficiente de esta disparidad en la distribución sectorial de la tecnología y las externalidades, sirviendo entonces de base para justificar el proteccionismo en el comercio exterior. Hoy, décadas después, la distinción ha dejado de ser tan nítida (¿hay menos valor agregado en el soja que en la maquila?) y los debates han resurgido. ¿cuánto se ha avanzado en esta discusión? En lo que sigue resumimos los desarrollos recientes.
Recursos naturales y atraso, ayer y hoy
El desarrollo económico latinoamericano estuvo estrechamente vinculado a la industrialización. En la postura tradicional, asociada en América Latina al pensamiento de la CEPAL, se consideraba que, a diferencia de la producción primaria, el sector manufacturero era “especial” en términos de progreso técnico y social1, de manera que la convergencia hacia los estándares de los países avanzados incluía necesariamente un peso creciente de las manufacturas en el valor agregado. Como señalaba Prebisch en 1963, “los productos industriales tienen en general una elasticidad ingreso de la demanda muy elevada, y tan pronto ésta tiende a saturarse con el andar del tiempo en algunos artículos, surgen otros nuevos, o nuevas formas de artículos existentes que reavivan continuamente la demanda industrial. Hay desplazamiento de mano de obra de industria a industria, pero la actividad industrial en su conjunto absorbe una proporción creciente del incremento de la población activa (…) En la producción primaria ocurre todo lo contrario”.
Rodrik (2012) provee una versión moderna sobre las ventajas de especializarse en la industria en vez de la agricultura. El autor utiliza datos desagregados sobre la industria (a nivel de cuatro dígitos) para el período 1990-2007 y brinda evidencia detallada y robusta sobre lo siguiente si bien no hay convergencia no condicional entre los países ricos y los emergentes al nivel de PBI per capita, sí parece haberlo en los sectores productores de manufacturas. Esta convergencia no condicional se da en la industria debido a que se trata de “bienes transables que pueden ser rápidamente integrados a las cadenas globales e producción, facilitando la transferencia y absorción de tecnología” (Rodrik 2012). Además, desde esta posición se destaca que la producción primaria –principalmente la minería- tiene pocos spillovers hacia el resto de los sectores: en muchos casos se trata de producción “de enclave”, con un efecto multiplicador prácticamente nulo (Singer 1950; Sinnott et al. 2010).
Recursos naturales y progreso, ayer y hoy
La posición contrastante utiliza como evidencia básica la historia de un amplio conjunto de países que se desarrollaron sobre la base de los recursos naturales. Es interesante notar, de todas maneras, que la visión post-consenso de Washington sobre el aprovechamiento de los recursos naturales reconoce la necesidad de aplicar activas políticas con el objetivo de incorporar conocimiento y tecnología a los productos . Lin (2012) resume el argumento de la siguiente manera: “las exportaciones y las importaciones son endogenas a las ventajas comparativas determinadas por la estructura de dotaciones de la economía”, pero “las innovaciones son necesarias para el desarrollo y el gobierno tiene el rol de promover esa innovación por las externalidades positivas que genera”. Desde esta perspectiva, el corte debe hacerse en función a la tecnología incorporada a cada producto; no al sector al que pertenece. Para los países con recursos naturales abundantes se trataría entonces de un proceso de “agro-industrialización dirigida por el estado”, parafraseando conceptos utilizados desde la otra vereda.
Los argumentos de esta posición se basan en la teoría de los productos básicos (“staple theory”) desarrollada en la década de 1920 para explicar el desarrollo industrial de Canadá gracias a encadenamientos con el sector primario (McKintosh 1923). Wright y Czelusta (2004), relatan cómo Estados Unidos se desarrolló entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX a través de la agregación de valor a los recursos naturales. Cappelen y Mjøset (2009) explican el desarrollo de Noruega sobre la base de la explotación del petróleo, en un proceso innovativo de largo plazo. Pero no sólo se trata de países hoy desarrollados: la Growth Commission menciona a Botswana como uno de los casos exitosos en términos de crecimiento, e Iimi (2006) describe dicho desempeño como un aprovechamiento óptimo de los recursos naturales (que dan cuenta del 80% de sus exportaciones).
Además, cálculos recientes sobre el crecimiento sectorial de la productividad muestran que los sectores primarios no necesariamente son inferiores a los industriales (ver Martin y Mitra 2000; Timmer y de Vries 2009). Acostumbrados a mirar la experiencia asiática, como el caso de Corea, descontamos que existen diferenciales de crecimiento de la productividad en las manufacturas y que el desarrollo debe entonces pasar por la industrialización. Sin embargo, otras experiencias, en general propia de países ricos en recursos naturales como Holanda, muestran que el mayor dinamismo de la productividad le correspondió a los sectores primarios. También es el caso de Chile y Brasil.
¿Progreso y atraso de quién? El problema de la dualidad
Uno de los principales problemas de esta línea es que probablemente para desarrollarse no alcance sólo de elegir los sectores de mayor productividad; en cambio, de tratarse de un caso exitoso de inserción internacional, debe lograr un aumento en la productividad agregada de la economía. Para ello hay que incorporar a la mayor parte de la población a los mercados de trabajo de alta calificación. ¿Qué pasa si las actividades relacionadas con las ventajas comparativas no satisfacen esta segunda condición? Las actividades mineras, con la típica producción de enclave, podrían entrar en esta categoría (Sinnott et al 2010). En este tipo de casos, la remoción de las barreras al comercio en una economía abundante en recursos naturales será un cambio estructural que reducirá la productividad agregada, antes que incrementarla. El resultado se asociará a una mayor dualidad de la economía, con un sector altamente productivo con baja capacidad de absorber mano de obra y otro de baja productividad donde termina por alojarse el resto de los trabajadores.
De hecho, Mcmillan y Rodrik (2011) recopilan evidencia desagregada sobre 38 países para el período 1900-2005 y concluyen que justamente esta ha sido la principal diferencia en la dinámica de desarrollo de Asia y el resto del mundo emergente: “…desde 1990 el cambio estructural ha sido reducidor del crecimiento en Africa y América Latina(…) La mayor parte de la diferencia entre estos países y aquellos de Asia es explicado por las diferencias en los patrones de cambio estructural –con el trabajo moviéndose de sectores de baja a alta productividad en Asia pero en el sentido opuesto en América Latina y Africa”.
Notas:
1 Mucho antes de la CEPAL, Adam Smith escribía: “Los proyectos mineros, en vez de reemplazar el capital empleado en ellos (…) comúnmente absorben tanto el capital como las utilidades (…) son los últimos proyectos que un legislador prudente, que desease incrementar la riqueza de su nación, elegiría para incentivar”